El Santo del día
22 de febrero
Santa Margarita De Cortona
Esa tarde de 1273, Margarita, fiel a su costumbre, tejía con sus criadas unos chales que repartiría al día siguiente entre varias mujeres pobres de la cercana población de Palazzi, cuando entró jadeando al aposento el lebrel que nunca desamparaba a su amante –que había salido muy temprano a visitar algunas de sus propiedades– y sin darse ningún respiro, comenzó a halar el borde del vestido de Margarita, mientras gañía lastimeramente e iba hasta la puerta y volvía a tirar del ruedo de la falda de su ama que, alarmada por la insistencia del can, lo siguió hacia las profundidades del bosque de Petrignano, hasta que el perro se detuvo en una hojarasca que había junto a un roble y comenzó a escarbar desesperadamente, dejando al descubierto el cadáver de Guillermo de Pécora, padre de su hijo, al que unos asaltantes habían asesinado. Desolada, lloró durante un buen rato y luego de rodillas le pidió perdón a Dios, porque entendió que su muerte era la señal divina que esperaba desde hacía tiempo para recomponer su vida manchada por el amancebamiento que sostenía desde hacía nueve años con el acaudalado noble feudal.
Margarita (nacida en Laviano, Italia, en 1247), era hija de un agricultor toscano llamado Tancredo de Bartolomei, quien al fallecer su piadosa esposa, volvió a casarse y entonces la áspera madrastra la emprendió contra ella –que apenas contaba ocho años– y le hacía la vida imposible, por lo que la atemorizada niña se escabullía frecuentemente y se refugiaba en las casas de sus mejores amigas, con las que aprendió el arte de la coquetería y cuando cumplió 17 años, el marqués de Montepulciano, Guillermo de Pécora, seducido por su exquisita belleza y su encanto natural, comenzó a cortejarla con espléndidos regalos y promesas de amor eterno a las que la oprimida Margarita sucumbió y se fue a vivir con él, en el opulento castillo de Montepulciano rodeada de lujos y criados dedicados exclusivamente a satisfacer todos sus caprichos.
No obstante, Margarita era infeliz, porque su condición de concubina reñía con los principios cristianos que su piadosa madre le había inculcado y por eso trataba de expiar sus culpas, distribuyendo a manos llenas dinero y bienes entre los pobres, los ancianos, los huérfanos y protegiendo con especial celo, a las mujeres abandonadas u oprimidas. Aún así, Margarita era la comidilla de las comadres y blanco de los ataques de algunos sacerdotes, que la acusaban de ser un mal ejemplo para las jóvenes del feudo y como la maledicencia era su tortura, le pedía constantemente al marqués que se casara con ella, mas él, –a pesar de que era un hombre excelente y estaba profundamente enamorado– siempre aplazaba su decisión; esa obstinada negativa de Guillermo de Pécora, hería profundamente a Margarita y le alimentaba su pertinaz idea de abandonarlo, pero tuvo que desistir cuando nació su hijo.
Por eso tras el asesinato de su amante, le prometió al Señor, que desde ese momento sólo le pertenecería a Él y para hacer realidad su juramento, le devolvió a la familia del marqués sus bienes, alhajas y todos sus vestidos, vistió un tosco sayal, tomó a su hijo y descalza emprendió el camino de su conversión, cuya primera parada fue el hogar paterno en el que su padre y su madrastra le negaron el perdón y la acogida. Sin saber qué hacer, se sentó bajo un árbol y de pronto escuchó una voz que le ordenaba presentarse ante los franciscanos de Cortona, lo cual hizo con presteza y allí la recibió el padre Giunta Bevegnati (que en el acto se convirtió en su protector, director espiritual y más tarde biógrafo) y de su mano comenzó un ardoroso apostolado con las mujeres desamparadas; asistía a las parturientas, promulgaba la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y, al cabo de tres años en 1276, adoptó el nombre de Margarita de Cortona y fue aceptada en la Orden de los Frailes Menores Franciscanos.
Con la ayuda de otras monjas que se unieron a su voluntariado, fundó la congregación de las Hermanitas Pobrecitas y abrió en 1286, un hospital –que al mismo tiempo era su convento– para atender a todos los desvalidos, pero muy especialmente a las madres en trance de parto. Así Margarita de Cortona se convirtió en el ángel de la guarda de Cortona y la fama de su misericordia, santidad y don de sanación, atrajo a peregrinos y enfermos de toda Italia, que siempre recibían su consuelo, su consejo y la salud. Debilitada por su extenuante trabajo y por la rigurosa disciplina que se impuso: ayuno permanente, penitencia constante, poco sueño y demasiada oración, Margarita de Cortona, se retiró a una casucha, junto a la iglesia de san Basilio templo –que ella misma reconstruyó– y allí murió apaciblemente el 22 de febrero de 1297. Fue canonizada en 1728, por el papa Benedicto XIII. Por eso, hoy, día de su festividad, pidámosle a santa Margarita de Cortona, que nos ayude a enmendar nuestras vidas.