El Santo del día
24 de marzo
Santa Catalina de Suecia
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Mientras Catalina Ulfsdotter, (nacida en 1331, en Suecia) cavilaba una noche sentada a orillas del Tíber, sobre la forma de acopiar más documentos y recabar más testigos para impulsar el proceso de canonización de su madre, santa Brígida, se desbordó el río y la creciente amenazaba con anegar buena parte de Roma y de paso causar muchos estragos; entonces, la hermosa joven entró orando al agua y al instante el torrente cedió mansamente y volvió a su cauce sin dejar huellas ni heridos. El portento pronto fue conocido por toda la ciudad y llegó a oídos del papa, Urbano VI, que impresionado, no solo abrió la causa de canonización de la santa sueca, sino que, además, promulgó el 3 de diciembre de 1378, la Constitución Apostólica (o sea la aprobación oficial) de la Orden del Santísimo Salvador, que santa Brígida había fundado. Así la hermana Catalina pudo volver tranquila al monasterio de Vadstena –en Suecia–, que era la matriz de la orden y fue ratificada como abadesa del convento y superiora de la orden.
Esta Catalina, era la cuarta hija de santa Brígida (quien al morir su esposo Ulf Gudmarson abrazó la vida religiosa), y aunque a los 13 años, también fue dada en matrimonio por su padre, –contra su voluntad, como le sucedió a su madre– convino con su piadoso esposo, Edgar Von Kiren, que vivirían en castidad y lo cumplieron a cabalidad. A sus 19 años, durante una visita de Catalina a santa Brígida –ya viuda–, en Roma, falleció su marido y por fin pudo cumplir su sueño de vestir los hábitos y se convirtió en la mano derecha de su progenitora en 1350. Desde ese momento, unieron sus esfuerzos para afianzar su congregación y siempre juntas oraban, ayunaban, pedían y repartían limosnas, atendían a los menesterosos, cuidaban y sanaban a los enfermos, peregrinaban y predicaban por toda Europa y Tierra Santa y hacían milagros a cuatro manos, hasta que murió santa Brígida, en 1373.
Entonces, Catalina se echó al hombro la comunidad y desde la casa matriz, en Vadstena (Suecia), con mucha firmeza e indiscutido liderazgo, fue trazando el rumbo de la Orden del Santísimo Sacramento, que en poco tiempo se expandió por el viejo continente. A la madre Catalina de Suecia, como la llamaban sus hermanas, que le fue reconocida en vida su santidad (por su vida austera, su ejemplo aleccionador, su incansable apostolado, su constante ayuno y persistente oración) pasó los últimos meses de su vida aquejada por una dolorosa enfermedad; en vez de gemir o lamentarse, se glorió de que el Señor, la permitiera para crecer espiritualmente. Con sereno estoicismo, santa Catalina de Suecia falleció el 24 de marzo de 1381 y, por el crecido número de los milagros realizados por su intercesión, fue inscrita en el libro de los santos por el papa Inocencio VIII, en 1484. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a santa Catalina de Suecia, que –así como ella– aprendamos a ser constantes en la búsqueda de los objetivos propuestos, con la ayuda de Dios.