El Santo del día
31 de marzo
Beato Miguel Pro

Cuando el coronel sintió la fría boca del cañón en la nuca, acompañada de una potente voz que le ordenaba: “Suelte las pistolas o se muere”, el oficial temblando de miedo dejó caer las armas y el vozarrón volvió a la carga diciéndole a los cristianos aterrorizados –que estaban encañonados contra la pared– que huyeran del lugar, lo que hicieron con presteza. A continuación le pidió al militar que se diera vuelta y éste se quedó estupefacto viendo al individuo que –por órdenes superiores–, debía capturar y que no era otro que el padre Miguel Pro, que le seguía apuntando con el pico de una botella vacía. Entonces el perseguidor, avergonzado, salió de la habitación y sin decir nada a sus subalternos, retornó al cuartel con el rabo entre las piernas.
Para entonces el padre Miguel Pro (nacido el 13 de enero de 1891, en la población de Guadalupe, estado de Zacatecas, México), ya tenía callo, pues siendo muy joven tuvo que huir con otros seminaristas hacia Estados Unidos, momentos antes de que las tropas tomaran por asalto el Noviciado Jesuita de Michoacán y por lo tanto, se vio obligado a continuar sus estudios por fuera, hasta lograr su ordenación, el 31 de agosto de 1925, en Bélgica. Pero mientras el padre Miguel Pro estuvo ausente, lo que había comenzado como una persecución sistemática, desde principios del siglo XX, se convirtió en una batalla frontal declarada por el presidente mexicano Plutarco Elías Calles, en 1926, –conocida como la Guerra de los Cristeros– y que causó la muerte de 250 mil personas en tres años. Tras su consagración, el padre Miguel Pro, que estuvo al borde la muerte a causa de una úlcera sangrante, fue enviado de regreso a México, para que –según sus superiores–, pudiera morir entre los suyos; pero luego de pasar por el Santuario de Lourdes, retornó renovado en julio de 1926 –justamente el mes en el que clausuraron todas las iglesias y conventos de México– y se puso al frente de los contingentes de laicos y religiosos que defendían con sus vidas, el derecho a profesar su religión.
De ahí en adelante, el padre Miguel Pro se convirtió en el líder del movimiento y estableció lo que llamó: “Estaciones de Comunión”, que eran casas distribuidas en toda la Ciudad de México, las mismas en las que durante los primeros viernes, alcanzaba a repartir hasta mil 200 comuniones; dictaba cursos de catequesis en sótanos en los que también casaba a los jóvenes, confesaba y celebraba misas; asistía a moribundos durante las noches; todo ello mientras era perseguido por la policía que había puesto precio a su cabeza. En más de una ocasión, el padre Miguel Pro se les escapó, haciendo gala de su capacidad histriónica adquirida desde niño: se disfrazaba de mendigo, de chofer, de magnate. Una vez –a punto de ser capturado–, abrazó a una muchacha conocida, la hizo pasar por su novia y así los despistó. Hasta que por fin, en noviembre de 1927, lo arrestaron cuando salía de una casa humilde en la que estaba administrando una extremaunción. Encarcelado y sin juicio previo, el padre Miguel Pro fue fusilado el 23 de ese mes, mientras gritaba a voz en cuello: “Viva Cristo Rey”. El 25 de septiembre de 1988, el papa san Juan Pablo II, lo declaró beato-mártir. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle al beato Miguel Pro, que nos enseñe a proclamar con entereza, a Cristo Rey, como nuestro Señor.