El Santo del día
8 de abril
San Pompilio
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En medio de la predicación, el padre Pompilio se quedó en silencio y absorto mientras la concurrencia permanecía en suspenso. En ese mismo momento, en las afueras del pueblo, un hombre airado estaba a punto de clavarle a su esposa un cuchillo en el pecho, cuando apareció el sacerdote, detuvo su mano, le arrebató el puñal y se lo guardó; al instante, en la iglesia, el cura volvió en sí y reanudó el sermón en el punto en que lo había dejado y con la misma vehemencia de antes de su silencio. Al otro día el marido arrepentido fue a confesarse y el padre Pompilio lo absolvió, sacó la daga de su sotana y le dijo que si volvía agredir a su mujer, lo llevaría ante los tribunales y entregaría el arma como prueba de su intento de homicidio. Ni qué decir que la noticia de su bilocación (facultad que han tenido muchos santos de estar en dos lugares al mismo tiempo), se regó como pólvora y la fama de santidad del padre Pompilio, se extendió por toda Italia.
Doménico Battista Pioratti (que era su nombre pila y había nacido en Montecalvo Irpino, Italia, el 29 de septiembre de 1710, en el seno una familia muy rica, noble y piadosa), desde muy pequeño se encerraba de noche en el oratorio de su casa a rezar y cuando lo vencía el sueño, dormía en el piso junto al pequeño altar familiar. A los 18 años, ingresó al seminario de los Escolapios (Orden, fundada por san José de Calasanz), fue ordenado sacerdote en 1734, adoptó el nombre de Pompilio María (en honor de su hermano que murió, años atrás, antes de recibir las órdenes sacerdotales) y a más de enseñar en los colegios de la congregación, pronto se convirtió en el orador sagrado más prestigioso de la región. En una oportunidad, a medianoche, Pompilio salió como loco de su celda tocó las campanas convocando a misa y la iglesia del pueblo de Lanciano, se llenó; entonces comenzó a predicar sobre el arrepentimiento y les pidió serenidad ante el terremoto que se avecinaba y antes de terminar su sermón comenzó a temblar furiosamente, pero la gente no se movió de su sitio y el templo quedó intacto, aunque las edificaciones aledañas se derrumbaron. Cuando volvió la calma, hubo una confesión colectiva, sin precedentes en la historia de la Iglesia católica.
Pero la fama de predicador de Pompilio palidecía frente a sus dotes de confesor (con razón le concedieron el título de “Confesor de Nápoles”), pues de todas partes del país acudían a su confesionario, en el que pasaba extenuantes jornadas que complementaba con ayuno constante y asistencia a los pobres a quienes atendía y curaba de día y de noche. Su don de profecía y bilocación, se combinaba con los milagros que hacía, de manera tan espontánea y natural, que la gente se extrañaba el día que Pompilio no efectuaba algún prodigio.
De tiempo atrás venía padeciendo una enfermedad estomacal que disimulaba con una genuina alegría que contagiaba a todos, pero a principios de 1766, empezó a decaer, aunque insistía en confesar y predicar, hasta que sus superiores le ordenaron reposo y el 15 de julio de ese año tras recibir la comunión, san Pompilio, dijo: “Mi madre hermosa –así llamaba a la Virgen– llegó por mí” y expiró sonriendo. Fue canonizado el 19 de marzo de 1934, por el papa Pío XI. Por eso hoy día de su festividad, pidámosle a Dios, que así como a san Pompilio, conceda a nuestros sacerdotes el don de la palabra para guiarnos hacia el Señor.