El Santo del día
9 de abril
San Lorenzo de Irlanda

Ya llevaba varias horas arrodillado ante la tumba de santo Tomás Becket, en Londres, cuando de pronto, el arzobispo Lorenzo O’toole sintió una fuerte pedrada que lo sacó de su contemplación y luego de llevarse la mano a la cabeza –que manaba sangre profusamente–, perdió el conocimiento; quienes llegaron en su auxilio, temieron por su vida, pues la herida había dejado expuesto el cráneo. Minutos después recuperó la conciencia, se incorporó, pidió que le trajeran agua, la bendijo y él mismo, la derramó sobre la cortadura. La hemorragia se detuvo y la brecha comenzó a cerrarse a la vista de todos; al cabo de unos minutos el cuero cabelludo lucía como si nunca hubiera recibido corte alguno y el arzobispo continuó meditando allí el resto de la tarde, tan ensimismado como al comienzo.
Lorenzo O’toole, (nacido en Kildare, Irlanda, en el año 1128), era hijo de Murtagh, señor feudal del clan Murrays, quien hastiado del conflicto que sostenía con su vecino (amarga herencia que les habían dejado los padres de ambos), le propuso a su adversario que fuera el padrino de bautismo de su hijo Lorenzo, lo que de hecho se convirtió en un acuerdo tácito de paz. Fue el primer milagro que –según sus hagiógrafos– obró Lorenzo, porque además ese compadrazgo selló la amistad eterna entre las dos familias. Tal hecho, de por sí, era el anuncio de lo que sería en su vida adulta: el gran conciliador, cualidad que luego pulió durante su aprendizaje en el monasterio al que ingresó cuando apenas contaba catorce años. Su innata inclinación al ayuno y la oración, su paciente humildad y su obediencia incuestionable, le abrieron el camino hacia responsabilidades mayores; al poco tiempo de haber sido ordenado sacerdote, con apenas 25 años, ya era –por elección de sus compañeros–, abad de Glendalough y aunque a los pocos meses quisieron designarlo obispo de esa diócesis, se opuso, pues no tenía los treinta años, –que según la norma–, era la edad mínima para acceder a la dignidad episcopal. Pero no se salvó cinco años después, cuando Gregorio, el arzobispo de Dublín, murió y lo eligieron a él por aclamación, en el año de 1161.
Desde ese momento Lorenzo de Irlanda –como ya se le conocía–, se dedicó a reorganizar la arquidiócesis; vivía en un monasterio, vestía sayal, dormía en la más pequeña y humilde de las celdas, oraba casi hasta el amanecer y periódicamente ayunaba hasta por 40 días; diariamente con los recursos de su prelatura, alimentaba a unos 60 comensales pobres y personalmente les servía la comida. Al mismo tiempo Lorenzo de Irlanda mediaba en las conflictivas relaciones del rey de Inglaterra, Enrique II, con los belicosos señores feudales de Irlanda y en la tirante disputa que el monarca sostenía con el papa Alejandro III, por la primacía del gobierno eclesiástico en las islas británicas y gracias a su talento conciliador siempre obtenía acuerdos satisfactorios para ambas partes.
A principios de 1180 se fue tras Enrique II, hasta Normandía, para que el soberano desistiera de invadir a Irlanda, pero se enfermó al cruzar el Canal de la Mancha y murió en la abadía de san Víctor de Eu, en Francia, el 23 de noviembre de ese año y fue canonizado en 1225, por el papa Honorio III. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Lorenzo de Irlanda, que nos enseñe a mediar con amor en todos los conflictos que afecten a los que nos rodean.