El Santo del día
8 de marzo
San Juan de Dios
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La humareda comenzó a asfixiar a la ciudad de Granada, el 3 de julio de 1549, y aunque los habitantes miraban de dónde provenía, no atinaban a descifrar su origen, hasta que las campanas de la ciudad comenzaron a convocarlos y luego de averiguar qué pasaba, una decena de muchachos partió en todas las direcciones, deslizándose raudamente por entre las callejuelas y gritando a voz en cuello que se había incendiado el hospital de Juan de Dios, en el que este entrañable enfermero albergaba a los moribundos y a los que padecían diversas enfermedades: lepra, venéreas y mentales, entre otras. Entonces los vecinos acudieron al lugar con cuencos, vasijas y baldes de madera, pero al llegar, el fuego envolvía el edificio y nadie se atrevía a acercarse, hasta que apareció Juan de Dios, –que andaba por fuera recogiendo limosnas para atender a sus enfermos callejeros– y sin medir las consecuencias ingresó en esa fogata y sacó a los pacientes, uno tras otro; cuando ya no quedaba nadie adentro, se internó de nuevo en la llamarada y lanzó por las ventanas: camas, colchones y una buena cantidad de enseres; al terminar su acción heroica, salió ileso de entre las llamas, y ni siquiera su tosco sayal se chamuscó.
Juan Ciudad Duarte, nacido (el 8 de marzo de 1495, en Montemor, Portugal), en el seno de una familia obrera, se trasladó a Oropesa, España, a muy temprana edad y acogido por un granjero llamado Francisco Cid, que lo empleó como pastor, creció en medio de privaciones, pero a pesar de ello se las ingenió para recibir una mediana educación que le facilitó su ascenso a capataz, cargo en el que permaneció hasta cumplidos los 27 años, cuando –a pesar de que su patrón le ofreció a su hija para casarse y con ella, la herencia de sus bienes– decidió enrolarse en el ejército del emperador Carlos V, que marchaba a defender a Fuenterrabía del ataque de los franceses y tras la victoria obtenida sobre los invasores, volvió a su puesto; años más tarde, su sed de aventuras lo llevó a alistarse de nuevo en las tropas españolas para contener a los turcos que asediaban a Viena y terminada la campaña, conmovido por la crueldad de la guerra, reflotó en su corazón el viejo anhelo de ayudar a los pobres y a ello se dedicó en su tránsito por toda la península durante algún tiempo, hasta que descubrió en la venta de estampas de santos y libros religiosos una eficaz manera de catequizar, ganarse la vida y socorrer a sus amados desvalidos.
En 1538, Juan Ciudad Duarte abrió una librería en Granada y con el producto de sus ventas sostenía económicamente a varias familias pobres, pero en su interior persistía un vacío que no atinaba a descifrar hasta que el 20 de enero de 1539, escuchando la predicación de San Juan de Ávila, que por esos días llamaba al arrepentimiento en la ciudad, salió corriendo fuera de sí, gritando que era pecador e implorando la misericordia divina y entonces lo tomaron por loco, lo apedrearon, luego lo atraparon y lo llevaron al manicomio en donde fue encerrado varios meses, a lo largo de los cuales lo apalearon, amarraron y sometieron a las crueles terapias que en aquella época se usaban para aplacar a los enfermos mentales, pero afortunadamente el predicador Juan de Ávila lo rescató y en adelante, se dedicó a recoger a los vagabundos, leprosos, tísicos, dementes y para cuidarlos, alimentarlos, asearlos y curarlos, abrió un pequeño hospital –con los pocos recursos que le quedaban de su librería– y su labor despertó tanta compasión y entusiasmo, que al poco tiempo ricos y pobres se comprometieron económicamente con su causa y varios jóvenes abrazaron su apostolado; con ellos y las ayudas recogidas, abrió un establecimiento de mayor capacidad y basado en su amarga experiencia, introdujo una revolucionaria terapia para los enajenados, fundamentada en la misericordia: trato digno, amoroso y respetuoso.
La asombrosa recuperación de los alienados acrecentó su fama de santidad –y con mayor razón aumentó, luego de salvar del fuego a sus pacientes– lo que le mereció que el mismo obispo de Granada le cambiara su nombre por el de Juan de Dios, lo autorizara a usar un tosco hábito religioso y lo estimulara para abrir otro hospital en Valladolid, con el respaldo del rey Felipe II. El ayuno permanente, la vida de oración y austeridad y los trasnochos constantes recogiendo a los abandonados en las calles, fueron minando paulatinamente la salud de San Juan de Dios, que esperó la muerte, orando arrodillado, el 8 de marzo de 1550. Antón Martín, su sucesor en la dirección del hospital y varios compañeros más, formalizaron la fundación de Los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios, congregación que actualmente está esparcida por todo el mundo. San Juan de Dios fue canonizado por el Papa Alejandro VIII, en 1690. Por eso hoy, 8 de marzo, día de su festividad, pidámosle a San Juan de Dios, que nos llene de misericordia, para amar y cuidar a los enfermos.