El Santo del día
2 de marzo
San Nicolás de Flüe
Después de ponerse de acuerdo con su mujer, Dorotea Wiss, –con la que tuvo 10 hijos, – Nicolás de Flüe, a los 50 años, decidió convertirse en ermitaño, vistió un sayal de peregrino y se fue a buscar un lugar lejano y aislado para dedicarse a la oración, la contemplación y el ayuno, pero mientras caminaba de noche, un extraño campesino le dijo que Dios lo necesitaba en su país y cerca de los suyos y sin decir nada más, desapareció de su vista. Dubitativo se arrodilló a orar en medio del camino y un cegador rayo de luz descendió del cielo, penetró en su carne –contaba después– como un afilado cuchillo y quedó inconsciente un buen rato, al cabo del cual se incorporó, retornó sobre sus pasos y el mismo haz de luz lo guió hasta la saliente de una roca –en la que se refugió– junto a un riachuelo que discurría por la hondonada de Ranft, muy cerca de su familia. Con dinero donado por el ayuntamiento, entre los vecinos y sus hijos, le construyeron una casa rudimentaria –como él la quería– y una capilla, con una ventana entre las dos, para poder asistir a la eucaristía, sin moverse de su oratorio.
Y es que Nicolás de Flüe (nacido en Flüe, Suiza, en 1417) contaba con el aprecio de todos sus conciudadanos, porque con el grado de capitán defendió a su patria de las invasiones austriacas; luego lo nombraron juez del cantón de Obwalden, y se convirtió en el gran conciliador de Suiza, hasta el punto de que cuando varios cantones (estados) estuvieron, en 1481, a punto de enfrascarse en una guerra civil –por rivalidades políticas– medió entre ellos y logró constituir la Confederación Helvética, que desde entonces es la base jurídica y administrativa de Suiza. Por esto, Nicolás de Flüe fue proclamado “Padre de la Patria”.
Así las cosas, reyes y políticos de toda Europa, acudían a la choza del hermano Klaus (como lo llamaban todos), para solicitarle consejo, pero los atendía después de curar a los enfermos y confortar a los menesterosos que buscaban su consuelo. También iban curiosos, que querían corroborar si era cierto que nunca ingería alimentos: en efecto, desde que el rayo de luz lo derribó, jamás volvió comer; su único alimento –comprobado por testimonios fidedignos y documentos que se conservan en la parroquia de Sachseln– era la santa comunión diaria y tomaba un poco de agua, dos veces a la semana.
El 21 de marzo de 1487, día en el que cumplía 70 años, el hermano Klaus irradiaba una luminosidad especial, cuando el sacerdote que celebraba la eucaristía se arrimó a su ventana para darle la comunión; una vez recibida la hostia, sonrió dulcemente y expiró arrodillado. Al proclamarlo santo, en 1947, el papa Pío XII dijo: “Si durante veinte años, el Hermano Klaus, solo se alimentó del pan de los ángeles, esta gracia de Dios, es la recompensa por su dominio de sí mismo y de su mortificación por amor de Cristo”. Por eso hoy, 2 de marzo, día de su festividad, debemos recordar que efectivamente, la comunión, sí es el PAN DE VIDA ETERNA.