El Santo del día
7 de marzo
Santas Felicidad y Perpetua
Mientras el público enardecido las reclamaba en el centro de la arena, los guardias forcejeaban con ellas para imponerles las vestiduras que las sacerdotisas paganas usaban en su culto a la diosa Ceres, pero como Perpetua y Felicidad oponían una feroz resistencia, pretendieron exponerlas desnudas y con mayor razón, las dos mártires se defendieron con bravura. Al final los soldados se resignaron y las lanzaron al ruedo con sus propias ropas. Una vez dentro del anfiteatro, las pusieron enfrente de una vaca salvaje que las embistió como una tromba varias veces hasta que Felicidad quedó inconsciente y Perpetua, a pesar de recibir algunas cornadas, tras cada acometida de la fiera se levantaba con rapidez y pudorosamente recomponía su vestido para no dar oportunidad a comentarios obscenos por parte de la enfebrecida muchedumbre, que al ver la digna actitud de la joven matrona, pidió que les permitieran salir por la puerta que atravesaban tradicionalmente los gladiadores victoriosos –momento que aprovechó para recoger a su fiel esclava– pero una vez franqueada esa entrada, al unísono, la veleidosa turba exigió que las devolvieran a la arena y las ejecutaran allí.
Perpetua (nacida a finales del segundo siglo, en Cartago, África), era una piadosa joven cristiana cartaginesa, casada con un noble romano, que aunque pagano, le permitía que en su palacio se reuniera un creciente grupo de seguidores de Cristo, lo cual evidentemente preocupaba a las autoridades de la ciudad –que para deshacerse de ellos–, aprovecharon la oportunidad que les brindaba el decreto promulgado por el emperador Septimio Severo, en el que ordenaba a todos los súbditos del imperio, hacer sacrificios a los dioses romanos, rendirle culto divino al mismo monarca y prescribía atroces castigos –incluida la muerte– a quienes infringieran esa ley. Así las cosas, a principios del año 203 fueron arrestadas Perpetua y sus compañeros, Felicidad –su fiel esclava que estaba embarazada de su esposo Revocato, que también fue detenido– más Secundino y Saturnino, otros dos prosélitos a los que se les unió, voluntariamente, Sáturo, el diácono que los había catequizado a todos. En principio los confinaron en una oscura y estrecha mazmorra de la que por benevolencia del jefe de los carceleros fueron trasladados a otra estancia más cómoda en la que Perpetua pudo amamantar a su pequeño hijo y Felicidad, dar a luz una niña de la que se encargó un matrimonio cristiano.
El 7 de marzo del 203, día en el que se celebró el juicio, Perpetua (a pesar de que su padre le rogó delante del tribunal que abjurara de su fe por amor a él y a la familia y le llevó a su hijo, para quebrar su voluntad) sin vacilación alguna, se reafirmó en su fe y con la misma firmeza, Felicidad y los demás acusados se declararon cristianos; entonces los hombres fueron arrojados a los hambrientos leopardos que en poco tiempo los devoraron y en vista de que las dos mujeres condenadas a ser embestidas por una fiera vaca, sobrevivieron a sus cornadas, a petición de los delirantes espectadores, pusieron sus cuellos a disposición de los verdugos.
Felicidad fue decapitada en el acto, pero el ejecutor de Perpetua era inexperto y, por eso, ella –después de tres mandobles fallidos– tuvo que tomar la espada con su mano y ponerla en el punto justo de la nuca para facilitar el trabajo del esbirro, que al fin pudo asestar el tajo definitivo. Por el hecho de ser mártires, subieron a los altares inmediatamente. Por eso hoy, 7 de marzo, día de su festividad, pidámosle a las santas Perpetua y Felicidad, que nos enseñen a proclamar el nombre de Jesús, sin miedo.