El Santo del día
27 de abril
Santa Zita
Cuando llegó a la iglesia ese día de Navidad, el atrio estaba tapizado de nieve y al ver acurrucado junto a la puerta a un mendigo aterido, se quitó la lujosa capa, lo cubrió con ella y se dispuso a participar de la eucaristía. Después de comulgar se embelesó en su oración y se olvidó de todo. Al cabo de un rato se acordó de sus obligaciones y corrió hacia la casa, al llegar temblando de frío y de miedo, el dueño le preguntó por el manto que le había prestado y ella le dijo que con él había cobijado a un indigente. Como era de suponer, Pagano di Fatinelli –su patrón–, empezó a ultrajarla por su tonto altruismo; de pronto en medio de la reprimenda, alguien tocó la puerta y al abrirla el amo, un desconocido le entregó una hermosa y fina capa bordada de un estilo nunca visto y desapareció.
Pero éste no fue el único prodigio realizado alrededor de Zita (nacida en Monsagratti, Italia en 1218), una humilde niña que por la pobreza de sus padres, desde los doce años tuvo que emplearse como criada en la casa de Pagano di Fatinelli, un acaudalado terrateniente de la ciudad de Lucca, al que su servidumbre le tenía pánico por su mal carácter. A pesar de que Zita siempre cumplía con sus deberes a satisfacción, no escapaba a la ira de su patrón, pero ella todo lo aceptaba en silencio –como expiación de sus pecados– y complementaba su sacrificio con ayuno, cilicio y penitencia. Dormía en el suelo, porque regaló su cama y su cobija, sus comidas las guardaba y en las noches las repartía entre los hambrientos que la esperaban en la puerta. En alguna oportunidad, sus patrones dejaron la cena intacta, Zita la recogió, la metió en una cesta y cuando se disponía a salir, fue detenida por su amo quien al revisarla, encontró el canasto lleno de flores. Por fin se ganó el respeto y el aprecio de sus amos, tanto, que le confiaron la administración de la casa. En esa época, por culpa de una sequía, se desató una terrible hambruna, entonces Zita tomó de la abundante despensa varios costales de verduras y los distribuyó entre los pobres; cuando lo supo, Pagano di Fatinelli fue a la bodega a contar los bultos y se quedó maravillado al ver que la existencia de legumbres era mucho mayor que la cantidad anotada en su contabilidad.
Así las cosas, sus patronos se rindieron ante su bondad y la respaldaron en su apostolado, con la condición de que no descuidara sus deberes y Zita les cumplió. Oraba buena parte de la noche, dormía una hora y antes de salir el sol ya tenía listos sus oficios y distribuidas las tareas a la servidumbre y el resto del día lo dedicaba a sus desvalidos: los asistía en sus necesidades; auxiliaba a los moribundos; sanaba a los enfermos; con especial predilección socorría a los presos y le alcanzaba el tiempo para hacer milagros. La casa de sus patrones se convirtió en un santuario porque la fama de su santidad atrajo a peregrinos de toda Europa. Después de 48 años de fiel y leal servicio a Dios, a sus patrones y a los pobres, santa Zita contrajo pulmonía a principios de 1278 y el 27 de abril de ese año, expiró en medio de la devoción de sus menesterosos y de la familia Fatinelli, que ya era la suya. Santa Zita fue canonizada por el papa Inocencio XII, en 1696 y declarada patrona de las trabajadoras domésticas por Pío XI, en 1935. Por eso hoy, 27 de abril, día de su festividad, pidámosle a santa Zita que proteja a quienes con devoción y lealtad, atienden nuestras casas.
Oración Santa Zita
Oh San Tarsicio, mártir y protector de los servidores del altar, te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios en nuestra búsqueda por vivir una vida santa y pura. Ayúdanos a ser fieles en nuestro compromiso con la Iglesia ya llevar a Cristo a los demás con valentía y amor. Fortalécenos en nuestra fe para que podamos resistir las tentaciones del mundo y ser verdaderos discípulos de Jesús. San Tarsicio, quien te ofreciste a llevar los objetos sagrados con devoción y amor, ayúdanos a ser dignos de servir en la liturgia ya llevar la Eucaristía a los enfermos y necesitados. Te pedimos que nos cubras con tu manto protector y que nos guíes en el camino de la santidad, para que podamos algún día unirnos a ti ya todos los santos en la gloria eterna de Dios. Amén.