El Santo del día
14 de abril
Santa Liduvina
Muy temprano en la mañana, cuando sintió que se aproximaba su hora, le pidió a los presentes –incluido el párroco de Shiedam–, que la dejaran sola; le sobrevino entonces, una terrible agonía en la que todos los dolores padecidos en esos interminables 38 años, se multiplicaron hasta el paroxismo. En convulsión permanente, arrojaba raudales de sangre por la boca, la nariz y los oídos y a las cuatro de la tarde de ese viernes 14 de abril de 1433, santa Liduvina, con el cuerpo deshecho y el espíritu intacto, expiró transfigurada. Desesperado su sobrino (al único que le permitió quedarse), fue a buscar al sacerdote y a los asistentes a la misa que ofrecían por su salud, les describió el alucinante trance de la moribunda y apresuradamente los asistentes a la eucaristía, retornaron con el niño a la humilde vivienda de santa Liduvina y se sorprendieron con la inefable expresión de beatitud de su cara, con su piel de una tersura impensable y su cuerpo rozagante; todo ello daba la impresión de que estaban ante una adolescente dormida, a pesar de los cincuenta y tres años, que hacía poco había cumplido.
Nacida en Shiedam, Holanda, el Domingo de Ramos de 1380, Liduvina creció en el seno de una familia pobre pero muy piadosa y al amparo de la Virgen, llegó a la adolescencia hermosa, solitaria y discreta. Cuando ella contaba 16 años, sus amigas para sacarla de su mutismo, la invitaron a patinar, con tan mala suerte que en el descenso sobre la nieve, fue arrollada por una compañera y en el acto quedó paralizada, excepto su brazo izquierdo. En ese momento comenzó su viacrucis. En poco tiempo –al estar en la misma posición–, su cuerpo se llenó de llagas; vino la gangrena; su pecho se saturó de pústulas que luego se convirtieron en un cráter canceroso; tuvieron que dejarle abierto el vientre para sacarle –diariamente y por muchos años–, los gusanos que se la comían sin pausa; su brazo derecho fue carcomido hasta quedar en puro hueso; a ello se le sumaron las constantes hemorragias; perdió el ojo derecho y el izquierdo se volvió tan sensible a la luz, que no podía mantenerlo abierto y luego sobrevivió a la peste negra.
En los primeros años Liduvina aullaba y gemía, porque nada podía calmar su dolor; pero un día a petición de su confesor, el padre Pott, se puso a meditar sobre la pasión de Cristo y encontró en ella y en la oración, el reposo y el alivio que necesitaba. Desde ese instante se dedicó a orar por los dolores de los demás, dejando a un lado los suyos y comenzó una vida milagrosa imposible de creer: en adelante, Liduvina solo se alimentó con la comunión recibida tres veces por semana durante los veinte años restantes de su martirio y en todo ese tiempo, no durmió más de diez horas; aún así, mantuvo el mismo peso corporal, a pesar de que perdía hasta dos litros de sangre diariamente; el olor nauseabundo que expelía su cuerpo se transformó en una persistente y fina fragancia que inundaba su casa e impregnaba a los que la visitaban.
La fama de santidad de Liduvina trascendió los límites del pueblo y de todas partes de Holanda, comenzaron a llegar peregrinos enfermos que siempre retornaban a sus pueblos de origen, sanos y convertidos. Una bolsa con ocho libras que sus padres le habían dejado como herencia, se convirtió en una caja menor de la que se alimentaban y vestían los pobres, las viudas y los huérfanos, pero por más que sacaran de ella, siempre contenía la misma cantidad de monedas. Al morir santa Liduvina, su casa se iluminó mientras su cuerpo permaneció allí y el aroma que emanaba su cadáver, se esparció por todo el pueblo. Fue canonizada por el papa León XIII, en 1890. Por eso hoy, 14 de abril, día de su festividad, pidámosle a santa Liduvina, que por su intercesión, sean atenuados los dolores de quienes padecen enfermedades crónicas y terminales.