El Santo del día
25 de febrero
Santa Jacinta
Y como si fuera un apartamento de soltera, Jacinta, (nacida el 16 de marzo de 1585 y bautizada con el nombre de Clarice), llenó su celda de lujos, que contrastaban con el ascetismo y pobreza de las de sus compañeras; pues confinada por sus padres en el convento de las Terciarias Capuchinas (contra su voluntad, debido a su actitud casquivana, mundana y fiestera), reclamaba el derecho de vivir de acuerdo con su condición social, dado que pertenecía a la familia Mariscotti, que era la más rica de Viterbo (Italia) y la principal benefactora del convento. Pero cuando una extraña y dolorosa enfermedad la atacó a los 30 años, pidió al padre Antonio Bianchetti que la confesara y él se negó a escucharla –al ver la fastuosidad en la que vivía– a menos que ella renunciara a la ostentación y se arrepintiera de verdad. Y lo hizo con creces.
Obtenida su absolución, Jacinta abandonó sus vestidos suntuosos y se enfundó el hábito raído de una religiosa que acababa de morir y de rodillas les pidió perdón a todas sus hermanas, besándoles los pies. En adelante durmió sobre un tronco con una piedra como almohada y en la celda más derruida y húmeda del convento. Realizaba los trabajos más humildes y servía a los más necesitados y enfermos, a los que curaba con tanta devoción y abnegación, que pronto su santidad trascendió los muros del monasterio y enfermos de toda Italia acudían a ella y regresaban sanos a sus casas.
Jacinta siempre estaba dispuesta a asistir a los desamparados, como ocurrió en una ocasión en la que un barco zozobraba cerca de Viterbo y la tripulación la invocó para que los salvara; en medio de la tempestad apareció Jacinta sobre la proa, detuvo la tormenta y condujo la nave hasta el puerto, del que salieron los marineros hacia el convento para darle las gracias y cuando –con autorización de la superiora– entraron, la encontraron orando profundamente y no se atrevieron a interrumpirla; de pronto, sin levantar la vista, Jacinta les dijo que se fueran en paz y que le dieran gracias a Dios porque era Él, quien los había salvado. En 1640, a los 55 años, murió orando de rodillas sobre el tronco que le servía de cama y fue canonizada por el papa Pío VII, en 1807. Por eso debemos aprovechar hoy, 25 de febrero, que es el día de su festividad, para– pedirle a santa Jacinta que nos enseñe a liberarnos de la vanagloria y del boato, para que arrepentidos –como ella– podamos caminar ligeros de equipaje hacia Dios.