El Santo del día
17 de marzo
San Patricio
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Después de seis años de silenciosa esclavitud (a la que había sido sometido por Milchú, jefe del clan Dalriada, en Irlanda), una noche mientras cuidaba sus ovejas en la montaña y oraba –como lo hacía todo el tiempo–, Patricio escuchó la voz de un ángel que le instaba a emprender la fuga rumbo a la bahía de Killala, en donde lo esperaba un barco; entonces abandonó su rebaño y caminó 300 kilómetros hasta llegar al puerto y en efecto allí estaba fondeado un buque, pero su capitán se negaba a llevarlo hasta que, por la fuerza de su empecinada plegaria, Dios reblandeció el corazón del marino y por fin lo embarcó. Ya en alta mar, se desató una impetuosa tormenta que durante tres días zarandeó inmisericordemente la embarcación y luego la aventó a una solitaria playa, cuya costa deshabitada recorrieron los náufragos algunas semanas, en busca de alimento; apremiado por los sobrevivientes para que le pidiera comida a su Dios. Entonces Patricio (nacido en Escocia, en el año 387), se puso a rezar y al instante apareció una piara de cerdos que les proporcionó carne suficiente para tres días, al cabo de los cuales, fueron rescatados.
Al llegar a suelo francés, Patricio –de 22 años–, se presentó ante san Germán, obispo de Auxerre, que al notar su inteligencia, devoción y humildad, lo convirtió en su discípulo. Años más tarde, él mismo presidió su ordenación sacerdotal y le encomendó la misión de combatir las herejías imperantes en Francia, tarea que cumplió con creces. Como reconocimiento a su valía, san Germán lo envió a Roma con una recomendación especial para el papa Celestino I, quien al enterarse del conocimiento que tenía sobre las tribus irlandesas, sus lenguas y sus costumbres, lo nombró obispo y lo mandó a evangelizarlas. De regreso a Irlanda, tuvo que enfrentarse a la hostilidad de todos los clanes celtas, y de los druidas –sus hechiceros– que se le opusieron férreamente, pero tuvieron que ceder luego de que tras encender el fuego pascual, un Sábado Santo, los sacerdotes paganos pretendieron por todos los medios apagarlo, pero les fue imposible y entonces se postraron ante la cruz. Gracias a este milagro, al dominio de su idioma, a la profunda sencillez de su prédica, a su mansedumbre y a su ejemplo tenaz, una a una, las tribus se fueron rindiendo a sus pies, dado que lo primero que hacía era catequizar a los jefes y a sus familias.
Precisamente los primogénitos de los jefes tribales eran los primeros en convertirse y entonces Patricio los preparaba, los ordenaba sacerdotes y luego a muchos de ellos, los revestía de obispos y los nombraba, además, como abades de los monasterios que construyó en todo el país, asegurando así, la continuidad de su labor evangélica. En sus treinta años de apostolado, san Patricio ungió cientos de sacerdotes y la suficiente cantidad de obispos para guiar la grey de toda Irlanda. Luego de recorrer día y noche durante treinta años, ese país, al que –según él– conocía como la palma de su mano, el 17 de marzo del año 461, pleno de gozo, murió en santa paz en su lugar favorito de meditación y oración, que hoy es llamado Downpatrick, en la provincia de Ulster. Aunque san Patricio nunca fue canonizado oficialmente, sí fue inscrito en el libro de los santos y declarado Apóstol y Santo Patrono de Irlanda. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Patricio que nos guíe, para difundir el mensaje de Jesús.