El Santo del día
8 de junio
San Medardo
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Oración a San Medardo
Oh San Medardo, ejemplo de virtud y caridad, Hombre de fe y pastor amado por la comunidad, Te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios, Para que seamos guiados por tu ejemplo de amor. Tú, que dedicaste tu vida al servicio y la justicia, Ayudando a los necesitados y aliviando su sufrimiento, Imploramos tu protección y bendición en nuestro camino, Para que podamos seguir tu ejemplo de entrega y compromiso. Oh San Medardo, patrón de los agricultores y navegantes, Ruega por nosotros ante el trono de la divina providencia, Protege nuestros campos y cultivos de toda adversidad, Y guía nuestros caminos en los mares de la vida. Concede, oh santo bondadoso, tu amparo y consuelo, A aquellos que se encuentran afligidos o desesperanzados, Fortalece nuestra fe y esperanza en tiempos de tribulación, Y ayúdanos a mantener viva la llama del amor y la solidaridad.
Amén.
En el año 531, Clotario, el hijo de Clodoveo, que había heredado el reino de los francos, se apoderó de Turingia y para prevenir venganzas o rebeliones, tomó como rehenes a los hijos del rey vencido y entre ellos se encontraba Radegunda de quien se enamoró y luego desposó. La princesa –aunque no lo amaba–, hacía gala de su piedad cristiana, oraba constantemente por él, lo catequizó asumió su papel con decoro y paciencia y supo controlar la tortuosa y voluble personalidad del monarca. Pero la taza se desbordó cuando por causa de una sublevación de los turingios, en el 555, Clotario –como represalia– hizo asesinar al hermano de la reina, quien decidió, entonces, vestir los hábitos religiosos y para conseguirlo le pidió al obispo Medardo su autorización y el prelado –a sabiendas de que se exponía a la venganza del impredecible rey– le dio su bendición y Radegunda se marchó a Poitiers en donde fundó un monasterio (en el que se recluyó de por vida). Pero el rey Clotario, que respetaba profundamente a Medardo, aceptó la voluntad del obispo sin chistar y en adelante le facilitó aún más su labor de evangelización.
Con apenas 10 años, Medardo (nacido a finales del siglo V, en la ciudad de Salency, Francia), fue encomendado a los monjes de un convento cercano a su casa y desde ese momento deslumbró a sus preceptores porque su aguda inteligencia le permitió absorber tanto conocimiento, que hubo un momento en que su erudición superaba a la de sus maestros, especialmente en Sagradas Escrituras, teología y filosofía, por lo que fue ordenado sacerdote antes que sus compañeros. Era aún más sorprendente, la estela de milagros que dejaba a su paso y su santidad basada en la oración, el ayuno y la penitencia, le permitió amansar a los fogosos reyes merovingios a los que siempre mantuvo a raya, mientras extendía su labor evangélica que fue reforzada cuando en el 530 lo nombraron obispo de Vermand, diócesis que trasladó a Noyon y le anexó la de Tournais, en la que reemplazó a san Eleuterio. De su mano, la Iglesia en esa revuelta Edad Media, vivió una época de esplendor en Francia.
Y mientras desarrollaba toda esa labor evangélica, a Medardo le quedaba tiempo para sanar enfermos, aliviar la situación de los pobres y regenerar delincuentes a los que en vez de denunciarlos, los aleccionaba de tal manera que se convertían y muchos de ellos terminaron abrazando la vida religiosa, como ocurrió con los ladrones que ingresaron a su viña y luego de llenar varios costales con racimos, no pudieron encontrar la salida; al otro día, Medardo les regaló las uvas, los condujo hasta la puerta y les dijo que así es el pecado: una vez que se entra en él, es difícil encontrar la salida y entonces ellos de una vez se quedaron en el claustro.
En otra ocasión le robaron su única vaca a la que había colgado una campanilla en el cuello para saber en dónde estaba siempre, pero el ladrón le quitó la campana y por más que trató de silenciarla –la escondió en las alforjas, la llenó de hierba, la enterró–, siguió sonando y acongojado el maleante le devolvió la vaca, con el cencerro al cuello y Medardo amonestó al cuatrero diciéndole que lo que resonaba no era la campanilla sino su conciencia y que para acallarla había que confesar el pecado. Repartiendo su bondad sus milagros y sus bendiciones, murió beatíficamente y de avanzada edad, el 8 de junio del año 560. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Medardo, que nos enseñe a perdonar a los que nos hacen daño.