El Santo del día
25 de junio
Santo Tomás Moro

Oración a Santo Tomás Moro
Oh, Santo Tomás Moro, hoy te recordamos y te pedimos que intercedas por nosotros ante el Señor. Tú, que fuiste un hombre de integridad y firmeza en la defensa de la fe y la justicia, danos la valentía de ser fieles a nuestros principios y valores cristianos. Ayúdanos a ser testigos de la verdad en medio de un mundo que muchas veces se aparta de ella. Inspíranos con tu ejemplo de fortaleza y sabiduría para discernir la voluntad de Dios en nuestra vida. ¡Ay, Santo Tomás Moro, ruega por nosotros!
Amén.
Cuando llegó al pie de la escalera, Tomás Moro le dijo al jefe del destacamento: “Os ruego, señor teniente, que me ayudéis a subir; para bajar ya me las compondré yo solo”; a continuación el verdugo, –al que acababa de regalarle un ángel de oro que colgaba de su cuello– lo decapitó el 6 de julio de 1535, y su cabeza, que fue empalada en el puente de Londres, desapareció esa misma noche porque su hija, Magdalena, pagó a los guardias para que se le entregaran y así la puso a salvo de la ira de Enrique VIII, que la mandó a buscar infructuosamente por toda Inglaterra, pues aún después de muerto santo Tomás Moro, era una amenaza para la conciencia del rey y objeto de veneración del pueblo que inmediatamente lo graduó de mártir. Y es que Tomás Moro era la piedra que el monarca nunca pudo sacar de su zapato, porque cuando el papa Clemente VII, le negó la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón, Enrique VIII se autoproclamó como cabeza de la Iglesia inglesa y el santo que a la sazón era el canciller, prefirió renunciar a su cargo antes que aceptar esa usurpación y se recluyó en su casa. Pero como su silencio hacía más ruido que el coro de los áulicos cortesanos, le exigieron que aceptara la primacía del soberano sobre la iglesia y Tomás Moro afirmó tajantemente que: “Soy buen servidor del Rey, pero primero de Dios”. Por eso lo condenaron a muerte.
Tomás Moore, (Moro en español) nacido el 7 de febrero de 1478, en Londres, realizó sus estudios de gramática, retórica, latín, política, escolástica, humanismo y jurisprudencia, de la mano de John Morton, arzobispo de Canterbury y Lord Canciller del reino, a cuyo servicio entró como paje cuando contaba 14 años; el cardenal, al reconocer su notable inteligencia, su palabra ágil y su encanto personal, no dudó en patrocinar su formación y abrirle las puertas de la corte, en la que recién graduado, litigó algún tiempo. Luego ingresó a un monasterio con la idea de hacerse monje y con los cartujos vivió varios años, pero prefirió abandonar esa incipiente vida religiosa y en 1505 contrajo un primer matrimonio, en el que hubo cuatro hijos.
Gracias a su bien cimentada fama de abogado y a su rectitud moral y ética, accedió al parlamento y a ese cargo le sumó poco después, la designación de juez; su ecuanimidad llamó la atención del rey, quien en adelante le profesó una profunda admiración y respeto y lo convirtió en uno de sus hombres de confianza, entregándole en principio la subprefectura de la ciudad de Londres, luego lo envió al frente de varias embajadas al exterior como su representante personal y por sus logros, fue nombrado caballero, Vicecanciller del Tesoro, rector de las universidades de Oxford y Cambridge y finalmente en 1529, se convirtió (primer laico en varios siglos) en el Lord Canciller del reino, el segundo hombre más poderoso de Inglaterra.
Al tiempo que desplegaba sus dotes de político y humanista, sacó a relucir las de escritor y aparte de ensayos, documentos y comentarios defendiendo la Iglesia ante el embate del luteranismo, escribió su libro cumbre Utopía (obra en la que describe una sociedad pacífica y feliz plena de solidaridad, paz y concordia), una de las más grandes creaciones literarias de la humanidad. Todo marchaba sobre ruedas, hasta que surgió el enfrentamiento de Enrique VIII, con el papado, y al no contar con el apoyo de Tomás Moro –que sin dudas legitimaría su posición ante el pueblo y el mundo– sin miramientos lo condenó e hizo ejecutar dentro de la Torre de Londres. Fue canonizado por el papa Pío XI en 1935, y proclamado en el año 2000, por san Juan Pablo II, santo patrono de los políticos y gobernantes. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a santo Tomás Moro, que nos enseñe a defender nuestra Iglesia, aún con la vida.