El Santo del día
25 de agosto
San Luis Rey de Francia
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Oración a San Luis Rey de Francia
Oh, San Luis Rey de Francia, noble y justo monarca, Guía y protector de tu pueblo con sabiduría y compasión, Intercesor ante Dios, con humildad y entrega, Te invoco en esta plegaria con devoción. Tú que gobernaste con rectitud y paz, Inspirado por la fe y la caridad en tu corazón, Ruega por nosotros ante el trono celestial, Que seamos dignos de seguir tu ejemplo en la oración. En tiempos de aflicción y tribulación, En momentos de duda y confusión, Concede tu bendición y protección, A todo aquel que busque tu intercesión. Oh, San Luis, modelo de justicia y virtud, Concede a nuestras almas serenidad y gratitud, Que en la adversidad no falte nuestra fortaleza, Y en la prosperidad, nuestra humildad y nobleza. Te pedimos, oh Santo Rey de Francia, Que nuestros corazones alcancen la bonanza, Que nuestras acciones reflejen la caridad, Y que vivamos en fraterna unidad. Oh, San Luis Rey, escucha nuestra súplica, Y acompáñanos en nuestro viaje terrenal, Que en nuestra vida, con amor y dedicación, Hagamos el bien y sigamos el camino celestial.
Amén.
Con el respaldo del primer concilio de Lyon, el piadoso rey de Francia Luis IX recibió del papa Inocencio IV, el encargo de dirigir la Séptima Cruzada para desalojar a los musulmanes que se habían tomado a Jerusalén y en 1248 se embarcó con 40 mil soldados y dos mil 800 caballeros con los que, en junio de 1249, se tomó la ciudad de Damieta –a orillas del Nilo– y continuó hacia El Cairo, pero la arremetida de los infieles, más el hambre y una epidemia de escorbuto, diezmaron su ejército y lo hicieron retroceder hacia Damieta, a la que no alcanzó a llegar porque en el camino fue rodeado y apresado por los enemigos. Una vez en cautiverio y enfermo de disentería, salió a flote su serenidad y aplomo diplomático, pues a pesar de ser amenazado no cedió un palmo a las pretensiones de sus adversarios e incluso les dijo que podían disponer de su vida antes que renunciar a su fe (condición impuesta por su vencedor, el sultán Ayubí de Egipto) y se negó a pagar el rescate de un millón de onzas de oro, que pedían por él, pero sí aceptó pagar esa cantidad por la liberación de todos sus oficiales y soldados cautivos. En esas circunstancias se dedicó a orar, a ayunar, a cantar salmos y a atender con devoción paternal a los heridos y enfermos de su tropa a los que bañaba, alimentaba y curaba con sus propias manos. Al poco tiempo su madre Blanca de Castilla, con la ayuda de los nobles del reino y aportes del pueblo francés, reunió la suma pedida y Luis IX y el resto de sus hombres fueron liberados.
Luis IX, nacido en Poissy, Francia en 1214, fue educado por sus padres en un ambiente de observancia estricta de los preceptos católicos, que asimiló con acendrada devoción, y al morir su padre fue coronado en la catedral de Reims, pero como sólo contaba doce años, su madre, la piadosa reina Blanca de Castilla, asumió la regencia de Francia y poco a poco fue impregnándolo de sabiduría, transparencia, equidad, ecuanimidad y misericordia, que el rey practicaba diariamente con los más pobres y desamparados de su reino a los que proveía, invitaba a su mesa y en muchas oportunidades lavaba y besaba sus pies.
Al cumplir 20 años en 1234, tomó las riendas del gobierno, pero mantuvo a su sabia madre como principal consejera y se reforzó al contraer matrimonio con Margarita de Provenza, una virtuosa princesa con la que tuvo once hijos y fue su principal soporte espiritual, con mayor razón tras la muerte de la reina madre. Era tal su probidad, que creó una comisión de inspectores que recorría el país recibiendo las quejas de los ciudadanos contra los abusos de los funcionarios reales; acabó con la usura, los juegos de azar y los duelos de honor; instituyó la cámara de cuentas que debía escrutar el manejo de los fondos públicos; prohibió la guerra entre los señores feudales y para defender a los oprimidos vasallos de éstos, tenía a los mejores abogados de París; abrió un hospicio para 300 ciegos y los hoteles de Dios, en los que albergaba a los abandonados en las calles; construyó la catedral de Saint Denis, fundó la Universidad de la Sorbona y firmó una paz duradera con el rey Enrique III, de Inglaterra, con quien intercambió territorios en disputa desde hacía más de un siglo.
Diariamente invitaba a su mesa a 12 mendigos y a menudo él mismo, les servía la comida y lavaba sus pies. Después de atender los asuntos del Estado, oraba largas horas, ayunaba, mortificaba su cuerpo y hacía periódicamente retiros espirituales con los franciscanos a cuya tercera orden pertenecía como laico. En 1270 se puso al comando de la Octava Cruzada, pero al llegar a Túnez, Luis IX de Francia y buena parte de su ejército contrajeron fiebre tifoidea (por culpa del agua contaminada y las precarias condiciones higiénicas) y después de dictar algunas disposiciones al príncipe Felipe, su heredero, Luis rey de Francia expiró el 25 de agosto de 1270 y fue canonizado en 1297, por el papa Bonifacio VIII. Por eso hoy, día de su festividad, pongamos en práctica las últimas palabras que san Luis Rey de Francia, dijo a su hijo: “Ponte siempre más del lado del pobre que del rico, hasta que averigües de qué lado está la razón”.