El Santo del día
29 de agosto
Martirio de San Juan Bautista

Oración a Martirio de San Juan Bautista
Oh, glorioso San Juan Bautista, martirio sublime de la verdad, mensajero fiel del Señor, que con valentía y humildad, anunciaste la venida del Salvador. En tu vida de renuncia y santidad, fuiste ejemplo de fidelidad y rectitud, bautizando con agua purificadora, preparando el camino del Señor Jesús. Con tu palabra ardiente y poderosa, reprendiste el pecado y la maldad, denunciando la injusticia sin temor, por ello, pagaste un alto precio, en verdad. Tu cabeza fue entregada en bandeja, como ofrenda de amor y sacrificio, por defender la verdad y la justicia, por mantener tu fe sin desprecio. Oh, mártir valiente y escogido, que diste testimonio hasta el final, ayúdanos a seguir tus pasos firmes, a vivir con fe y esperanza, sin cesar. Intercede por nosotros, San Juan amado, ante el trono del Dios Altísimo, que podamos vivir con entrega y amor, y alcanzar el Reino Eterno y glorioso.
Amén.
Herodías, que yacía insinuante y provocativa entre cojines en medio de la amplia cama, aprovechó el nerviosismo de Herodes Antipas, que se paseaba frenéticamente por la habitación pensando en el peligro que representaba Juan el Bautista –quien, según se lo recordó ella–, era su peor enemigo, pues la permanente condena que hacía de su relación adúltera, estaba erosionando su trono y el pueblo sólo esperaba una señal suya para levantarse en su contra. Entonces el confundido Herodes, la miró inquisitivamente y ella, que esperaba esa reacción, se deslizó como una serpiente, al llegar a su lado, le dejó entrever su voluptuoso cuerpo y le susurró al oído: ¡Mátalo y yo te premiaré! El monarca la contempló con deseo, pero al mismo tiempo vio en su mente la cara de ese profeta venido del desierto –que con su voz de trueno sacudía al pueblo judío– y aunque deseaba complacer a su concubina, sintió miedo de ejecutarlo porque su conciencia le remordía debatiéndose entre la amenaza que representaba para su corona, la admiración que sentía por él y el miedo supersticioso a las consecuencias que se derivarían del asesinato de un profeta de Dios, por orden suya. Entonces Herodes Antipas dejó sus preocupaciones para más tarde, pensando que afuera lo esperaban sus invitados para celebrarle su cumpleaños, hizo vestir rápidamente a Herodías y tomados de la mano, acudieron al salón del trono.
Entretanto Juan el Bautista también se paseaba en la penumbra de su mazmorra de la cárcel de Maqueronte y al compás de su andar pausado, meditaba sobre su destino y aunque su tempestuoso corazón se resistía al cautiverio, entendía que su misión ya estaba cumplida y recordaba las palabras que les dijo a sus discípulos, cuando estos se quejaron porque Jesús de Nazaret, al que había bautizado, estaba bautizando al otro lado del Jordán: “El hombre no puede apropiarse nada si Dios no se lo da. Vosotros mismos sois testigos de que dije: Yo no soy el mesías, sino que he sido enviado delante de él. La esposa pertenece al esposo. Pero el amigo del esposo, el que está a su lado y lo oye, se alegra mucho al oír la voz del esposo. Así que mi gozo es completo. Él debe crecer y yo menguar. El que viene de arriba está sobre todos”. A continuación se acostó en el piso húmedo y se quedó dormido.
Mientras el Bautista dormitaba plácidamente, en el palacio la fiesta subía de tono y Herodes tan entusiasmado como sus achispados comensales, se preguntaba cuál sería el regalo sorpresa que Herodías le había prometido. De pronto se escuchó un redoble de tambores anunciando la entrada de una hermosa joven que envuelta en una vaporosa túnica y con la cara oculta tras un misterioso velo comenzó a danzar como una libélula alrededor del intrigado rey e iba dejando regadas sus prendas hasta quedar desnuda y exhausta en medio de la sala. Por último quedó al descubierto su rostro y el lúbrico Herodes, al corroborar que la misteriosa bailarina era su hijastra Salomé, la levantó y observándola lascivamente le dijo (según el capítulo 6 del evangelio de san Marcos): – “Pídeme lo que quieras y te lo daré. Y juró: te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino”. Ella salió y preguntó a su madre: –“¿Qué pido?” Su madre contestó: “La cabeza de Juan el Bautista”. Corrió de nuevo donde estaba el rey, entró y dijo: –“Quiero que me des inmediatamente la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja”. El rey se entristeció mucho, pero no quiso desairarla por el juramento y por los invitados. Inmediatamente el rey mandó a un verdugo que trajera la cabeza de Juan. Todos se quedaron sumidos en un denso silencio.
El beatífico sueño del Bautista, fue interrumpido por el estrépito de la tropa que irrumpió en su celda y con sus ojos acostumbrados a la penumbra vio al verdugo que, espada en mano, se adelantó y al intuir que su hora había llegado ofreció mansamente su cuello y el ejecutor sin mediar palabra, le cercenó la cabeza, la colocó cuidadosamente en una bandeja y la sombría comitiva se la llevó a Salomé, quien con un gesto orgulloso se la entregó a su madre y ésta la exhibió triunfalmente como un trofeo ante los comensales, mientras Herodes apesadumbrado hundía su rostro entre las manos y al cabo de un rato, profundamente abatido, abandonó el salón.
Esta fue la única forma en que pudo ser acallado el precursor, san Juan Bautista: el que brincó en el seno de su madre Isabel, cuando sintió la presencia del Salvador en el vientre de María, durante la visita que la Virgen hizo a su prima; el que preparó el camino del Señor; el que lo bautizó en el Jordán; el único santo al que la iglesia le celebra su nacimiento y su muerte. La voz del que, aunque clamó en la tierra árida del desierto, sembró la semilla de la redención. Por eso hoy 29 de agosto, día en el que se conmemora su martirio, pidámosle a san Juan Bautista, que nos dé valentía para proclamar al Señor Jesús, como nuestro Mesías y Salvador.