El Santo del día
12 de junio
San Juan de Sahagún
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Oración a San Juan de Sahagún
Oh San Juan de Sahagún, modelo de caridad y entrega, tu corazón ardía de amor por los más necesitados. En tus palabras y acciones encontramos el reflejo de la misericordia de Dios. Ayúdanos a ser sensibles a las necesidades de nuestros hermanos, a compartir con generosidad y a vivir en comunión con aquellos que sufren. Que tu intercesión nos inspire a amar sin condiciones y a buscar el bienestar de los demás en todo momento.
Amén.
Justamente esa mañana (en vista de que decenas de personas se apiñaban diariamente a la salida del monasterio para que les hiciera algún milagro y los tumultos ya eran un problema de orden público), el prior le ordenó que se abstuviera de realizarlos tan a menudo y meditando sobre la prohibición, el padre fray Juan de Sahagún, caminaba por las calles de Salamanca, rumbo a una iglesia en la que habría de pronunciar un sermón, cuando –según cuenta el padre Juan de Sevilla, su biógrafo y testigo en su proceso de beatificación– escuchó una voz desgarradora que gritaba. “¡Válgame fray Juan!”, entonces al mirar hacia arriba vio como un obrero empezaba a caer del andamio de una casa en construcción por la que pasaba y entonces con la mano en alto le mandó a detenerse y le dijo: “Espera un poco, que voy a pedir licencia al prior” y el albañil se quedó suspendido en el aire. Al rato volvió y con el permiso del abad, le ordenó que descendiera; balanceándose como una pluma, el operario se posó suavemente en el piso. Y sin mirar atrás, el padre Juan de Sahagún, apuró el paso para no llegar muy tarde a su predicación.
Juan González del Castrillo (nacido el 24 de junio de 1430, en Sahagún, pueblo cercano a Salamanca), desde muy niño se subía a una mesa y le predicaba a sus compañeritos sobre el amor de Dios; en vista de ello, sus padres le confiaron su educación a los monjes de la abadía benedictina de su pueblo, en la que estudió latín, humanidades, filosofía y teología y como para sus maestros era el más aventajado de los alumnos –pero no tenía recursos económicos– se lo recomendaron al obispo de Burgos, Alfonso de Cartagena, que admirado de su talante y talento, se hizo cargo de él y lo llevó de su mano hasta la ordenación sacerdotal, tras la cual lo nombró canónigo de la catedral, pero al poco tiempo el padre Juan de Sahagún, pidió ser transferido a una parroquia pobre, la de santa Águeda, en los arrabales de la ciudad, en la que desarrolló una labor admirable con los desvalidos, pero aún así sentía que debía prepararse más como predicador y se marchó a Salamanca, en donde se perfeccionó y por la brillantez y elocuencia de sus sermones lo nombraron predicador oficial de esa ciudad, pero una penosa enfermedad lo postró y mientras se debatía entre la vida y la muerte, le prometió a Dios que si se curaba, se haría monje y una vez recuperado, ingresó al convento de los agustinos.
A pesar de ser doctor, hacía el aseo del refectorio, atendía a sus compañeros novicios en el comedor y de la misma ánfora, les sirvió vino durante un año, sin que se agotara. Luego fue nombrado prior y aunque cumplía a la perfección con sus obligaciones, la mayor parte del tiempo la pasaba predicando en las distintas iglesias de la ciudad, reconciliaba a los enemigos, oraba toda la noche, dormía una hora y repartía milagros a manos llenas, tantos, que en su proceso de beatificación fueron contabilizados 200.
Alguna vez, un niño estaba a punto de morir dentro de un pozo al que había caído, entonces Juan de Sahagún metió su cinturón que se fue alargando hasta el fondo y el infante aferrado a él, fue izado por el santo; en otra oportunidad le ordenó a una peste de tifo negro que se alejara de la ciudad y al instante cesó la epidemia. Pero no pudo con la maldad de una mujer abandonada por su amante arrepentido, que la dejó, después de escuchar una predicación suya, por eso mandó a envenenar su comida y a consecuencia de ello, san Juan de Sahagún, murió el 11 de junio de 1479 y el papa Alejandro VIII, lo canonizó en 1690. Por eso, hoy 12 de junio, día de su festividad, pidámosle a san Juan de Sahagún, que nos enseña a ser tan obedientes a Dios, como lo fue él.