El Santo del día
19 de marzo
San José
Cuando el ángel terminó de decirle que huyera a Egipto con su familia porque Herodes buscaba al niño para matarlo, José –sin pensarlo dos veces–, tomó al infante y a su mujer y salió con ellos al amparo de la noche, llevando como único equipaje, su fe y su ilimitada confianza en Dios, pues no de otra manera podría entenderse que un hombre sensato y cuerdo, como él, fuera capaz de exponer a su familia a la tenebrosa aventura de atravesar el desierto sin los medios y la protección suficientes. Pero a José le bastaba la promesa –hecha por el ángel–, de que nada les faltaría ni ocurriría, pues fue ese mismo ángel, el que en el momento más angustioso de su vida, cuando se debatía entre abandonar a María o aceptarla como esposa, a sabiendas de que el hijo que llevaba en sus entrañas no era suyo, se le apareció en sueños, lo calmó y le aseguró que esa criatura había sido concebida por el Espíritu Santo y por lo tanto no debía dudar de la pureza y fidelidad de María y aceptarla como un tesoro inestimable que el Padre le encomendaba para su custodia. Y ese mismo ángel, volvió a visitarlo –años después–, para decirle que Herodes estaba muerto y los acompañó de regreso a casa.
Pero es que José, varón probo y prudente –descendiente de David–, siempre estaba dispuesto a cumplir la voluntad divina; por eso al saber que su papel era determinante en la misión que su hijo Jesús debía cumplir para redimir al mundo, no se arredró ante tal responsabilidad y por el contrario la asumió con la discreción y la alegría propia de los justos. Le enseñó un oficio y lo formó de acuerdo con los preceptos religiosos, morales y sociales imperantes en la sociedad israelita, pero se mantuvo a la sombra del infante, excepto cuando su integridad corrió peligro, la vez que Jesús a los 12 años se perdió y entonces revestido de coraje, José recorrió con María a toda Jerusalén durante tres días, hasta encontrarlo en el templo disertando sobre las escrituras con los más encopetados rabinos que lo escuchaban asombrados y aunque el niño protestó tímidamente por su irrupción, impuso su autoridad paterna y se lo llevó a casa sin dilación.
Desde ese momento José desapareció de la escena y siguió realizando su labor educativa y paternal de manera sigilosa y amorosa. Ese silencio suyo, es sin duda el más sonoro de la historia, pues sin pronunciar una sola palabra –de él no se encuentra ninguna en las escrituras–, su labor fue tan resonante que podía percibirse en cada paso que dio Jesús en su vida pública, porque si bien es cierto que era el Hijo de Dios, fue José, su padre terrenal, el canal que utilizó el Padre Celestial para forjarle su naturaleza humana en consonancia con la tradición hebraica. Pero además, José amó incondicionalmente a María, la respetó y protegió, como lo que era: un tesoro inconmensurable que puso Dios a su cuidado.
Por eso hoy 19 de marzo (declarado día de su festividad por Pío IX, en 1847 y luego proclamado, además, Santo Patrono Universal de la Iglesia, por León XIII en 1870), debemos pedirle a san José, que nos enseñe a conservar a la familia, en el temor de Dios y a fortificarla con amor, como núcleo básico de la sociedad.