El Santo del día
4 de abril
San Isidoro de Sevilla
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Avergonzado porque no se creía capaz de equipararse con Leandro, su brillante hermano mayor, que a la sazón era el sacerdote más erudito, elocuente y respetado de Sevilla, el joven Isidoro se escapó de su casa y luego de una larga caminata, llegó a un pozo, se sentó sobre el brocal y le pidió agua a una mujer que en ese momento izaba desde el fondo el balde de madera, para trasvasar el agua a su cántaro; pendiente de su maniobra, Isidoro observaba cómo la cuerda al ser recogida, rozaba la piedra y la permanente fricción –de muchos años–, había labrado una hendidura en la que el lazo se acomodaba y se deslizaba fluidamente, sin salirse de la estría. Entonces Isidoro concluyó que si el frágil cordel con su perseverancia hizo el surco en la roca, con mayor razón él, con tesón y buena voluntad, podría dominar cualquier materia por difícil que fuera. En ese instante se despertó en Isidoro, la avidez de conocimiento que en el resto de su vida, no pudo saciar. Una vez calmada su sed, volvió sobre sus pasos, se presentó ante Leandro, le pidió perdón y se aplicó con tal fruición al estudio, que la historia lo conoce como el “Maestro de la Edad Media”.
Isidoro (nacido en el año 556, en Sevilla, España), era hijo de Severino, un acaudalado y noble hispano-romano, que con su familia se trasladó de Cartagena, su tierra natal, a Sevilla, en donde murió y por eso Leandro, el primogénito, tuvo que hacerse cargo de sus hermanos, todos declarados santos: Fulgencio, que fue obispo de Écija; Florentina, abadesa de varios conventos, e Isidoro, al que después de su escapada, envió a un monasterio en el que el joven se embebió en el estudio profundo de todas las áreas del conocimiento incluidas las Sagradas Escrituras y en la doctrina de los padres y doctores de la iglesia.
Luego de ser ordenado sacerdote, Isidoro se convirtió en la mano derecha de Leandro, que para entonces, ya había sido nombrado arzobispo de Sevilla, fue su secretario en el III Concilio de Toledo y le ayudó en la administración del arzobispado; por eso no fue extraño que al morir su hermano en el año 600, fuera elegido como su sucesor y ello le permitió continuar su obra y ampliarla con la creación del que podría considerarse el prototipo de los futuros seminarios de la Iglesia; fundó varios monasterios y colegios –que en realidad era universidades–; constituyó la biblioteca más completa de la edad media; presidió en el año 633, el IV Concilio de Toledo (en el que unificó la liturgia de toda la península ibérica, prescribió las normas de comportamiento de obispos y sacerdotes e introdujo en el pensum de los seminaristas el estudio obligatorio de medicina, historia, matemáticas y agricultura); extirpó los últimos reductos arrianos y con su proverbial benignidad, misericordia, piedad y mansedumbre, fue durante 36 años, el padre de ricos y pobres; a estos últimos, los protegía de los desmanes que contra ellos cometían los señores feudales y los auxiliaba en todo trance.
Visiblemente preocupado por la pérdida de la mayor parte de la cultura grecorromana, al influjo de las invasiones de las tribus del norte: visigodos, ostrogodos, vándalos etc., Isidoro de Sevilla, –sin descuidar la oración, el ayuno y la perfecta administración de su arquidiócesis–, recurrió a su vastísima erudición, para dejar a la posteridad la obra más colosal y admirable de la edad media, plasmada en su enciclopedia Etimologías, un compendio monumental –que reunió en 448 capítulos, distribuidos en 20 tomos–, todo el conocimiento milenario sobre matemáticas, geometría, arquitectura, griego, latín, gramática, lexicología, retórica, dialéctica, literatura, astronomía, ciencias naturales, agricultura, geografía, historia, arte, derecho, teatro, medicina, música, filosofía y teología.
A la par, Isidoro de Sevilla escribió Las alegorías, que son interpretaciones espirituales sobre diversos pasajes bíblicos, de los cuales 129 pertenecen al Antiguo Testamento y 121 al Nuevo Testamento; las biografías de 91 personajes de la Biblia, e introducciones a cada uno de los libros que componen las Sagradas Escrituras; Cuestiones sobre el Antiguo y Nuevo Testamento, que es un análisis doctrinal sobre ambos textos y publicó muchas obras más.
Al final de sus días, Isidoro de Sevilla se lamentaba de que no le alcanzaría el tiempo para completar lo que aún tenía en mente y por eso continuó redactando febrilmente hasta el día de su muerte, acaecida el 4 abril del año 636, cuando contaba 80 años. Fue canonizado por el papa Clemente VIII, en 1598 y en 1722, el papa Inocencio XIII, lo proclamó: Doctor de la Iglesia. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Isidoro de Sevilla, que no nos deje desanimar en la búsqueda de Dios.