El Santo del día
2 de agosto
San Eusebio de Vercelli
Oración a San Eusebio de Vercelli
San Eusebio de Vercelli, ruega por nosotros, intercede ante Dios con tu poderosa intercesión y ayúdanos a seguir tus virtuosos ejemplos de fe y fortaleza. Oh San Eusebio de Vercelli, siervo fiel de Dios y testigo valiente de la verdad, humildemente te suplicamos que nos colmes con tu sabiduría y nos inspires en nuestras luchas diarias. Ruega por nosotros ante el trono celestial, para que seamos fortalecidos en nuestra fe, renovados en nuestro espíritu y bendecidos con la gracia divina. Que tus virtudes vivan en nuestros corazones y tu amoroso ejemplo nos guíe en cada paso que damos hacia la santidad. Te rogamos que intercedas por nosotros ante el Señor y nos otorgues las bendiciones que buscamos, confiados en tu poderosa intercesión.
Amén.
En el año 355 y por convocatoria del emperador Constancio II, se reunió un sínodo en Milán, en el que los arrianos pretendían juzgar al obispo Atanasio de Alejandría, férreo opositor de esta perniciosa herejía y para defenderlo a él y a la doctrina de la Iglesia católica, el papa Liberio envió como representante suyo al obispo Eusebio de Vercelli, que en plena asamblea, se negó a firmar el acta de acusación y de paso exigió a los concurrentes (todos arrianos, incluido el emperador que presidía la asamblea), que antes de examinar el caso de san Atanasio, los asistentes entonaran el credo niceano (el mismo que pronunciamos en las eucaristías dominicales), lo que equivaldría a una aceptación tácita de la plena divinidad de Jesucristo, lo cual reñiría con el principal postulado arriano que sostenía que el Hijo no era “de la misma naturaleza del Padre” –es decir Dios–, sino una creación suya. Entonces, el enfurecido monarca desenvainó la espada y estuvo a punto de matar al obispo Eusebio de Vercelli, pero se contuvo y optó por desterrarlo a Escitópolis, adonde fue conducido en una jaula pero como el pueblo lo aclamaba a su paso, al llegar, el celoso obispo arriano, Patrófilo, encargado de su custodia, lo hizo arrastrar por las calles, encadenado y medio desnudo; posteriormente fue confinado en una mazmorra y sometido a toda clase de vejaciones.
Más adelante lo trasladaron a Capadocia en las mismas condiciones y tiempo después lo enviaron a la Tebaida Superior, en Egipto, en donde tuvo un respiro, porque lo enclaustraron en un monasterio en el que las privaciones que hasta ese momento había sufrido, le facilitaron el aprendizaje –orientado por los austeros monjes– de las duras reglas monacales que luego puso en práctica en su diócesis de Vercelli, al recobrar la libertad que le otorgó Juliano “El Apóstata”, que subió al trono del imperio romano, en el año 361, tras la muerte de Constancio II.
Al quedar viuda su piadosa madre, Eusebio (nacido en Cerdeña en el año 286), marchó con ella a Roma, en donde después de adelantar su formación básica, fue catequizado y luego de ser bautizado se entregó de lleno al estudio de las Sagradas Escrituras. Dada su inclinación a la vida religiosa, el papa Silvestre I, lo nombró Lector –el primer grado de las órdenes menores– y tras completar todas las etapas de la carrera eclesiástica, el papa Marcos lo ordenó sacerdote en el año 336 y lo envió a Vercelli, ciudad en la que pronto se distinguió por la fuerza de su palabra con la que evangelizó a toda la región y por eso el clero y el pueblo lo aclamaron como su primer obispo, designación que oficializó el papa Julio I, con su consagración episcopal en el año 345 e inmediatamente, Eusebio emprendió la organización de su diócesis, creó las rentas de los pobres, construyó iglesias y capillas en toda su jurisdicción, congregó a sus sacerdotes en su propia casa en la que –convertida en un pequeño seminario– los actualizó en la liturgia prescrita por la iglesia: pautas para la celebración y la administración de los sacramentos, variados métodos de predicación y los preparó para enfrentar al creciente arrianismo que como plaga estaba devorando las entrañas del catolicismo en todo el imperio romano.
Justamente por su profundo conocimiento de las teorías arrianas y la fuerza de sus argumentos para combatirlas, el papa Liberio lo envió al sínodo de Milán para que –en su nombre–, confrontara la poderosa facción arriana que con el emperador Constancio II, como aliado y protector, pretendía acabar con la Iglesia católica y su valiente actuación en el sínodo, le costó a Eusebio varios años de cárcel, exilio, vejaciones de todo tipo y ni así, pudieron quebrantar sus convicciones.
Por el contrario: tras su excarcelación, Eusebio de Vercelli redobló su celo y con Atanasio, promovió la realización del Sínodo de los Confesores de Alejandría, en el que fueron perdonados los obispos arrianos arrepentidos. Además se reafirmaron los principios doctrinales y la asamblea le encomendó a Eusebio de Vercelli, la misión de visitar todas las iglesias de oriente: Antioquía, Capadocia, Macedonia, Iliria y Palestina, con el fin de rescatarlas de las garras arrianas, labor que cumplió al pie de la letra y luego volvió a su amada Vercelli, en donde en medio del regocijo del pueblo, retomó en el año 363, su labor pastoral, renovó sus estructuras y se recluyó con buena parte del clero en su casa convertida en monasterio e hizo que sus sacerdotes adoptaran las prácticas monacales basadas en la contemplación, el ayuno, el silencio, la meditación y la mortificación corporal, pero sin olvidar sus obligaciones parroquiales, e impulsó la creación de las diócesis de Tortona y Novara.
Sin embargo, su paz se vio interrumpida por el llamado de Hilario de Poitiers, para formar un frente común contra el obispo Auxencio, que en Milán, quería imponer el arrianismo y aunque lograron vencerlo, la salud del anciano Eusebio de Vercelli, (golpeada por las secuelas de su cautiverio, hecho que la Iglesia aceptó como argumento valedero para incluirlo en el catálogo de los mártires), se deterioró rápidamente y murió en Vercelli, el 2 de agosto del año 371. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Eusebio de Vercelli, que nos mantenga firmes en la fe de la iglesia.