El Santo del día
16 de agosto
San Esteban, Rey de Hungría
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Oración a San Esteban, Rey de Hungría
Oh, San Esteban, Rey de Hungría, modelo de virtud y sabiduría, te imploramos en este día con humildes corazones. Como líder justo y piadoso, guiaste a tu pueblo hacia la fe y la prosperidad, dejando un legado de amor y compasión. Intercede por nosotros ante el Altísimo, para que podamos encontrar el camino hacia la paz y la unidad en nuestros corazones y en nuestras naciones. Ayúdanos a enfrentar los desafíos con valor y confianza, y a ser generosos con los menos afortunados. Que tu ejemplo de caridad y dedicación inspire nuestras acciones diarias y nos guíe hacia un mundo más justo y compasivo. Amado San Esteban, ruega por nosotros y por todas nuestras intenciones, para que podamos alcanzar la gracia divina y la bendición de Dios.
Amén.
Sin que nadie lo viera, se escurrió disfrazado de aldeano por una pequeña puerta lateral del palacio y se perdió en la oscuridad de las callejuelas de la ciudad de Széquesfehérvár, para escuchar subrepticiamente las quejas y comentarios de la población y ponerse al tanto de los sufrimientos de sus súbditos pobres y –como siempre lo hacía en sus excursiones nocturnas–, llevaba la faltriquera repleta de monedas que distribuiría equitativamente entre los menesterosos de tal forma que ninguno se fuera a casa con las manos vacías. Dado que de sus anteriores expediciones había salido indemne, se confió: esa noche se aventuró temerariamente en el sector más sórdido de la ciudad y desembocó en una plazuela atiborrada de prostitutas e indigentes que fueron haciéndole corrillo y el rey Esteban I, empezó a repartir el dinero. De pronto, un grupo de delincuentes que estaba cerca, se abalanzó sobre él, lo derribó, le quitaron la bolsa, lo molieron a patadas hasta dejarlo inconsciente y al cabo de un rato el monarca recobró el conocimiento, se incorporó con la ayuda de algunos mendigos y tambaleándose retornó al palacio en el que sus guardias y consejeros lo esperaban preocupados. Al verlo llegar, lo reconvinieron por su imprudencia, entonces el maltrecho Esteban le dio gracias a Dios por permitirle sufrir un poco de lo mucho que el Salvador padeció camino de la cruz y les dijo: “Aunque me vuelva a suceder lo mismo, jamás le negaré una ayuda o un favor a nadie si en mí existe la capacidad de hacerlo”. Gracias a esas habituales y solitarias correrías nocturnas, el rey Esteban I, se compenetró con la idiosincrasia de su pueblo y así adquirió la sapiencia suficiente para gobernar con amor y ecuanimidad a la joven e indómita Hungría.
Esteban de Hungría (nacido en Esztergom, en el año 975), era hijo del príncipe Geza de Hungría, quien lideraba una federación de veleidosas tribus magiares que conspiraban permanentemente contra él y con el fin de consolidar su poder, buscó una alianza con Otón, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, que accedió a firmar el pacto pero con la condición de que se convirtiera al cristianismo a lo cual accedió Geza y entonces Adalberto de Praga (que desde hacía algunos años evangelizaba en la región), los bautizó a él y a su heredero Esteban, a quien desde ese momento, Adalberto le impartió una educación que comprendía matemáticas, historia, literatura, retórica, jurisprudencia, lo instruyó en la vida de los santos, en Sagradas Escrituras, filosofía y teología, materias que le abrieron a Esteban la puerta a la plena devoción a la Santísima Virgen, a Jesús Crucificado, a la oración, al ayuno y a la misericordia.
Al morir su padre, en el 997, Esteban (que desde el año anterior se había casado con Gisela de Baviera, hermana del duque de Baviera Enrique II, quien unos años después sería emperador del Sacro Imperio Romano Germánico), ascendió al trono e inmediatamente parte de su familia y los jefes de algunas tribus vasallas, intentaron derrocarlo, pero apoyado por su cuñado sometió a sus enemigos, así se ganó la obediencia de todos los clanes magiares que le prometieron vasallaje, fidelidad y lo reconocieron como el primer rey de la historia de Hungría y ese título fue legitimado por el papa Silvestre II, que le envió una corona especial, y a san Anastasio, para que se la ciñera oficialmente en el 1001, como reconocimiento a la cristianización de todo el reino.
A continuación Esteban de Hungría organizó el país en provincias y al frente de cada una puso a un conde encargado de administrarla e impartir justicia en su nombre; promulgó sabios códigos que regulaban los diezmos, los impuestos, los deberes y obligaciones recíprocas de los señores feudales y sus vasallos y de todos ellos con la Iglesia; dictó severas leyes que castigaban ejemplarmente la usura, el adulterio, el concubinato, el robo, el asesinato y la brujería; creó paulatinamente varias diócesis y arquidiócesis. Así mismo ordenó que por cada diez pueblos se edificara una iglesia y que por cuenta del mismo tesoro real, se proveyeran los templos de libros litúrgicos, ornamentos, cálices, asientos, cuadros, imágenes y a los feligreses les asignó la manutención del sacerdote correspondiente.
Y como si fuera poco, Esteban erigió varios santuarios marianos, entre los cuales la flamante basílica de Széquesfehérvár –ciudad en la que residía el monarca–, con capacidad para nueve mil personas y concluyó el imponente monasterio benedictino de san Martín de Tours (conocido también como la abadía de Pannonhalma, que había comenzado su padre), fundó hospitales; hospicios para ancianos, huérfanos y mujeres abandonadas; abrió una amplia calzada que cruzaba a Hungría, la misma que durante varios siglos fue la ruta más expedita y preferida de los romeros que peregrinaban hacia Tierra Santa y en su recorrido instaló varios hostales en los que los viajeros recibían alimentación y hospedaje gratis.
No obstante la prosperidad y justicia que Esteban proporcionó a su pueblo, su vida se vio ensombrecida porque su único hijo, Emerico, que era su fiel copia (incluso la Iglesia lo declaró beato) y que le garantizaba la continuidad de su modelo, falleció en una partida de caza. En sus últimos años, al quedar sin heredero, Esteban se vio inmerso en oscuras intrigas palaciegas que fueron minando su salud y aunque alcanzó a designar a un sobrino como su sucesor, el 16 de agosto de 1038, murió llorando y pidiéndole a Dios que protegiera a su pueblo y preservara su obra. Por eso hoy, día de su festividad pidámosle a san Esteban de Hungría, que nos enseñe a administrar bien nuestras vidas para la gloria y honra de Dios.