El Santo del día
12 de agosto
San Eleázar
Oración a San Eleázar
Oh San Eleázar, siervo fiel de Dios y ejemplo de santidad, te pedimos tu intercesión en este momento de necesidad. Guíanos con tu sabiduría, fortalece nuestra fe y ayúdanos a vivir con integridad y caridad. San Eleázar, protector de los necesitados y consuelo de los afligidos, extiende tu manto de compasión sobre nosotros y danos fuerza para enfrentar las dificultades de la vida con coraje y confianza. Te rogamos que intercedas ante Dios por nuestras intenciones (menciona tus peticiones personales si así lo deseas). Ayúdanos a ser personas justas y amorosas, dispuestas a servir a nuestros hermanos con generosidad y bondad. Glorioso San Eleázar, te encomendamos nuestras vidas y te pedimos que nos asistas con tu poderosa intercesión.
Amén.
El rey de Siria, Antíoco IV, (Epifanes), frustrado porque los romanos lo sacaron de Egipto a sombrerazos, descargó su ira contra los judíos: se tomó a Jerusalén en el año 169 antes de Cristo, profanó el templo, se robó sus tesoros, instaló altares para Júpiter y dentro de él realizaba fiestas lujuriosas en las que las prostitutas danzaban y en el pórtico sus generales tomaban a las mujeres y yacían con ellas, mientras el pueblo contemplaba estos espectáculos lleno de horror, de impotencia y mucho más, porque algunos de sus notables participaban de los banquetes y hacían sacrificios a los dioses ajenos. A quienes se negaban a seguirle el juego, el tirano los hacía degollar.
Para ablandar al resto de dirigentes que se resistían, Antíoco Epífanes, mandó a traer a Eleázar, un anciano de 90 años, que era considerado la máxima autoridad moral de los judíos, lo invitó a ingerir carne de cerdo, pero él se negó; entonces sus esbirros le abrieron la boca a la fuerza, le introdujeron trozos y al ver que los escupía procuraron convencerlo de que comiera res y la harían aparecer ante los ojos del monarca como si fuera de cerdo, ello para salvar su vida. Entonces, Eleázar, tajantemente les dijo que hacer eso sería una vergüenza, oprobio para su vejez, mal ejemplo para los jóvenes y agregó: “Aunque pudiera escapar de las manos de los hombres, ni vivo ni muerto, podría escapar de las manos de Dios omnipotente. Por tanto renunciaré valientemente a mi vida y me mostraré digno de mi ancianidad”.
A Eleázar (nacido a principios del siglo III, antes de Cristo), que fue uno de los escribas más sabio y respetado por los sacerdotes y el pueblo en general, le tocó en suerte luchar contra la penetración cultural y moral de sirios y egipcios, pues en esa época Israel era la mortadela en el sánduche que se peleaban estas dos potencias por su ubicación estratégica y entonces la clase dominante, para conservar sus privilegios, se plegaba a la voluntad de sus amos de turno y el pueblo liso y llano se veía influido –según fuera el opresor dominante– por la cultura, las costumbres y los dioses de los invasores. Así las cosas, Eleázar trataba vigorosamente de mantener el espíritu de la ley mosaica entre las tribus y actuaba como censor de los dirigentes a los cuales recriminaba por su actitud permisiva y cómplice de los usurpadores.
Su valentía para enfrentarse a Antíoco despertó el nacionalismo de los israelitas, porque tras su muerte muchos judíos siguieron su camino y dieron su vida por defender sus convicciones religiosas, como el caso de las dos mujeres que circuncidaron a sus hijos –a pesar de que esta práctica estaba prohibida–, entonces las desnudaron, las pasearon por toda la ciudad y luego las arrojaron desde las murallas con los infantes atados a sus pechos.
Justamente las últimas palabras de Eleázar: “Dejo a los jóvenes un ejemplo generoso para morir valientemente por las sagradas y santas leyes”, fueron el acicate y bandera que al poco tiempo enarbolaron los macabeos para liderar la revuelta con la que Israel logró sacudirse el yugo de Antíoco IV, restaurar el templo y recuperar su independencia política y religiosa. Por eso hoy, 12 de agosto, día de su festividad, pidámosle a san Eleázar, mártir, que nos dé la fuerza suficiente para nunca renegar del nombre de Dios.