El Santo del día
12 de marzo
San Abraham
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Y mientras subían hacia la cima del monte Moriá, Isaac –con un haz de leña a cuestas–, le preguntaba a su padre que en dónde estaba el cordero del sacrificio, a lo que su padre, Abraham, le respondió. “Dios proveerá, hijo mío”. Una vez levantado el altar, atado el muchacho sobre él y con el cuchillo listo para asestarle el golpe, se escuchó la voz de un ángel que le dijo: “Detente Abraham, no le hagas daño a tu hijo. Ahora sé que temes a Dios”. En esas escuchó el balido de una oveja que estaba enredada en un matorral, la tomó y la sacrificó al Señor. Ese fue el culmen de la fe de Abraham.
Pero es que este patriarca hacía muchos años vivía en las manos de Dios, desde el momento mismo en que –sin conocerlo, realmente–, le obedeció a ciegas, cuando el Señor le ordenó –con 75 años sobre sus espaldas– que abandonara su tierra natal, Ur de Caldea y se fuera a vivir en un territorio desconocido y hostil como Canaán. Luego por fe, creyó al instante, en la promesa que Dios le había hecho de darle un hijo (del que saldría una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo), a pesar de que Abraham tenía cien años y Sara, su mujer, noventa.
Gracias a esa fe incondicional, Abraham tuvo la entereza y confianza suficientes, para negociar con Dios, el número de justos necesarios para salvar a Sodoma y Gomorra y regateó con Él, toda una noche, hasta hacerle rebajar la cuota, a solo un justo, para detener la destrucción de las dos ciudades. Claro que es mayor el mérito de su fe, por el hecho de que Abraham fue el primer ser viviente que le creyó sin cortapisas a Yahvé –el Dios desconocido e innombrable– y se lanzó a sus brazos, protegido únicamente, por el paracaídas de la fe, en contra de la corriente imperante en todos esos pueblos nómadas, que adoraban a muchos dioses.
Por eso desde entonces, todos los pueblos han reconocido a Yahvé como “El Dios de Abraham”. Y en esa condición, se convirtió en el tronco común del que surgieron las tres religiones más importantes de la historia: el judaísmo, (a través de Isaac), el islamismo (derivado de su otro hijo Ismael), y el cristianismo (nacido de Jesús, descendiente de él, a través del rey David). Por eso hoy, 12 de marzo, fecha en la que se celebra su festividad, debemos pedirle a san Abraham, que nos ayude a afianzar nuestra fe de la manera inconmovible como él la experimentó, para que podamos refugiarnos sin miedo en la misericordia de Dios.