El Santo del día
20 de marzo
Profeta San Daniel
Como Susana, la bella y casta esposa de Joaquín, –un rico mercader judío que vivía en Babilonia–, rechazó tajantemente las insinuaciones de los dos lascivos y corrompidos jueces que pretendían acostarse con ella, los venales magistrados la acusaron de haberla sorprendido sosteniendo relaciones sexuales con un joven sirviente de su casa. Reunido el tribunal para juzgarla –por la declaración de ellos–, fue encontrada culpable y condenada a la lapidación, pero cuando era llevada al lugar en el que sería muerta a pedradas, llegó Daniel, que a la sazón era uno de los principales consejeros del rey, y convocó a una nueva audiencia: a los acusadores les preguntó, por separado, en donde había ocurrido el hecho y el primero dijo que bajo una acacia y el segundo afirmó que fue bajo una encina, así demostró la inocencia de la joven que le fue devuelta a su esposo. Precisamente esa sabiduría salomónica de Daniel (un joven de la estirpe real de Israel, que fue llevado a Babilonia como prisionero en el año 605, antes de Cristo), era la que lo había encumbrado en la corte de Nabucodonosor. Dada su capacidad para interpretar los sueños, unos asesores se lo recomendaron al rey para que le descifrara, uno, que sus magos de cabecera no podían desentrañar. Sin saber en qué consistía la visión, Daniel –por revelación divina–, se la describió tal cual al monarca y a continuación le dio la interpretación correcta. Nabucodonosor, maravillado, lo nombró gobernador de toda Babilonia y de su mano, el país, prosperó como nunca antes.
A pesar de que muchos funcionarios y cortesanos intrigaban constantemente para hacerlo caer en desgracia, (como ocurrió cuando lo acusaron de no postrarse ante una estatua gigantesca del monarca, a la que por orden imperial todos debían adorar diariamente y por negarse a hacerlo, fue confinado en una jaula con leones hambrientos). Daniel siempre salía ileso, y así se mantuvo durante muchos años, como gobernador, ministro y consejero de tres reyes más: Belsasar, Ciro y Darío, gracias a la protección de Yahvé, a quien le había entregado su vida y su inquebrantable fidelidad desde niño.
Y muchos otros hechos maravillosos (por ejemplo, el pronóstico que le hizo a Nabucodonosor de que su poder le sería retirado por Dios y viviría como fiera entre las fieras, hasta que reconociera el poder del Altísimo; y en efecto, así ocurrió) ratificaban la comunión que existía entre Daniel y Yahvé. Por eso Daniel fue el israelita más prominente del exilio babilónico por su lealtad para con Dios. Su libro, el de Daniel, (que es aceptado como uno de los cuatro profetas mayores del Antiguo Testamento) es considerado el primero del género apocalíptico, por las revelaciones y profecías que en él hace sobre sucesos futuros, incluido el nacimiento del Mesías y la destrucción de varios imperios. A una avanzada edad, Daniel murió pleno por la labor cumplida, pero apesadumbrado porque no podía descansar en la tierra de sus mayores. Por eso hoy, 20 de marzo, día de su festividad, roguémosle a san Daniel, que nos ayude a ser incondicionalmente leales a Dios, para que todo lo que emprendamos, llegue a feliz término.