La Gracia de Dios
En el camino que recorremos para encontrar o fortalecer la espiritualidad nos encontramos con innumerables obstáculos que pueden desviarnos de nuestro objetivo, que nos impide percibir la presencia y Gracia de Dios en nuestra vida, ese gozo que nos llena de plenitud el alma, el sentimiento tan anhelado que todos queremos experimentar.
Como católicos sabemos que tener a Dios a nuestro lado, en todo momento nos da la seguridad para enfrentar con paso firme y determinante todas esas dificultades que a veces nos hacen dudar de su amor, pero la clave está precisamente en eso, en no desconfiar de Él y tener plena certeza que los malos momentos son pasajeros, que suceden porque así funciona la vida, porque nada puede ser perfecto y estamos en un constante aprendizaje espiritual que nos conduce hacia Jesús.
Confiemos en Él, en su infinita bondad, en que permanentemente se comunica con nosotros, que contamos con su presencia desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir. Hoy nos habla en Canta y Ora a través Otto Bermúdez que con sus oraciones y canciones nos invita a ser agradecidos con Dios, por permitirnos vivir un día más, por concedernos la gracia de caminar a su lado, por no dejarnos solos cuando más necesitamos de su presencia, por darnos cobijo bajo su manto sagrado.
“La Biblia siempre asimila el desierto con soledad, incluso con la muerte, pero hay una frase que nos llena el corazón completamente y es saber que aunque nunca vas a quitar el desierto siempre vas a ayudar a atravesarlo”. Con esta oración Otto nos confirma lo que Dios nos ha demostrado, lo que sabemos en nuestro corazón y es que Jesús en su infinita misericordia nunca nos abandona.
Así pues, la Gracia de Dios espera nuestra llamada, es esa respuesta que estábamos esperando, es la extensión de su generosidad con la humanidad para que vivamos en plenitud la vida eterna, para que nos sintamos más cerca de Él y del Espíritu Santo y que esos dones que nos concedió los podamos seguir aplicando en obediencia según sus mandatos, pero sobre todo para que podamos ser merecedores de llamar a Dios nuestro padre y seamos dignos de ser llamados sus hijos.
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