Jesús me encuentra y sana mis heridas
Los encuentros con Dios no son casualidad, Él acude a nosotros aun cuando no lo esperábamos, ni sabíamos que lo necesitábamos, pero es nuestro padre y conoce nuestro interior más que nosotros mismos. Dios sabe quiénes somos en realidad, lo que guardamos en el corazón, nuestras heridas más profundas y está dispuesto a sanarlas para liberarnos de esa carga que tanto nos angustia.
No podemos olvidar que somos frágiles ante la grandeza del Señor, que nuestra vida es de Él y debemos postrarnos a sus pies como ofrenda de nuestro amor imperfecto, en gratitud por todas las bendiciones recibidas, por curar las penas que nos afligen el alma y el corazón para después renovarnos en espíritu.

La vida misma nos ha demostrado que es difícil, injusta, cruel y como humanos desfallecemos, nos desilusionamos, flaquea nuestra fe y hasta olvidamos que Dios siempre está con nosotros porque no lo sentimos cerca y creemos que el barco en que navegamos se hunde, pero en el fondo de nuestro ser sabemos que Dios está ahí, porque Él no nos abandona, porque a pesar de lo resquebrajados que estamos Dios nos recibe con amor, porque su luz siempre será nuestra guía para llegar a su encuentro.
“…Padre, tú eres el de la iniciativa, hoy reconozco Señor que yo no te estoy saliendo a buscar, tú anhelabas encontrarme y con cuerdas de amor, con lazos de ternura me atraías Señor, me llevas al desierto y le hablas a mi corazón amado mío y allí descanso en la firme esperanza y convicción de saberte mi Dios, mi rey, mi señor, aquel que todo lo puede y tiene mi vida en sus manos.” Con estas palabras Jael, el orador de hoy nos invita a reconocer que tenemos necesidad de Dios, de escuchar su palabra, de vivir según su voluntad, porque aunque nos creamos omnipotentes, solo Él lo es y lejos de su amor sentimos miedo, porque es la fuerza que nos impulsa a mejorar, es la razón de sentir alegría al tener el alma y el corazón tranquilos , porque hay que admitirlo, estábamos perdidos hasta que se cruzó en nuestro camino.