El Santo del día
19 de abril
Santa Inés De Montepulciano

Una vez terminadas las Vísperas, se apresuró a encerrarse en su austera celda, se arrodilló y comenzó a orar con tal fervor, que sin darse cuenta, pasó la noche en vela en la misma posición y cuando en la mañana –en vista de que no salía con la presteza de siempre–, la abadesa fue a buscarla, y al trasponer el umbral, la encontró embebida en su meditación; aunque la llamó varias veces por su nombre, no respondió, entonces la sacudió hasta que Inés de Montepulciano reaccionó y exultante de gozo se encaminó hacia la catedral en donde todas las monjas ya la esperaban. Con su llegada comenzó la anhelada ceremonia en la que ella y varias novicias más, debían hacer su profesión religiosa. Cuando le tocó el turno, Inés de Montepulciano se adelantó hasta el altar en el que la aguardaba el obispo y al pronunciar sus votos, una abundante lluvia de copos blancos –semejantes al maná–, que empezó a caer milagrosamente, transformó su tosco hábito en una resplandeciente capa albina y en poco tiempo, se formó una mullida alfombra que abarcó toda la iglesia; al mismo tiempo, el ambiente se impregnó de un delicado aroma que solamente desapareció cuando Inés de Montepulciano salió del templo.
Desde su más tierna infancia, Inés Segni (nacida el 28 de enero de 1268, en Gracciano Vechio, junto a Montepulciano, Italia), aprendió a orar y pasaba la mayor parte del día rezando con tal fruición, que a sus padres les costaba convencerla para que comiera y durmiera. Por eso ante su insistencia, sus padres le concedieron permiso para ingresar a un convento en el que la pobreza absoluta era su principal regla y por ello las monjas vestían un tosco hábito al que la gente despectivamente llamaba “El Saco”. En poco tiempo la pequeña Inés, con su devoción, obediencia y observancia rigurosa de las duras reglas del claustro, se convirtió –cuando apenas contaba nueve años–, en referente y ejemplo para las monjas adultas y por eso, seis años más tarde, después de profesar sus votos la hermana Margarita, su maestra, a la que le habían encomendado la apertura de un monasterio en Proceno (una población cercana a Orvietto), se la llevó como su asistente y en esta misión, sor Inés de Montepulciano, –apellido con el que la conoce la historia–, demostró su innata destreza y autoridad para organizar y administrar.
Así las cosas, cuando su tutora regresó a su sede, la hermana Inés de Montepulciano, con escasos quince años, fue nombrada superiora del nuevo convento, lo que de hecho la convirtió en la abadesa más joven de la historia de la Iglesia, y sorprendentemente cientos de muchachas atraídas por su carisma, vistieron el hábito dominico, Orden a la que adhirió su claustro. En los siguientes 23 años, dirigió ese cenobio con precoz sabiduría, acrisolada discreción, tierna firmeza y era el vivo ejemplo de sus monjas porque siempre realizaba las tareas más duras, les servía con humildad, lavaba sus pies, sólo comía pan y agua, dormía en la celda más estrecha sobre el frío suelo –aun en invierno– y usaba un tronco como almohada. A pesar de que no contaba con recursos para el sostenimiento de la comunidad, la despensa siempre estaba llena y los alimentos alcanzaban, además, para calmar el hambre de los desvalidos que nunca faltaban en la puerta.
Dado que la fama de su santidad se extendió por todas partes, sus paisanos le pidieron con vehemencia que fundara otro convento en su ciudad, petición a la que accedió Inés de Montepulciano y en 1306, abrió sus puertas el convento de Montepulciano, en el que se quedó definitivamente. Rodeada del apoyo y fervor de sus conciudadanos, en el claustro floreció la fe y reverdecieron las vocaciones porque alrededor de Inés de Montepulciano se suscitaban milagros a granel. Sus permanentes éxtasis, raptos místicos, coloquios con Jesús y la Virgen María, la luminosidad que irradiaba, el aroma que emanaba su cuerpo y las rosas que florecían espontáneamente en donde se arrodillaba Inés de Montepulciano, atrajeron a peregrinos de todo el país que acudían a ella en pos de salud, consejo, consuelo, dirección espiritual y a pesar de su humildad y discreción, siempre recibía a todos por igual.
Naturalmente que su austera vida llevada al extremo la fue debilitando hasta que el 20 de abril de 1317, santa Inés de Montepulciano, murió apaciblemente a los 49 años en su amado convento de Montepulciano. Fue canonizada por el papa Benedicto XIII, en 1726. Por eso hoy, 19 de abril, día de su festividad, pidámosle a santa Inés de Montepulciano, que fortalezca nuestro amor a Jesús Crucificado.
Oración a Santa Ines
Oh Santa Inés de Montepulciano, intercede por nosotros ante el Señor y ayúdanos a perseverar en nuestra fe. Tú que fuiste una joven humilde y piadosa, que entregaste tu vida a Dios y fundar un convento para mujeres, danos la gracia de seguir tu ejemplo y vivir con generosidad y entrega. Oh Santa Inés de Montepulciano, protégenos de todo mal y danos la fortaleza para enfrentar las pruebas y dificultades de la vida. Te pedimos que intercedas por nosotros ante el Señor nuestro Dios, y que nos concedas la gracia de vivir en su amor y seguir sus mandamientos. Amén.