El Santo del día
30 de agosto
Beato Tomás de Kempis
Oración a Beato Tomás de Kempis
Oh, Beato Tomás de Kempis, siervo fiel del Señor y guía espiritual, te invocamos con humildad y devoción en este momento de oración. Tú, que con tus sabias palabras y profundo conocimiento de la fe, nos has dejado un legado invaluable en «La Imitación de Cristo», acércanos a la presencia del Amado y acompáñanos en nuestro camino. Oh, fiel discípulo de Jesús, que supiste abrazar la cruz con amor, enséñanos a llevar nuestras cargas con paciencia y confianza en Dios. Bendito Tomás de Kempis, ejemplo de humildad y santidad, ruega por nosotros ante el trono del Altísimo, intercede por nuestras necesidades. Que podamos seguir tus pasos en la búsqueda de la unión con Cristo, en la oración constante y en la entrega total a la voluntad divina. Beato Tomás de Kempis, intercede por nosotros ahora y siempre.
Amén.
Aunque su anhelo al pedir su traslado para el monasterio de Agnettemberg en Windesheim, era dedicarse por completo a la contemplación, la oración y la escritura, al llegar, su hermano Juan de Kempis –a la sazón prior del convento–, le pidió que se pusiera al frente de la incipiente construcción y Tomás de Kempis, aceptó el encargo y emprendió la ardua tarea de dirigir el proyecto: así como revisaba planos, hacía los ajustes necesarios, dirigía a los arquitectos, maestros de obra, trabajaba sobre los andamios con los obreros hombro a hombro y suplía en cualquier labor a los enfermos o a los que desertaban; siempre conseguía milagrosamente los recursos que necesitaba en el momento justo, sin que sus superiores y compañeros pudieran explicarse cómo lo hacía. Además a Tomás de Kempis le alcanzaba el tiempo para orar durante buena parte de la noche. Antes de despuntar el sol, ya estaba trabajando en la construcción y cuando llegaban sus compañeros les tenía listas las tareas que cada uno debía cumplir, pero se guardaba para sí, las más dispendiosas. Lo cierto del caso es que el edificio fue concluido en 1406, mucho antes de lo calculado, y aunque todos estaban admirados de su labor, él discretamente se perdió de la vista de los demás, se recluyó en su celda y por fin pudo cristalizar su sueño de dedicarse de lleno a la oración, la meditación, la escritura y a culminar su noviciado.
Tomás Hämerken (nacido en Kempen, Alemania en 1380), era miembro de una familia de artesanos piadosos, por lo que su formación básica se ciñó a los acendrados valores cristianos recibidos de su madre quien, para estimular su vocación religiosa, lo mandó a estudiar a la ciudad holandesa de Deventer, cuando contaba trece años, pero al llegar se enteró de que su hermano Juan, que residía allí desde hacía dos años y formaba parte de una asociación llamada “Los hermanos de la vida común” (cuyos miembros vivían en comunidad como los primeros cristianos, es decir: ejercían el trabajo solidario, los bienes eran comunes, no vestían hábito y permanecían en oración y evangelización constante), había sido comisionado por sus superiores para fundar en Windesheim, un monasterio en el que sus monjes vivirían de acuerdo con la regla de san Agustín, y además observarían los mismos postulados de la “Devoción moderna”, como también se llamaba la filosofía de los “Hermanos de la vida común”.
Aunque quiso seguir las huellas de su hermano, Tomás fue recibido en la cofradía con la condición de que antes debía adelantar los estudios exigidos a los postulantes. En ese lapso se destacó como alumno modelo: cursó todas las materias de humanidades con notas sobresalientes, se convirtió en experto copista y por serlo, se encargó de transcribir los tratados, pensamientos y citas de los padres y doctores de la Iglesia, hizo varias versiones de la Biblia, una de ellas compuesta por cinco tomos. Al cabo de siete años, tras completar su preparación, en 1399 y con profundos conocimientos sobre las Sagradas Escrituras y las obras de los grandes pensadores de la Iglesia, recibió autorización para trasladarse a Windesheim, en donde su hermano Juan –prior del convento–, le encomendó la construcción del monasterio agustino de Monte Santa Inés de Agnettemberg, que concluyó cinco años después y entonces pudo por fin vestir el hábito agustino.
Una vez ordenado sacerdote en 1413, el beato Tomás de Kempis –apellido con el que lo conoce la historia y que se deriva de su ciudad natal– fue nombrado maestro de los novicios y entonces echó mano de las reflexiones (que venía escribiendo como un diario desde hacía tiempo) y con ellas, más las que iba plasmando cada noche, preparaba a sus alumnos y así fue dándole forma a su obra cumbre: La imitación de Cristo, libro que tardó toda su vida en concluir y que más de quinientos años después sigue siendo el manual místico de todos los religiosos de la Iglesia católica y se calcula que desde su aparición se han hecho, en promedio, seis reediciones anuales. En ese aspecto, solo es superado por la Biblia.
Aunque ésta es su creación más reconocida, el beato Tomás de Kempis escribió otros opúsculos (El jardín de las rosas, El valle de los lirios, Los diálogos de los novicios, La crónica de Agnetemberg, Soliloquio del alma, Verdadera sapiencia, Encarnación y vida de nuestro señor Jesucristo y La vida de santa Liduvina), que sin ser tan populares, son verdaderas joyas místicas. Y esta prolífica producción del beato Tomás de Kempis, es el reflejo de una rica vida interior que cultivó durante más de 65 años y concluyó el 30 de agosto de 1471, cuando murió en olor de santidad. Fue beatificado por el papa san Pío X en 1908. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle al beato Tomás de Kempis, que nos enseñe a imitar a Cristo.