El Santo del día
21 de agosto
San Pío X
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Oración a San Pío X
Oh glorioso San Pío X, Papa santo y humilde, que guiaste a la Iglesia con sabiduría y santidad durante tu pontificado, te encomendamos nuestras peticiones y necesidades. Intercede ante Dios por nosotros y por todo el mundo, para que podamos vivir una vida de fe profunda, esperanza firme y caridad sincera. Ayúdanos a crecer en la humildad, la obediencia y la fidelidad a los mandamientos de Dios. Te rogamos que nos concedas la gracia especial que tanto necesitamos en este momento (puedes mencionar aquí tu intención particular). San Pío X, amigo de los pobres y defensor de la verdad, ruega por nosotros y por todos aquellos que buscan la salvación de sus almas.
Amén.
El nombre del cardenal Mariano Rampolla del Tíndaro sonaba por toda la ciudad, los diarios tenían su foto en las portadas, los curiosos que atiborraban la Plaza de San Pedro, cuchicheaban sobre sus cualidades y defectos y aunque una buena parte de los cardenales reunidos en cónclave se inclinaban por él, para suceder al recién fallecido León XIII, al cabo de tres días de votaciones aún no alcanzaba la mayoría necesaria. Cuando se estaba despejando el panorama para su elección, el cardenal de Cracovia Jan Puzyna presentó una carta del emperador austrohúngaro, Francisco José I, en la que –acudiendo a su derecho al veto, una antigua norma que aunque en desuso era legal– se oponía a este nombramiento. Así las cosas, Rampolla declinó su aspiración y entonces los ojos de los electores se fijaron en Giuseppe Sarto, patriarca de Venecia, un cardenal modesto y bonachón que siempre pasaba inadvertido. Aunque él llorando les suplicó que no lo eligieran, fue aclamado el 4 de agosto de 1903 y como tuvo que aceptar contra su voluntad, escogió el nombre de Pío X, porque –según explicó después–, todos los papas que se llamaron así, tuvieron que sufrir por la Iglesia y Giuseppe Sarto presentía que su papado sería un lecho de espinas, en vista de la laxitud moral, la apatía religiosa, el espíritu hedonista y los vientos de guerra que soplaban a comienzos del siglo XX. Y no se equivocó.
Giuseppe Melchiore Sarto, nacido en Riese, Italia, el 2 de junio de 1835, en el seno de una familia pobre, perdió a su padre a muy temprana edad y aunque quiso dejar sus estudios para ayudar en la manutención de sus ocho hermanos, su madre se opuso rotundamente y así pudo de la mano del párroco de su pueblo Tito Fusarini, aprender latín y terminar sus estudios básicos en el gimnasio de Castelfranco-Véneto, del que por sus méritos, salió becado para el seminario de Padua y allí se graduó con honores en filosofía y teología. Con una dispensa especial, porque solo tenía 23 años, fue ordenado sacerdote en 1858 y enviado a Tómbolo, en donde ejerció como párroco nueve años, al cabo de los cuales lo nombraron canónigo de la catedral de Treviso, más adelante rector del seminario de la ciudad, luego canciller de la curia y en noviembre de 1884, lo consagraron obispo de Mantua. Por su fecunda labor al frente de esta diócesis, recibió el capelo cardenalicio el 12 de junio de 1893 y tres días después el papa León XIII, le encomendó el patriarcado de Venecia, en donde se mezclaba con la gente y la catequizaba en las mismas calles en las que socorría a los desvalidos, con lo cual se ganó el afecto de los venecianos y el respeto de la Iglesia. Por todo eso fue elegido papa, tras la muerte de León XIII.
Una vez electo, san Pío X, sin perder su dulzura ni su humildad, proscribió la intromisión del poder temporal en la elección de los papas, emprendió una enconada cruzada contra el laicismo radical y el modernismo que pretendía descalificar algunos dogmas; condenó la separación de la Iglesia y del estado que había decretado el gobierno de Francia y recuperó el derecho natural del pontífice para elegir y designar los obispos franceses y administrar las propiedades de la iglesia en ese país.
Pío X determinó también que todos los católicos podían comulgar diariamente y autorizó la primera comunión a los siete años –edad en la que consideraba que los niños ya tenían uso de razón–; promovió la instrucción religiosa en los colegios y escuelas; ordenó la reforma y codificación de toda la ley canónica; incrementó el número de diócesis, vicariatos y prefecturas en todo el mundo; promulgó un nuevo catecismo; restauró el Vaticano y trató de mediar entre las potencias cuando estaba a punto de estallar la Primera Guerra Mundial, pero sus esfuerzos fueron estériles y no pudo encajar ese duro golpe, pues el 21 de agosto de 1914, dos meses después del comienzo de la guerra, Pío X murió desolado. Fue canonizado por el papa Pío XII, en 1954. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Pío X, que conserve intacta nuestra fe.