El Santo del día
14 de agosto
San Maximiliano Kolbe
Oración a San Maximiliano Kolbe
Oh, San Maximiliano Kolbe, santo valiente y generoso, Intercesor ante Dios, escucha mi humilde ruego. Tú que entregaste tu vida por amor al prójimo, En los campos de la muerte, mostraste un corazón amable. Con tu ejemplo de caridad y sacrificio desinteresado, Enseñaste al mundo el poder del amor verdadero. Hoy, en mi necesidad, acudo a ti con fe y devoción, Pidiendo tu intercesión, tu guía y tu protección. Oh, amado santo, patrono de los prisioneros y necesitados, Imploro tu ayuda en esta hora de dificultad. Intercede ante Dios, nuestro Padre misericordioso, Para que escuche mi súplica y atienda mi oración. Ayúdame a vivir con valentía y compasión, A seguir el ejemplo de Cristo, el Salvador. Fortalece mi fe y renueva mi esperanza, Para enfrentar con coraje cualquier desafío que avance. Oh, San Maximiliano Kolbe, amigo fiel y celestial, Te encomiendo mis anhelos, mis penas y alegrías. Que tu intercesión obtenga las bendiciones que necesito, Según la voluntad de Dios, así sea siempre.
Amén.
Cuando el sol empezaba a declinar sobre el trigal –en el que estaban recolectando la cosecha– y con él se alejaba el sofocante calor y descansaba el látigo, sonó el esperado pitazo que les indicaba a esa partida de espectros humanos, que por ese día había terminado el tormento, pero luego del conteo, los guardias notaron que faltaba uno, e inmediatamente emprendieron su cacería y a los demás, los confinaron rápidamente en las cercanas barracas de Auschwitz. Como no pudieron encontrar al fugitivo, al otro día todos los integrantes del bloque 14, fueron filados en la mitad del campo y al mediodía, el comandante Fritz anunció que diez prisioneros escogidos al azar, serían ejecutados. Entre ellos fue seleccionado el sargento polaco, Franciszek Gajouniczek, quien al dar un paso al frente musitó entre sollozos: “Adiós esposa mía, pobres hijos míos”. El padre Maximiliano Kolbe, que estaba a su lado y escuchó sus palabras, se adelantó y le dijo al coronel: “Soy sacerdote polaco; soy anciano; –y señalando al sargento, continuó– quiero tomar su lugar porque él tiene esposa e hijos”. Fritz lo observó con mirada glacial y asintió; el padre ocupó su lugar y con los otros nueve fue conducido al sótano de la muerte; antes de cruzar el umbral dio la vuelta, con una amplia sonrisa bendijo a sus compañeros y luego desapareció para siempre.
Raimundo Kolbe (nacido el 8 de enero de 1894, en Polonia), recibió de sus padres la profunda devoción que ellos le profesaban a la Virgen de Zcestochowa –patrona de Polonia– y ello lo indujo a abrazar la vida religiosa a los 16 años. Para el efecto, ingresó en 1910 al seminario franciscano de Lvov, y cambió su nombre por el de Maximiliano de María. Dos años después en vista de su inteligencia, humildad y devoción, fue enviado a Roma en donde obtuvo los correspondientes doctorados en teología y filosofía y fue ordenado sacerdote en 1918. Ya en ese momento, la Milicia de la Inmaculada que había fundado en 1917, para fomentar la devoción a la Inmaculada Concepción, estaba lo suficientemente madura como para ser replicada en Varsovia a donde retornó en 1919, e inmediatamente fundó El caballero de la Inmaculada una publicación mensual que en 1939 alcanzó el millón de ejemplares, pero para llegar a este tope, el padre Maximiliano Kolbe desarrolló un ambicioso proyecto llamado la Ciudad de la Inmaculada, en un terreno cedido por el príncipe Juan Dukro, situado a 40 kilómetros de Varsovia, en el que construyó una amplia infraestructura que ya en pleno funcionamiento, albergaba a más de 700 personas entre monjes, novicios, seminaristas, sacerdotes, impresores, médicos, odontólogos, agricultores, albañiles, mecánicos, sastres, jardineros y bomberos, dedicados a la evangelización, a la publicación de varios periódicos y a una labor social sin precedentes con los más pobres y desvalidos de la región.
En 1931 Maximiliano Kolbe viajó como misionero a Japón y tres años después ya estaba funcionando en Nagasaki, otra Ciudad de la Inmaculada. A su regreso a Polonia en 1936, Maximiliano Kolbe, a través de su revista, expandió su radio de acción a todo el país. Fue cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial y los nazis, que invadieron a Polonia en 1939, destruyeron buena parte de su Ciudad de la Inmaculada, lo apresaron con algunos de sus colaboradores y a los pocos días lo liberaron. Entonces Maximiliano Kolbe reconstruyó lo que pudo y continuó con su labor como si nada, hasta que en febrero de 1941 fue capturado de nuevo, llevado a Auschwitz y allí sometido a los más crueles tratos.
A pesar de que padecía tuberculosis, Maximiliano Kolbe jamás se quejaba, consolaba a todos y hacía el trabajo de los más débiles y enfermos, hasta que el 3 de agosto, cuando salvó la vida del sargento polaco, fue encerrado en el sótano de la muerte y condenado a morir de hambre y de sed, pero aguantó estoicamente hasta el 14 de agosto de 1941, día en el que, en vista de que aún estaba vivo, le aplicaron una inyección de cianuro. Fue canonizado en 1982, por el papa san Juan Pablo II. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Maximiliano Kolbe, que nos enseñe a sacrificarnos por los demás.