El Santo del día
11 de agosto
Santa Clara de Asís
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Oración a Santa Clara de Asís
Oh, Santa Clara de Asís, luz brillante y guía celestial, Tu fe inquebrantable y amor por Dios son un ejemplo a seguir. Con corazón humilde y alma pura, te entregaste sin vacilar, A la vida de pobreza y servicio, en tu camino de paz y caridad. Oh, Santa Clara, protectora de los necesitados y afligidos, Escucha nuestras plegarias y súplicas con tu oído compasivo. Intercede ante el trono divino, con tu voz tierna y fervorosa, Para que se derramen bendiciones, sobre aquellos que en ti confían. Oh, Clara de Asís, amante de la naturaleza y la creación divina, Ruega por nosotros, para que sepamos cuidar de este mundo y su belleza genuina. Que en cada paso que demos, en cada elección y decisión, Sigamos el ejemplo de tu entrega y dedicación. Concede, Santa Clara, la fuerza para enfrentar las pruebas de la vida, Y la sabiduría para encontrar siempre la paz en medio de la adversidad. Que tu amorosa presencia nos acompañe en cada día, Para ser luz en la oscuridad y esperanza en la adversidad. Oh, Santa Clara de Asís, escucha nuestras peticiones con bondad, Y guíanos por el sendero de la fe, la esperanza y la caridad.
Amén.
Ese 18 de marzo de 1212, su padre Favorino Offeduccio, se paseaba inquieto por la habitación y le reñía a su esposa Ortolana, porque asumía que ella tenía algo que ver con la huida de Clara y le preguntaba con acritud sobre adónde habría ido su hija y aunque ella le respondía que no sabía, él dudaba de su sinceridad. En esas entró uno de los criados y le dijo que Clara había sido vista en las cercanías de la Porciúncula, la pequeña iglesia que regentaba Francisco de Asís y entonces los peores temores de Favorino se confirmaron: su obstinada hija se vestiría de religiosa, cumpliendo el anuncio que le había hecho cuando él pretendió casarla y ella respondió que su esposo era Nuestro Señor Jesucristo. En ese mismo momento, Francisco le cortaba su hermosa cabellera, le imponía un manto basto, Clara pronunciaba sus votos perpetuos de castidad, pobreza y obediencia, vestía un tosco sayal y se despedía del mundo. Por seguridad la trasladó al convento de las Benedictinas de San Pablo, de donde intentó rescatarla su padre, pero la firmeza de la nueva monja se impuso y tras pasar unos cuantos días en el otro monasterio benedictino de Sant’ Ángelo in Panzo, fue llevada finalmente a la pequeña casa aledaña a la iglesia de san Damián, que Francisco había reconstruido con sus propias manos y nunca más volvió a salir de allí.
Clara Offeduccio (nacida en Asís, Italia, el 16 de julio de 1194), fue desde muy pequeña la más pura muestra de piedad y devoción a la Virgen Santísima y a la Pasión de Cristo y no cesaba de hablar del amor de Dios, con todo el mundo y en todas partes. Cuando ella contaba doce años, el apuesto hombre de mundo, Francesco Bernardone, escandalizó la ciudad tras renunciar a todo en medio de la plaza, entregarle hasta la ropa a su padre y convertirse en el más pobre de los pobres. La curiosidad que en principio sintió Clara por ese poverello, se fue transformando en una creciente admiración, que despertó en ella la necesidad de imitarlo y luego de escucharle una conmovedora predicación, –en la que Francisco insistía sobre el imperativo de renunciar a las riquezas, a los bienes materiales y a uno mismo para poder encontrar y seguir a Jesús–, se reforzó su deseo y ahí fue cuando se presentó ante él y se despojó de sí misma. Con su hermana Inés, que la siguió, cuando todavía estaba en Sant’ Ángelo in Panzo, le dio vida a la Orden de las Damas Pobres –o Clarisas–, con la dirección de Francisco –que escribió las reglas, que eran las mismas de su orden– y muy pronto se le unió su otra hermana Beatriz y más adelante su madre Ortolana.
A pesar de su renuencia, Francisco la nombró abadesa y Clara que aceptó por obediencia, se mantuvo al frente de la congregación por más de 40 años durante los cuales tuvo que luchar para que la regla de oro –pobreza absoluta–, fuera aceptada por los papas, lo cual obtuvo de Inocencio IV, de manera definitiva poco antes de morir. Entretanto sus hermanas (a las que atendía, servía, lavaba y besaba los pies cuando retornaban de pedir limosna), se dedicaron a fundar conventos en las penínsulas itálica e ibérica, en Francia y en el resto de Europa (hoy son 18 mil clarisas, repartidas en mil 248 monasterios en todo el mundo). Por su parte Clara, en lo más recóndito de su monasterio de san Damián, oraba, ayunaba, hacía penitencia y alejaba a los enemigos de Asís, como cuando una horda de musulmanes en 1241, intentó invadir el convento y al salir ella con la custodia, se llenaron de pavor. A pesar de que estuvo postrada en cama durante 27 años, nunca dejó de dar ejemplo de austeridad, recogimiento y amor a Dios, hasta que el 11 de agosto de 1253, fue vencida por las secuelas de una vida de ayuno, penitencia y mortificación corporal y murió en medio de la veneración de sus hijas espirituales y del pueblo de Asís que la lloró varios días. Fue canonizada por el papa Alejandro IV, en 1255. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a santa Clara de Asís, que nos enseñe a desechar las riquezas de la tierra, para hacer tesoros en el cielo.