El Santo del día
10 de agosto
San Lorenzo, Mártir
Oración a San Lorenzo, Mártir
Oh San Lorenzo, mártir valiente y servidor fiel de Dios, acudo a ti con humildad y confianza en tu poderosa intercesión. Tú, que soportaste con coraje y amor el tormento del fuego por amor a Cristo y a su Iglesia, te suplico que me concedas tu valentía y fortaleza en los momentos difíciles de mi vida. San Lorenzo, patrón de los diáconos y de todos los que sufren persecución, te ruego que intercedas por aquellos que son perseguidos por su fe en todo el mundo. Que encuentren consuelo y esperanza en su unión con Cristo en el sufrimiento. Te encomiendo mis propias dificultades y pruebas (menciona aquí tus intenciones personales). Ayúdame a llevar mi cruz con paciencia y alegría, confiando en la gracia de Dios y en su plan de salvación. Inspírame, San Lorenzo, a poner mi amor y servicio a los demás por encima de los bienes materiales. Ayúdame a ser generoso/a y solidario/a, siguiendo tu ejemplo de caridad y sacrificio. San Lorenzo, amigo de los pobres y necesitados, intercede por aquellos que padecen hambre, enfermedad o cualquier tipo de carencia. Implora al Señor por su alivio y por la justicia en el mundo. Que tu ejemplo de fidelidad hasta la muerte sea una fuente de inspiración para todos nosotros, animándonos a vivir nuestra fe con gran fervor y a seguir a Cristo en todo momento y lugar. Por tu intercesión, San Lorenzo, confío en la misericordia y amor de Dios, y en que escuchará nuestras súplicas. Que así sea, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
El prefecto de Roma, Cornelio Secolare (que por decreto del emperador Valeriano, estaba autorizado para apoderarse de los bienes de los cristianos), se frotaba las manos con fruición, pensando en las riquezas que habría de recibir, pues según los rumores que corrían por la Ciudad Eterna, los seguidores de Cristo eran inmensamente ricos: poseían vastas extensiones de tierra, edificios, cálices, copones de oro y dinero contante y sonante. Para entregarle ese jugoso botín, el archidiácono Lorenzo, que era el encargado de administrar los bienes de la Iglesia, le había pedido al funcionario un plazo de tres días para reunir la fortuna y al cumplirse el mismo, apareció en la plaza –atestada de curiosos– a la hora convenida, el 10 de agosto del año 258, seguido de una larga fila de mendigos, lisiados, ancianos, leprosos, viudas, ciegos y huérfanos. Extrañado, el alcalde le preguntó por el tesoro y mientras el pueblo estupefacto guardaba silencio, Lorenzo levantó la voz y señalando a los indigentes le dijo al extrañado burócrata: “He aquí el verdadero tesoro de la Iglesia. Estos humildes desharrapados pesan y valen, para Dios, más que todo el oro del mundo. Ellos son las joyas más preciosas para nuestro Salvador, el Señor Jesucristo”. Al verse en ridículo, el prefecto ordenó que Lorenzo fuera asado sobre una parrilla.
Lorenzo, nacido en Huesca, España, a principios del siglo III, en el seno de una familia cristiana, cuyos padres Orencio y Paciencia, se radicaron en Valencia, de donde unos años después, el joven Lorenzo partió hacia Roma, atraído por la febril actividad evangélica de los cristianos que desde las catacumbas estaban permeando todas las clases sociales de la urbe y Lorenzo sentía que Dios lo llamaba para formar parte de esta revolución espiritual. Al llegar a la Ciudad Eterna conoció a Sixto, un respetable presbítero que merced a su bondad, sabiduría y santidad, ejercía un enorme liderazgo en la comunidad. Lorenzo se ganó su confianza y se convirtió en su discípulo más cercano, tan fiel, como su sombra. Por eso cuando Sixto fue elegido papa, tras la muerte de Esteban I (que fue degollado en la silla pontifical por los esbirros del emperador Valeriano), nombró archidiácono a Lorenzo, y le encomendó la administración de la Iglesia y de su exiguo patrimonio, el mismo que repartió con largueza entre los pobres y desamparados. De ahí que su magnanimidad despertó la codicia del prefecto, que después de decapitar al papa Sixto II, el 6 de agosto del 258, le exigió a Lorenzo, que le entregara las riquezas de la comunidad cristiana.
Tras ser condenado a muerte por presentarle al prefecto Cornelio Secolare, los verdaderos tesoros de la Iglesia, Lorenzo fue llevado al Campo de Verano, el 10 de agosto del año 258 y allí lo acostaron en una enorme parrilla anclada sobre un lecho de carbón que lo fue asando lentamente, mientras Lorenzo cantaba salmos y alababa a Dios. Cuando estaba lo suficientemente rostizado por un lado pidió que lo voltearan y al rato les manifestó a sus verdugos que los perdonaba y que podían disponer de su carne porque ya estaba asado, e instantes después murió sin que de sus labios se escuchara un lamento. Su cuerpo fue enterrado en la Vía Triburtina y encima de su sepultura, el emperador Constantino edificó una iglesia, la misma que más adelante reconstruyó el papa Dámaso I y que hoy se conoce como la Basílica di San Lorenzo Fuori le Mura, que en español significa San Lorenzo Extramuros. Por eso hoy 10 de agosto, día de su festividad, pidámosle a san Lorenzo que nos enseñe a reconocer y a cuidar los verdaderos tesoros de Dios.