El Santo del día
9 de agosto
Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Mártir
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Oración a Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Mártir
Oh Santa Teresa Benedicta de la Cruz, mártir de la fe y ejemplo de valor y entrega, acudo a ti en busca de tu poderosa intercesión. Tú, que supiste abrazar la cruz de Cristo y seguiste fielmente sus pasos hasta dar tu vida por Él, enséñame a encontrar el valor y la fortaleza necesarios para enfrentar mis propias pruebas y dificultades. Santa Teresa Benedicta, te ruego que me concedas la gracia de vivir con autenticidad mi fe cristiana, sin temor ni compromisos, y que pueda dar testimonio valiente de la verdad de Cristo, aún en medio de las adversidades. Concede, oh Santa Mártir, que pueda comprender el significado profundo del sufrimiento y unir mis propias cruzes al sacrificio redentor de Jesús, para así participar en su obra de amor y redención. Te confío mis intenciones y necesidades (menciona aquí tus peticiones personales), sabiendo que tú, que experimentaste el poder transformador de la gracia de Dios, intercedes por nosotros ante el trono celestial. Ayúdame a seguir tus enseñanzas y a vivir una vida de oración y contemplación, siempre dispuesto/a a cumplir la voluntad de Dios, aun en circunstancias difíciles. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, patrona de Europa y de los mártires, intercede por mí ante Dios y obtén para mí la fuerza y el valor necesarios para llevar mi cruz con amor y perseverancia. Que tu testimonio de amor y fidelidad inspire a muchos a seguir a Cristo y a dar testimonio valiente de nuestra fe. Que tu martirio sea fuente de fortaleza y esperanza para todos los que sufren persecución por su fe en todo el mundo. Por tu intercesión, confío en la infinita misericordia y amor de Dios.
Amén.
Como si los estuviera esperando desde hacía mucho tiempo, Teresa Benedicta de la Cruz le dijo a su hermana Rose: “¡Ven, hagámoslo por nuestro pueblo!”, la tomó de la mano y mansamente se dejó sacar del convento carmelita de Echt (en Holanda), a empellones, patadas y golpes de culata por los esbirros nazis de la Gestapo y las SS y en un hacinado furgón fue conducida al campo de concentración de Amersfoort, el 2 de agosto de 1942. Dos días más tarde, la trasladaron al campamento de Westerbork y allí se convirtió en el ángel de la guarda de los más nerviosos, de los enfermos, de los niños que gemían de dolor o de hambre y con una beatífica sonrisa calmaba a todos, pero su esfuerzo fue vano porque el siete de agosto, la embutieron en un convoy, en el que más de mil judíos –como si se tratara de reses para el matadero–, fueron llevados al campo de concentración de Auschwitz. A pesar de que compartía su vagón con más de cien personas –empaquetadas como cigarrillos–, Teresa Benedicta de la Cruz se las arregló para asistir a muchos niños y ancianos que agonizaban asfixiados. En muchos casos servía de apoyo a los que se desmayaban y aunque desplazarse de un extremo a otro del furgón era una apopeya, siempre estaba al lado del que la necesitara. Dos días después –el nueve de agosto– al llegar a su destino aún tuvo arrestos para ayudar a descender de esa mazmorra rodante a los más débiles y luego con una dicha inexplicable encabezó la fila de los condenados a muerte.
Edith Stein (nacida el 12 de octubre de 1891, en Breslau, Alemania), quedó huérfana de padre antes de cumplir los dos años y su madre se esmeró para formarla de acuerdo con la ley mosaica, pero su naturaleza inquisitiva nunca quedaba satisfecha con las respuestas espirituales que su religión le daba y por eso en 1911, decidió estudiar historia y filosofía en la universidad de Breslau. Dos años después se incorporó a la universidad de Göttingen, atraída por las teorías y la fama del eminente filósofo Edmund Husserl, que impresionado por su inteligencia y capacidad dialéctica, la hizo su asistente, pero al estallar la Primera Guerra Mundial, Edith Stein se enroló como enfermera voluntaria y sirvió en un hospital militar en el que se destacó por la abnegación con la que atendía a los soldados enfermos, labor que le fue premiada con la Medalla al valor.
Al terminar su voluntariado, Edith Stein volvió a clases y en 1917, con una tesis calificada como Summa Cum Laude –la más alta distinción universitaria– y llamada: Sobre el problema de la empatía, recibió el doctorado en filosofía, pero ni siquiera tal distinción aclaró sus dudas. Su camino hacia la verdad solo se despejó cuando acudió a consolar a la viuda de un colega suyo y le causó una profunda impresión el hecho de que esta mujer católica, ante la pérdida irreparable de su esposo, rezumara una paz inefable que –según decía– solamente podía proporcionarle Jesús Crucificado y con esta aseveración se despertó la curiosidad de Edith Stein, que quiso saber más y entonces su amiga puso en sus manos la biografía de santa Teresa de Jesús, libro que se devoró con fruición y al concluir su lectura exclamó: “Ésta es la verdad”. A los pocos meses, el primero de enero de 1922 –después de realizar su catecumenado–, fue bautizada.
Tras su conversión quiso abrazar la vida religiosa, pero su director espiritual la hizo desistir arguyendo que era más útil en el ejercicio de la docencia y entonces fue nombrada profesora de historia y filosofía en el instituto y seminario para maestros del convento dominico de la Magdalena de Espira. Además recibió el encargo de dictar conferencias en todo el país y combinaba estas actividades plasmando sus reflexiones en escritos como Formación y vocación de la mujer, La oración de la Iglesia, El misterio de Navidad, y de sus profundos estudios sobre la obra de santo Tomás de Aquino, surgieron Potencia y Acción y su obra más monumental: El ser finito y el ser eterno.
En 1931 dejó su cargo de profesora y aceptó cátedra en la Universidad de Münster, pero una vez adueñado del poder en 1933, Hitler ordenó que los maestros judíos fueran expulsados y entonces Edith Stein entendió que su hora había llegado y con el permiso de su director espiritual ingresó al convento carmelita de Colonia. A principios de 1934, –luego de realizar su noviciado–, vistió el hábito carmelita, adoptó el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz y por fin pudo dedicarse a la oración, la meditación, el ayuno, el silencio y era ejemplo de fervor, eso sí, sin abandonar su pluma. Sin embargo al agudizarse la persecución contra los judíos, (después de la cruenta masacre de la Noche de los cristales rotos), sus superioras consideraron que ella y su hermana Rose –que también profesaba en ese monasterio como hermana lega–, corrían peligro y optaron por trasladarlas al convento de Echt, en Holanda, al que llegaron el 31 de diciembre de 1938 e inmediatamente Teresa Benedicta de la Cruz emprendió la redacción de la Ciencia de la Cruz, un conmovedor texto basado en la vida y ejemplo de san Juan de la Cruz.
Aunque después de la invasión alemana a Holanda, intentaron transferirla a Suiza, el tiempo no alcanzó, porque el 2 de agosto de 1942, la Gestapo y las SS, que tenían suficiente información sobre Teresa Benedicta de la Cruz, irrumpieron en el monasterio, la sacaron a rastras –con su hermana– y la enviaron al campo de concentración de Auschwitz, en donde el 9 de agosto, encabezando el desfile de los condenados a muerte, Teresa Benedicta de la Cruz entró a las cámaras de gas, alabando a Dios y entonando: “Salve Oh Cruz, mi única esperanza”. Fue canonizada y declarada mártir en 1998, por el papa san Juan Pablo II. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a santa Teresa Benedicta de la Cruz, que nos ayude a reconocer la verdad que descansa en la cruz.