El Santo del día
6 de agosto
La Transfiguración del Señor
Oración a La Transfiguración del Señor
Dios glorioso, en este momento nos unimos en oración para contemplar la transfiguración de tu Hijo amado, Jesús. En aquella montaña, tu gloria se manifestó a los discípulos, revelando la plenitud de su divinidad y confirmando su misión redentora. Te pedimos, Señor, que ilumines nuestros corazones con la luz de esta experiencia transformadora. Permítenos ver más allá de las apariencias y reconocer la presencia divina en nuestras vidas y en cada ser humano. Así como Pedro, Santiago y Juan fueron testigos de la grandeza de Jesús, concede que también nosotros podamos experimentar un encuentro profundo con Él. Que nuestras debilidades y limitaciones sean transfiguradas por la gracia de su amor y misericordia. Fortalece nuestra fe y nuestra esperanza, para que, en los momentos de dificultad, podamos recordar la gloria que se reveló en la montaña y encontrar consuelo y fortaleza en tu promesa de salvación. Señor, te pedimos que nos ayudes a permanecer fieles a tu mensaje, a llevar tu luz al mundo y a vivir de acuerdo con tu voluntad. Que nuestra vida sea un reflejo de la transfiguración de tu Hijo, mostrando tu amor y trascendencia a todos los que nos rodean. Te lo pedimos en el nombre de Jesús, quien vive y reina contigo en unidad con el Espíritu Santo, ahora y por siempre.
Amén.
Pedro, Juan y Santiago marchaban intrigados detrás de Jesús y se preguntaban hacia dónde los llevaba, pues el terreno se empinaba cada vez más y aunque no lo comentaban entre sí, elucubraban sobre por qué los había escogido a ellos y dejado atrás al resto de los apóstoles. Sumidos en sus meditaciones, jadeaban y trataban de no rezagarse pues las zancadas atléticas de El Salvador, no les daban tregua, hasta que por fin se detuvo en la cima del monte Tabor y ellos, exhaustos, se lo agradecieron. Entonces el Señor se retiró un poco y comenzó a orar mientras los tres, rendidos por el cansancio, cabeceaban pero no se dejaban vencer del sueño y de pronto los sacó de su duermevela el resplandor que salía del rostro de Jesús, la deslumbrante blancura de sus ropajes y los dos luminosos visitantes: Moisés y Elías, con los que conversaba y a los que identificaron por su aspecto glorioso. En un arrebato, Pedro se incorporó, se arrimó imprudentemente y le dijo a Jesús: –“Maestro, qué bien se está aquí. Si quieres hago aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías” –y continúa diciendo Mateo: –“Aún estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió, y una voz desde la nube dijo: –“Este es mi hijo amado, mi predilecto, escuchadlo”. Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, aterrorizados. Jesús se acercó, los tocó y les dijo: –“Levantaos, no tengáis miedo. Alzaron ellos sus ojos y no vieron a nadie, sino sólo a Jesús”.
Los apóstoles no entendieron realmente lo que allí ocurrió y su confusión fue mayor cuando el Señor les ordenó: “No contéis a nadie esta visión hasta que el hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”; pues estas últimas palabras los desalentaban al pensar que Jesús, en efecto, resucitaría –pero como todos los demás– el día del juicio final. Solamente después de la resurrección, ataron cabos y por fin comprendieron que esa jornada tan especial, había sido el culmen de la gloria del Señor, porque ese día fueron testigos del inmenso amor del Padre para con su hijo unigénito, al decirle en presencia de ellos: “Este es mi hijo amado, mi predilecto” y como para que no quedaran dudas sobre la legitimidad de su misión en la tierra agregó: “Escuchadlo”. También dedujeron, por fin, que Jesús no era un libertador político sino espiritual y que la tarea asignada por el Padre –a pesar del poder que poseía por ser Jesús, el mismo Dios– la aceptó voluntaria y humildemente porque su libertad era la voluntad del Padre.
Por eso la Transfiguración es uno de los puntos culminantes de la vida de El Salvador y para la Iglesia, es la antesala de la Resurrección, porque es el momento en que el Padre Eterno le da el voto de confianza a Jesús para que concluya su misión salvífica y al mismo tiempo permite que sus discípulos presencien ese acto inconmensurable con el fin de que más adelante –con verdadero conocimiento de causa–, testifiquen y difundan en todos los confines de la tierra, la Buena Nueva, según la cual: somos hijos de Dios y partícipes de su Gloria si nos acercamos a Él a través de Nuestro Señor Jesucristo, que explícitamente nos dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre. Y desde ahora lo conocéis y lo habéis visto”. Por eso hoy, 6 de agosto, que celebramos la festividad de la Transfiguración, empecemos a transitar por el camino de Jesús.