El Santo del día
20 de julio
Devoción al Niño Jesús
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Oración al Niño Jesús
Oh Divino Niño Jesús, dulce y amado, te presento mis peticiones con humildad y devoción. Tú que eres el Rey de los cielos y la luz del mundo, escucha mi voz y atiende a mis súplicas. Divino Niño, en tus manos pongo mi vida, mis sueños y mis esperanzas. Sé mi guía y mi protector en cada paso que dé. Concédele paz a mi corazón y consuelo a mi alma en los momentos de dificultad. Oh Niño Jesús, te pido por la salud de mis seres queridos y por aquellos que sufren en cuerpo y espíritu. Toca con tu mano sanadora a los enfermos y derrama tu amor sobre ellos. Infinitamente misericordioso, intercede por nosotros ante tu Padre Celestial. Líbranos de todo mal y danos la fortaleza para superar los desafíos que se nos presenten. Ayúdanos a vivir con amor, bondad y compasión, siguiendo tus enseñanzas. Divino Niño, confío en tu infinita bondad y en tu amor incondicional. Escucha mi oración y concédeme, si es tu voluntad, lo que te pido (menciona tus peticiones personales). Te agradezco, Niño Jesús, por tu amor eterno y por escuchar mis súplicas.
Amén.
Recogida en su celda en el convento de Beaune, la hermana carmelita Margarita del Santísimo Sacramento, oraba al Niño Jesús una noche de 1636. En su meditación se remontaba al momento de su nacimiento y a la presentación en el templo; veía desfilar ante sus ojos la huida a Egipto y lo escuchaba cuando a los doce años, en el templo de Jerusalén, disertaba con erudición sobre las Sagradas Escrituras mientras los rabinos la contemplaban con admiración, y en su exaltación se imaginaba meciendo al Niño Dios en sus brazos. De pronto se fue iluminando la habitación y apareció ante ella un hermoso niño que la miraba dulcemente y sonriendo le dijo: “No temas. Yo soy Jesús y todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y tu oración será escuchada”. Volvió a sonreírle y desapareció. La monja salió corriendo hacia la celda de la madre superiora y luego de contarle, despertaron al resto de la comunidad y entre todas adoraron al Niño Dios, hasta el amanecer.
Claro que lo sucedido a la hermana Margarita del Santísimo Sacramento era producto de la firme devoción que tomó fuerza en la edad media, cuando –mientras barría el convento– un fraile llamado fray José de la Santa Casa, tuvo una visión del Niño Dios, y dadas sus dotes de escultor, talló tan fielmente la imagen del infante que al terminarla y observar su perfección, murió de alegría. Entonces la efigie fue colocada en el altar del oratorio, pero con el correr de los años, las penurias económicas precipitaron el cierre de ese monasterio español, por lo que la representación del Niño Dios (que aparece de pie, con la mano derecha levantada en actitud de bendecir y en la izquierda porta un globo dorado que simboliza la tierra) fue donada por el prior –obedeciendo a la orden que en sueños le dio el escultor fallecido– a la dama española Isabel Manríquez de Lara, benefactora del convento, quien, a su vez, se la entregó a su hija Polixenia, cuando se casó con un noble checo y al morir éste, en 1582, su viuda entregó el Niño Jesús a la comunidad de los carmelitas que lo entronizaron en su iglesia y desde ese momento se conoce esta advocación como el Niño Jesús de Praga.
Esta devoción se propagó por toda Europa y aunque en Colombia se conocía, no había logrado la popularidad que tenía en el viejo mundo; en vista de ello, el padre Juan de Rizzo, un salesiano enamorado de la santa infancia de Jesús, que en 1914, entró a Colombia por Barranquilla, luego estuvo algún tiempo en Medellín y recaló en Bogotá en 1935, trató de impulsar el amor hacia el Niño Jesús de Praga, pero se chocó contra el muro de la exclusividad de su veneración, que decía poseer una comunidad religiosa. Entonces el padre Juan de Rizzo consiguió en el Vaticano –en un tradicional almacén de arte religioso que aún existe–, una imagen del Niño Dios, –descalzo y con los brazos en alto– y en un baldío del barrio 20 de Julio del que fue nombrado párroco, comenzó a fomentar el fervor hacia el Divino Niño, nombre con el que desde entonces se conoce esta advocación tan generosa en milagros y cuyo santuario –concluido en 1942–, recibe semanalmente 60 mil peregrinos procedentes de todo el país y del exterior. Por eso hoy, 20 de julio, día de la festividad del Divino Niño, apropiémonos de la promesa que le hizo a la hermana Margarita del Santísimo Sacramento: “Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y tu oración será escuchada”. Entonces: ¡pidamos sin temor!
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