El Santo del día
30 de julio
Pedro Crisólogo

Oración a Pedro Crisólogo
Pedro Crisólogo, patrón de los predicadores y obispo de Rávena, intercede por nosotros ante Dios Todopoderoso. Concédenos la sabiduría y la elocuencia para difundir la palabra de Dios y guiar a los fieles por el camino de la verdad. Que tu ejemplo de humildad y caridad nos inspire a vivir una vida de servicio y amor hacia nuestros semejantes.
Amén.
En el siglo V, en Rávena –que a la sazón era la capital del imperio romano de occidente–, la población se debatía entre mantenerse en la Iglesia Católica o profesar algunas de las herejías de moda: la de los nestorianos que sostenían que en Jesús había dos naturalezas: humana y divina, pero separadas, y los monofisistas, para los que, en Jesús, sólo existía la naturaleza divina; pero la maravillosa elocuencia del arzobispo Pedro Crisólogo inclinaba la balanza porque en sus sermones defendía con vehemencia, devoción y profundidad, la doctrina de la Iglesia que sustentaba la idea de que el Salvador poseía las dos naturalezas íntimamente fundidas, sin fisura alguna y por eso era Dios y hombre; era tal su unción, que los feligreses en sus eucaristías renovaban su fidelidad a la Iglesia Católica y salían arrepentidos y bañados en lágrimas de alegría y piedad. En vista de eso, el abad Eutiques, líder de los monofisistas, quiso atraerlo a su causa, pero el arzobispo lo desarmó respetuosamente diciéndole en una carta que no tomaría parte en ese asunto porque: “En cuanto a mí, el amor de la paz y la verdad, no me permiten intervenir en cuestiones de fe, sin el consentimiento del obispo de Roma”.
Así era Pedro (nacido en el 380, en Imola, Italia) a quien el pueblo le adjudicó el apellido de Crisólogo –que significa: hombre de palabras de oro–, porque desde muy niño se destacó por la lozanía y elegancia de su lenguaje y por la profundidad cristiana de sus mensajes, destreza que adquirió mediante una admirable dedicación a los estudios humanísticos y de las Sagradas Escrituras al lado del obispo Cornelio de Imola, que lo ordenó diácono y lo retuvo como su secretario. En esa condición, viajó a Roma con el prelado, quien por encargo del emperador Valentiniano III y de su madre Gala Placidia, debía interceder ante el pontífice para que ratificara al candidato que ellos y el pueblo habían elegido en reemplazo del recién fallecido arzobispo de Rávena. El papa Sixto III, que la noche anterior había tenido un sueño en el que san Pedro le señalaba a un sabio tonsurado, al ver a Pedro Crisólogo lo reconoció y tras ordenarlo sacerdote y consagrarlo obispo, lo nombró arzobispo de Rávena. En medio del escepticismo de la población, el nuevo prelado comenzó su magistratura, pero pronto se ganó la admiración del revoltoso pueblo, el respeto del emperador y la obediencia de los sacerdotes.
En adelante su labor evangélica reverdeció la piedad de toda la ciudad, incluidos el emperador y su madre y desde lejanas regiones empezaron a llegar peregrinos atraídos por su santidad, austeridad, caridad y especialmente por el contenido de sus sermones en los que Pedro Crisólogo, con gracia, simpleza y sutileza, deshojaba los textos sagrados, explicaba las parábolas, el padrenuestro, los sacramentos, la devoción a la Santísima Virgen e invitaba a los feligreses con firme ternura al arrepentimiento y a la oración. Agotado por el extenuante magisterio, Pedro Crisólogo, murió el 30 de julio del 450 y el papa León I “El Magno”, lo inscribió en el libro de los santos diez años después. De su vasta colección de preciosos y bien elaborados sermones –que nunca excedían los 15 minutos– se conservan 180, que a lo largo de la edad media, fueron fuente de inspiración para todos los predicadores y de consulta obligada en cuestiones doctrinales. Es tal la valía de estos documentos, que en 1729, fue declarado Doctor de la Iglesia, por el papa Benedicto XIII. Por eso hoy 30 de julio, día de su festividad, pidámosle a san Pedro Crisólogo que nos enseñe a ser fieles a la Iglesia, así como él lo fue.