El Santo del día
21 de julio
San Lorenzo de Brindis

Oración a San Lorenzo de Brindis
Oh glorioso San Lorenzo de Brindis, valiente defensor de la fe y sabio doctor de la Iglesia, humildemente acudo a ti en busca de tu poderosa intercesión. Tú, que en vida irradiaste el amor de Cristo a través de tu predicación y ejemplo, te ruego que escuches mis súplicas y me ayudes en mis necesidades. San Lorenzo de Brindis, modelo de humildad y obediencia, concédeme la gracia de ser dócil a la voluntad divina y de perseverar en la fe en medio de las dificultades. Ayúdame a confiar plenamente en el amor y la providencia de Dios, sabiendo que Él siempre tiene un plan perfecto para mí. Te imploro, oh gran santo, que intercedas ante el trono del Altísimo por mis intenciones y necesidades particulares (menciona aquí tus peticiones). Sé mi protector y defensor en todas las pruebas y adversidades de la vida, guiándome por el camino de la virtud y la santificación. Oh bondadoso San Lorenzo de Brindis, te suplico que intercedas por la paz en el mundo, la unidad de la Iglesia y la conversión de los pecadores. Ayuda a aquellos que sufren, a los enfermos y necesitados, y derrama tu bendición sobre todas las familias. Te doy gracias, amado santo, por escuchar mis plegarias y por tu constante intercesión ante Dios. Confío en tu poderosa ayuda y en tu amoroso cuidado. Por tu mediación, confío en alcanzar las gracias que te he pedido y en experimentar la alegría de la salvación eterna. San Lorenzo de Brindis, ruega por nosotros.
Amén.
Su imponente figura, armada únicamente de un crucifijo que levantaba a guisa de estandarte, cruzaba por todo el frente, a galope tendido, y arengándolos, redoblaba los bríos y la fiereza de los 20 mil guerreros cristianos que se batían con los 80 mil soldados turcos que pretendían expulsar de Hungría a los católicos; en la medida en que avanzaba esa batalla de Szekes-Fehervar, el padre Lorenzo de Brindis, cual si tuviera el don de la ubicuidad, era visto atendiendo al mismo tiempo a los heridos, administrando los sacramentos y la unción a los moribundos, orando en voz alta y en los flancos más débiles atizando el fuego de la fe de los combatientes cristianos para que no desmayaran. Su majestuosidad intimidaba a los enemigos que intentaban cazarlo con sus flechas y balas pero –contaba después Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico– los proyectiles se desviaban o se enredaban en su hábito o en su espesa y luenga barba. Al finalizar la tarde, los otomanos derrotados se retiraron del campo, los vencedores también. El único que permaneció durante toda la noche en él, consolando a los heridos y asistiendo a los moribundos de ambos bandos, fue el padre Lorenzo de Brindis.
Giulio Cesare Russi (nacido en Brindis, Italia, el 22 de julio de 1559), desde que empezó a balbucir las primeras palabras desconcertó a sus padres porque luego de las misas a las que era llevado por sus padres, podía recitar textualmente los sermones pronunciados por los sacerdotes y lo hacía con tal unción que a los siete años fue invitado por el obispo a predicar en la catedral de Brindis, y al terminar, todos los asistentes lloraron de la emoción y el arrepentimiento. Al morir su padre, se trasladó con su madre a Venecia y adelantó la preparación básica con su tío Pedro Russi, rector del Seminario de San Marcos y en un santiamén estuvo listo para ser recibido en el convento capuchino (con el nombre de Lorenzo de Brindis) a los 16 años, edad en la que ya podía citar cualquier pasaje de la Biblia literalmente y comentarlo con precoz erudición. Con el fin de entender mejor los textos, se aplicó a estudiar hebreo, arameo, griego, caldeo y latín; luego aprendió alemán, francés, español e inglés y era tal la admiración por su preclara inteligencia, que siendo apenas seminarista, el arzobispo le encomendó la predicación de los cuarenta días de Cuaresma, en la catedral de Venecia, por dos años consecutivos y después de ser ordenado sacerdote en 1582, el papa Clemente VIII, le encomendó la evangelización de los judíos de Roma, a los que catequizó en hebreo y arameo.
En 1602 fue elegido superior general de los Capuchinos y reavivó el espíritu franciscano, dando ejemplo con su austeridad, su constante ayuno y oración, y se recorrió a pie a Europa entera, visitando todas las casas de la comunidad; por donde pasaba abría nuevos monasterios y su profunda y conmovedora predicación dejaba a su paso una estela formidable de conversiones. Aunque las vocaciones se multiplicaron, no aceptó la reelección en 1605 y entonces el papa lo envió a enfrentar al protestantismo que se carcomía a todo el Sacro Imperio Romano Germánico y a la amenaza turca que se cernía sobre ese botín; ahí fue cuando se puso al frente de los ejércitos cristianos, venció al enemigo y con su sabiduría logró conjurar las rencillas que existían entre los reyes de la región.
No obstante esa febril actividad, tuvo tiempo para escribir 15 volúmenes en los que comenta todos los libros de la Biblia, tratados sobre la Santísima Virgen, la Santísima Trinidad, el pecado original, los ángeles, la Iglesia: Esposa y Madre, y 800 sabios sermones. Debido a su precaria salud y al deseo de dedicarse a la oración, Lorenzo de Brindis se retiró al convento de Caserta, pero fue requerido para mediar en un conflicto entre los napolitanos y el rey Felipe III de España, más la muerte lo sorprendió camino a Lisboa, el 22 de julio de 1619, día en el que cumplía 60 años. Fue canonizado por el papa León XIII, en 1881 y declarado Doctor de la Iglesia por el papa Juan XXIII, en 1959. Por eso hoy, 21 de julio, día de su festividad, pidámosle a san Lorenzo de Brindis, que nos asista en la lucha diaria, para ganar la salvación.