El Santo del día
7 de julio
San Fermín, Obispo y Mártir
Oración a San Fermín, Obispo y Mártir
Querido San Fermín, obispo y mártir.
En este momento de oración, acudimos a ti con humildad y devoción, reconociendo tu santidad y tu ejemplo de fe inquebrantable. Te pedimos que intercedas ante Dios en nuestro nombre, fortaleciendo nuestra fe y otorgándonos la valentía necesaria para enfrentar los desafíos de la vida. Inspíranos con tu amor por Cristo y la Iglesia, y ayúdanos a seguir tus pasos en el servicio generoso a los demás, especialmente a aquellos que más lo necesitan. Te rogamos que nos concedas tu protección en medio de las adversidades y dificultades, y que nos guíes por el camino de la santidad y la verdad. San Fermín, mártir glorioso, ruega por nosotros y por nuestras intenciones. Confiamos en tu poderosa intercesión y en la bondad infinita de Dios.
Amén.
Cuando el gobernador Valerio salió de la ciudad francesa de Beauvais, por orden del emperador Diocleciano, el pueblo (aprovechando la debilidad de Sergio, su reemplazo), se volcó en masa sobre la prisión y sin oposición de la guardia, sacó de allí a Fermín –que estaba preso a la espera de su ejecución– y lo llevó en procesión a la plaza en donde el obispo lleno del Espíritu Santo, pronunció un sermón tan memorable que ese mismo día se convirtieron más de mil personas y en los días siguientes, en el campo de Diana –un lugar de rituales paganos–, predicó con tal unción, que en cuestión de cuarenta días, el número de bautizados se cuadruplicó. Entretanto en los atrios de los vacíos templos romanos, los sacerdotes ocupaban su tiempo maquinando la forma de sacarlo de circulación porque estaba acabando con su religión, que era la del estado. En vista de que prácticamente toda la población ya pertenecía a Cristo, Fermín organizó algunas iglesias con sus respectivos presbíteros y se encaminó hacia Amiens, un erial evangélico, que reclamaba un buen cultivador de almas.
Fermín (nacido –más o menos– en el año 272, en Pamplona, España), era hijo de Firmo, un alto, ecuánime y respetado funcionario del imperio romano, que un día caminaba hacia el templo de Júpiter en compañía de su esposa Eugenia, para ofrecer los sacrificios prescritos por una ley del emperador Diocleciano, cuando por casualidad escucharon al padre Honesto, un predicador cristiano que los sedujo con su mensaje, por eso lo invitaron a su casa en donde el misionero les compartió la Buena Nueva del evangelio y quedaron tan convencidos que al poco tiempo fueron bautizados. Convertidos en devotos seguidores del sacerdote, le encomendaron la educación de su hijo, y Fermín, con su capacidad y disposición para asimilar y transmitir las Sagradas Escrituras sorprendió al clérigo; por ello al cumplir 18 años, lo mandó a catequizar y en varios pueblos cercanos obtuvo numerosas conversiones. Cuando consideró que ya estaba suficientemente preparado, el padre Honesto se lo envió al obispo Honorato de Tolouse, quien después de examinarlo, quedó maravillado de sus dotes, entonces lo ordenó sacerdote a los 22 años y en esa misma ciudad, el padre Fermín, logró en pocos meses lo que muchos otros misioneros no habían conseguido en años.
Entonces dado su liderazgo y fecundidad apostólica, Fermín fue elevado al orden episcopal, cuando apenas contaba 24 años y se convirtió en el primer obispo de su ciudad natal, Pamplona. Una vez evangelizada la ciudad y organizada su diócesis con suficientes sacerdotes e iglesias, Fermín sintió la necesidad de volver a las misiones y tomó la senda de Amiens, (Francia) de donde había recibido noticias sobre su resequedad espiritual y la violencia de sus autoridades contra los predicadores cristianos. Precisamente esa resistencia era el mayor incentivo para emprender esta cruzada, pues creía que en regiones como ésta se manifestaba con mayor vigor la gloria de Dios y no se equivocó, porque a su llegada –precedida de su fama de hombre santo y de la fogosidad de su palabra– Amiens, cayó a los pies de Fermín, y en cuestión de semanas, más de la mitad de la ciudad se había convertido, pero eso no lo pudieron soportar los cogobernadores, Sebastián y Longino, quienes lo apresaron y temiendo que volviera a ocurrir lo de la población de Beauvais, lo hicieron decapitar durante la noche y dentro de la cárcel, el 25 de septiembre del 303, cuando apenas contaba 31 años. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Fermín, obispo y mártir, que nos enseñe a proclamar la palabra de Dios, sin miedo.