El Santo del día
5 de julio
San Antonio María Zaccaría
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Oración a Santo Tomás, Apóstol
Padre celestial, en este momento me acerco a ti para elevar una oración en honor a San Antonio María Zaccaría. Te doy gracias por haberlo bendecido con virtudes y dones especiales que dedicó en servicio a tu Reino. San Antonio María Zaccaría, modelo de santidad y fervor apostólico, te pido que intercedas ante Dios por mi vida y por todas mis necesidades espirituales y materiales. Ayúdame a imitar tu entrega generosa, tu amor por la Iglesia y tu dedicación a la formación espiritual de las almas. Te ruego, San Antonio María Zaccaría, que me guíes en el camino de la santidad, que me enseñes a amar a Dios sobre todas las cosas y a servir a los demás con humildad y caridad. Ayúdame a discernir la voluntad de Dios en mi vida y a seguir sus mandamientos con fidelidad. Te pido que intercedas por la paz en el mundo, por la unidad de la Iglesia y por la conversión de aquellos que aún no conocen el amor de Dios. Inspira a los sacerdotes y religiosos a seguir tu ejemplo de entrega y celo apostólico. San Antonio María Zaccaría, te encomiendo mis intenciones particulares y las deposito en tus manos. Ayúdame a crecer en la fe, la esperanza y el amor, y a ser un testigo fiel del Evangelio en todas las circunstancias de mi vida. Te lo pido por la intercesión de María Santísima, nuestra Madre, y en el nombre de Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Ya era tarde y alumbrado por la vacilante llama de un candil, el joven Antonio María Zaccaría apuraba el paso tratando de combatir el frío que calaba sus huesos y de evitar a los ladrones que merodeaban a la caza de los escasos transeúntes que temerariamente se aventuraban a esa hora por las intrincadas callejuelas de Pavía, ciudad de Italia. De pronto en medio de la penumbra surgió un débil quejido que aceleró su corazón porque en principio sospechó que era una trampa, pero la misericordia aprendida de su madre se impuso y se fue directo al sitio del que provenía el lamento y se encontró junto al vano de un muro a un aterido muchacho cuasi desnudo, entonces se despojó de su capa, cuidadosamente lo envolvió en ella, se lo llevó para su pensión y después de depositarlo en su cama, se limitó a acompañarlo porque no sabía qué más podía hacer para aliviar su situación y el hecho de sentirse tan impotente le hizo replantear su auspicioso futuro como profesor universitario.
Antonio María Zaccaría (nacido a finales de 1502, en Cremona, Italia), quedó huérfano de padre antes de cumplir dos años, razón por la cual su hermosa madre Antonieta Pescarolli –que apenas contaba 18 años– rehusó varias ofertas matrimoniales y se concentró con abnegación en la formación cristiana de su pequeño hijo, Antonio María, quien con precoz devoción y aguda inteligencia se consagró a la oración y al estudio; antes de cumplir los quince años, estuvo listo para adelantar en Pavía los estudios superiores de filosofía y lenguas clásicas, materias que superó con honores a los 18 años y justamente tras la ceremonia de graduación, cuando retornaba a su casa meditando sobre su porvenir, rescató al aterido joven, pero su ignorancia sobre cómo paliar su dolor, le hizo ver con claridad que la medicina era la mejor opción de servicio a los más desvalidos y entonces se dirigió a Padua en cuya universidad se graduó en 1524 –a los 22 años– y volvió a Cremona, en donde se convirtió en el médico de los pobres, a cuyo servicio estaba las 24 horas sin recibir nada a cambio. Aún así, se sentía insatisfecho porque además de los males del cuerpo que sufrían sus desamparados, era más deplorable la salud de sus almas; entonces después de completar su preparación sobre teología y Sagradas Escrituras, fue ordenado sacerdote en 1528.
Por sugerencia de su director espiritual, Antonio María Zaccaría se trasladó a Milán, ciudad que por su cosmopolitismo, le ofrecía un campo de acción más amplio y allí se vinculó a la “Eterna Sabiduría” (que era una cofradía compuesta por religiosos y laicos dedicados a la oración y a la contemplación) y en ella conoció a los sacerdotes Bartolomé Ferrari y Giacomo Morigia, con los que en 1530, Antonio María Zaccaría, instituyó la Orden de los Clérigos Regulares de San Pablo –conocidos como los Barnabitas, porque su primera sede fue una iglesia dedicada a san Bernabé– para enfrentar la peligrosa expansión del protestantismo y por eso sus miembros administraban los sacramentos, celebraban eucaristías y predicaban en las calles, plazas e iglesias y se sometían a rudas penitencias en público, con el fin de sacudir la adormecida piedad católica y al clero indiferente que observaba la invasión luterana con los brazos cruzados; entabló relaciones con la condesa de Guastalla, Luisa Torelli, con quien en 1535, fundó la orden de las Hermanas Angelicales de San Pablo (congregación compuesta por monjas que desarrollaban su labor apostólica rescatando a las mujeres de la calle, socorriendo a los ancianos, a los huérfanos y a los enfermos) y para completar esa acción envolvente Antonio María Zaccaría, reunió a un grupo de seglares y con ellos creó, el movimiento: “Casados devotos de san Pablo”, llamados también: “Laicos de san Pablo”, organización con la que pretendía reverdecer los valores cristianos dentro de las familias.
Dado el éxito de estas tres comunidades que recuperaron el espíritu católico, Antonio María Zaccaría fue acusado ante la Inquisición, –por un sector clerical cuyos privilegios puso en peligro–, de ser el líder e instigador de doctrinas locas, fanáticas y sediciosas, pero tras dos procesos dispendiosos fue absuelto y recibió el respaldo papal y la completa aprobación de su obra. Asimismo, Antonio María Zaccaría, instauró la devoción de las cuarenta horas de adoración al Santísimo Sacramento y para que fuera constante, las rotaba semanalmente por todas las iglesias de la ciudad. Tan ingente actividad minó su salud, pero aún así tuvo fuerzas para servir de mediador en el conflicto que la población de Guastalla enfrentaba por el interdicto papal (sanción que en la práctica significaba que a sus habitantes les estaba vedado asistir a los oficios religiosos, recibir los sacramentos y darle cristiana sepultura a sus muertos) que logró levantar, pero en el camino de regreso, Antonio María Zaccaria se sintió sin fuerzas y pidió ser llevado adonde su madre en Cremona, en cuyos brazos falleció a los 37 años, el 5 de julio de 1539. Fue canonizado en 1897, por el papa León XIII. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Antonio María Zaccaría, que nos enseñe a ser sensibles ante el dolor ajeno.