El Santo del día
1 de abril
San Hugo de Grenoble
En el sínodo de 1080, reunido en Avignon, los obispos discutían sobre cómo sacar del atolladero a Grenoble, una diócesis que navegaba al garete porque estaba vacante desde hacía tiempo y sin timón, era presa de la simonía (pecado que consiste en comerciar con las cosas sagradas), que los livianos sacerdotes ejercían a la vista de todos: vendían eucaristías, matrimonios, confesiones; mantenían sus concubinas sin ningún pudor; laicos inescrupulosos se habían apoderado de los bienes de la Iglesia y la feligresía estaba a la deriva. Los prelados no encontraban un candidato idóneo que pudiera desatar ese nudo gordiano, hasta que, Hugo, el obispo de Die, propuso el nombre de su secretario, que se llamaba como él. Este Hugo, de apenas 27 años, (nacido en Chateauneuf, Francia en el año 1052) todavía no era sacerdote, pero por su bondad, sabiduría y humildad, –a pesar de su resistencia–, resultó aclamado por todos, entonces lo ordenaron sacerdote y lo llevaron a Roma en donde el papa, Gregorio VII, presidió su consagración episcopal.
Al llegar a Grenoble, con esfuerzo y oración, empezó a encarrilar la diócesis y a recibir amenazas diarias, pero no se arredró y tomó medidas drásticas: separó a los sacerdotes corruptos y recuperó los bienes y a la feligresía desamparada. No obstante los resultados, quiso retirarse, pero el papa le ordenó que se quedara y Hugo lo aceptó con amor y renovados bríos. Vendió lo poco que quedaba de valor para asistir a los pobres, a los huérfanos, a los desamparados, a las viudas y a los ancianos. Sus sermones adquirieron tal tono, que muchos lloraban después de escucharlo y era habitual que confesaran sus culpas en público. Con presteza y buen humor, visitaba todas las parroquias, a pesar del terrible dolor de cabeza que no lo abandonaba desde niño y de los problemas estomacales que hacían más drásticos sus permanentes ayunos.
Ya llevaba mucho tiempo al frente de la diócesis de Grenoble, cuando llegó hasta él, san Bruno de Colonia –el venerable maestro de su juventud– con seis compañeros, buscando un refugio para aislarse completamente del mundo; el obispo Hugo lo recibió con alborozo y le cedió “La Cartuja”, un abrupto terreno en la cima de una montaña rodeada de desfiladeros y que se correspondía exactamente con lo que buscaba el santo. Como no tenía fuentes de agua, Hugo al entregarle la propiedad, oró y golpeó una roca y al instante, comenzó a manar una fuente cristalina de la que aún hoy se nutre este monasterio. Desde entonces, estos monjes dedicados a la contemplación, al silencio y al ayuno, adoptaron el nombre de Cartujos y a su estilo de vida se apegó el prelado de tal forma, que quiso convertirse en uno de ellos y para lograrlo les presentó su renuncia a varios papas y ninguno se la aceptó.
Al cabo de 52 años de ministerio episcopal, sus achaques se recrudecieron, además perdió la memoria y sus últimos días fueron un largo padrenuestro, que era lo único que recordaba y entonándolo, murió el 1° de abril de 1132. Dos años después lo canonizó el papa Inocencio II. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Hugo de Grenoble, que aún sin entender sus designios, nos ayude a aceptar la voluntad de Dios, con alegría y mansedumbre.