El Santo del día
25 de marzo
Anunciación del Ángel a la Virgen María
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Para efectos de la ley mosaica, los esponsales –ceremonia en la que se comprometían los novios– tenía la validez de un matrimonio, aunque las nupcias –según los preceptos israelitas– apenas se efectuaban un año después. Si en ese lapso uno de los dos moría, al sobreviviente se le consideraba oficialmente viudo, o si la mujer cometía infidelidad, era condenada a la lapidación por adúltera. Esa ya era la posición social en la que se encontraba la Virgen María, cuando la mañana del 25 de marzo, mientras tejía algunas piezas de lencería para su nuevo hogar, se le apareció el arcángel Gabriel y le dijo: “Alégrate, llena de gracia; el Señor está contigo”. Ella se quedó perpleja y al notarlo, el arcángel continuó: “No tengas miedo María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. Será grande y se le llamará Hijo del Altísimo”. María, confundida (por su condición de desposada) le preguntó: “¿Cómo será esto, pues no conozco varón alguno?” Y Gabriel le replicó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el niño que nazca será santo y se le llamará Hijo de Dios”. María se prosternó ante el ángel y repuso: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.
Desde ese instante, la Virgen María se convirtió en el crisol que contenía la más sublime expresión del amor del Padre: a nuestro Señor Jesucristo. Y por eso, asumió su misión con devoción, generosidad, entrega absoluta, estoicismo, discreción y con esa entrañable humildad que se refleja en las palabras: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador, porque se ha fijado en la humilde condición de su esclava”, que fueron dichas por ella, como respuesta a las que pronunció su prima Isabel al saludarla: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Y cómo es que la madre de mi Señor viene a mí?
Y es cierto: pues así como la Virgen María llegó hasta Isabel y la asistió en la preparación del parto de su hijo: san Juan Bautista, la madre de nuestro Señor viene siempre en auxilio de todos nosotros que también somos sus hijos dilectos y nos ayuda con el mismo amor maternal que le profesó a Jesús desde su nacimiento hasta la crucifixión. Por eso hoy, 25 de marzo, día de la Anunciación, (cuando comienza la gestación del niño Dios, que ha de culminar dentro de nueve meses, el 25 de diciembre), pidámosle a la Santísima Virgen María que nos asista, conduzca y nos lleve de su mano, durante la germinación espiritual de nuestra existencia, para que podamos nacer con su hijo Jesús, a la vida eterna.