El Santo del día
14 de marzo
Santa Matilde, Reina
Al caer la tarde y fiel a su costumbre, Matilde de Ringelhein entró a la capilla de la abadía de Herford, para asistir a las vísperas, que con toda devoción, comenzó a rezar junto a su abuela, la abadesa; de pronto, el retumbar de unas botas la sacó de su ensimismamiento y pudo ver que acababan de ingresar unos caballeros que piadosamente se arrodillaron junto a la entrada y se unieron a la oración. Una vez terminada la Liturgia de las Horas, salió por entre los guerreros y ante el influjo de la mirada de quien parecía mandarlos, apuró el paso al mismo ritmo de su corazón desbocado y esa noche no pudo conciliar el sueño. Al otro día, fue llamada a la presencia de la abadesa, que estaba acompañada de Enrique, el hijo de Otón, Duque de Sajonia –el mismo apuesto noble, que le había turbado su paz la noche anterior– y solemnemente, su abuela se lo presentó como su prometido y ella exultante de gozo lo aceptó.
Matilde de Ringelhein (nacida en Westfalia, en el 895), era hija de Dietrich, un príncipe sajón y de la princesa Reinilda de Dinamarca, que le encomendó su educación a la abuela paterna –también llamada Matilde– que era la abadesa del monasterio de Herford, en el que se formó con los más acendrados principios católicos. Con esa formación, más su delicado recato, ya era a los 14 años, la soltera más apetecida de Europa y atraído por la fama de su dulzura y hermosura, Enrique –conocido en la historia como “El Pajarero”–, fue hasta la abadía para corroborar lo que de ella se decía y al conocerse, ambos quedaron flechados. Una vez surtidos los trámites, viajó con él y se casaron en Sajonia, en el año 909. Al poco tiempo su suegro murió y su esposo recibió el ducado; algunos años después, Conrado, el emperador de Alemania, falleció sin descendencia y Enrique fue proclamado como su sucesor.
Poco a poco, Matilde fue moldeando el impetuoso carácter de su esposo, que se transformó en un príncipe justo que la respaldaba incondicionalmente en la generosa distribución de alimentos, ropa y dinero entre los más pobres de su reino. Con el visto bueno de emperador, Matilde comenzó a edificar iglesias, monasterios, hospitales y hogares, para acoger ancianos, niños y mujeres abandonadas; por eso, el título de Madre reemplazó al de Su Majestad, pues en efecto Matilde recorría las calles a pie para encontrar y abrigar con su auxilio y amor a los menesterosos. Al morir el emperador, en el año 936, su hijo Otón, ascendió al trono y entonces su otro vástago, Enrique, se rebeló contra su hermano y el imperio se sumió en un oscuro período de enfrentamientos fratricidas, pero al fin ellos se unieron para atacar a su madre de la que decían guardaba una enorme fortuna que derrochaba alegremente y entonces Matilde les cedió su herencia y se recluyó en un convento al que varios años después, fueron sus hijos para pedirle perdón y aunque volvió a la corte y le permitieron continuar con sus obras de misericordia, se mantuvo al margen de la política y centró su vida en la oración, ayuno y contemplación.
Sin embargo, por petición de su hijo, se vio obligada a asumir la administración del imperio cuando Otón, en el 961, emprendió una campaña militar en Italia y Matilde aprovechó la coyuntura para construir el monasterio de Nordhausen, en el que, cuando retornó el emperador, –cuatro años más tarde–, encontró a cientos de monjas jóvenes. Tras rendirle cuentas y entregarle el reino en orden, Matilde se enclaustró en ese convento y lo regentó hasta que sus fuerzas comenzaron a faltarle y entonces renunció a su dirección y viajó a Quedlinburg –su castillo preferido– y allí murió el 14 de marzo del año 968. Su culto se propagó por toda Europa en poco tiempo y se convirtió en una de las santas más populares de la edad media. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a santa Matilde, que nos enseñe a ser humildes y misericordiosos, aún en medio de la opulencia.