El Santo del día
8 de febrero
San Jerónimo Emiliani
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Oración a San Jerónimo Emiliani
Oh San Jerónimo Emiliani, siervo fiel de Dios y protector de los huérfanos y necesitados, acudo a ti con humildad y devoción. Admiramos tu dedicación a los más vulnerables y tu valiente testimonio de caridad cristiana. San Jerónimo Emiliani, modelo de compasión y entrega, intercede por nosotros ante el trono divino. Te pedimos especialmente por [menciona tus intenciones y necesidades personales], confiando en tu poderosa intercesión. Ayúdanos a imitar tu amor desinteresado y servicio generoso a los demás. Inspíranos a reconocer las necesidades de nuestros hermanos y a responder con generosidad y compasión. Oh San Jerónimo Emiliani, protector de los desamparados, ruega por nosotros para que podamos seguir el camino de la caridad y la misericordia. Concédenos la gracia de vivir una vida plena de amor y servicio hacia nuestros semejantes. Por tu intercesión, confiamos en la bondad y misericordia divinas.
Amén.
Sumido en la oscuridad del calabozo, atado de pies y manos a humillantes cepos, su nuca aherrojada a una cadena que estaba sujeta a la pared por el otro extremo y con heridas regadas por todo el cuerpo, Jerónimo Emiliani cavilaba esa noche del 27 de septiembre de 1511, sobre la fugacidad del éxito, de la fama y de la gloria, porque semanas antes saboreaba el poder que le confería su condición de gobernador de la fortaleza de Castelnuovo de Asti, en la que ahora estaba preso y abandonado, después de resistir valientemente el asalto de la Liga de Cambrai, que agrupaba a varias potencias europeas, enemigas de la república de Venecia, de la que su castillo, era una estratégica avanzada.
Con su orgullo vencido, empezó a revaluar su vida dilapidada entre lujos y juergas, lloró como un niño y en medio de su desesperación se acordó de su dulce niñez en la que su madre le enseñaba a rezar y a confiar en la Santísima Virgen; entonces comenzó a pedirle fervorosamente a la Madre de Dios, que lo librara de la prisión y a cambio, le entregaría su vida; de pronto, empezó a soñar que se abrían los cepos y las puertas y él pasaba por entre los guardias sin que estos se percataran de su presencia. Cuando entreabrió los ojos, se dio cuenta de que estaba fuera de la prisión y sin perder tiempo –lleno de gozo–, fue a la ermita de Nuestra Señora de Treviso, y a sus pies, dejó la cadena que aún colgaba de su cuello y el deteriorado uniforme militar que todavía vestía.
Jerónimo Emiliani (nacido en 1486, en Venecia), era hijo del senador de la República de Venecia, Ángelo Emiliani, que murió cuando el infante contaba diez años, pero no obstante su acaudalada madre lo educó como correspondía a su condición de noble y al mismo tiempo le inculcó acendrados valores cristianos que Jerónimo olvidó pronto a causa de su agitada vida social y con mayor razón, cuando a los 20 años, comenzó su carrera militar, participando en la guerra que el ducado de Venecia sostenía contra la Liga de Cambrai –de la que formaban parte Francia, Austria, Aragón y el Papado– y en ese conflicto se distinguió por su valentía y liderazgo, lo que le mereció, en 1511, ser nombrado gobernador de la fortaleza de Castelnuovo de Asti, en reemplazo de su hermano que había sido herido, pero le duró poco la dicha, porque ese mismo año fue derrotado y confinado en la mazmorra de la que la Virgen lo rescató milagrosamente.
Desde ese momento, cambió radicalmente y luego de varios años de meditación, ayuno oración y estudio, fue ordenado sacerdote en 1518, vistió un tosco sayal y se entregó a los pobres a los que evangelizaba y socorría con sus recursos personales. Al desatarse una terrible hambruna en 1528, a la que siguió una peste voraz que dejó cientos de muertos –a los cuales enterraba con sus propias manos y por eso contrajo la enfermedad–, el padre Jerónimo Emiliani, conmovido por la situación de los huérfanos y con el dinero producido por la venta de todos sus bienes –incluida su ropa–, abrió la primera casa de acogida a la que también se fue a vivir y se dedicó a cuidarlos, vestirlos, educarlos, evangelizarlos y paralelamente sacaba de las calles a las muchachas en peligro de prostituirse y a las que de hecho, por las fuerzas de las circunstancias, ya ejercían esa profesión.
Su admirable labor sedujo a muchos nobles y plebeyos, que se le unieron y con ellos y la legión de muchachos ya rehabilitados moral, física y espiritualmente, Jerónimo Emiliani se consagró a la tarea de evangelizar por todas partes y con ese impulso abrió casas de acogidas para niños huérfanos y abandonados y mujeres irredentas, en Venecia, Verona, Brescia, Vicenza, Como, Pavía, Milán y al fin recaló en la pequeña población de Somasco, en donde construyó la casa madre de su obra, porque ya en ese momento su movimiento había tomado tal impulso, que se vio impelido a fundar la Compañía de los Servidores de los Pobres, (que fue aprobada –tres años después de su muerte– en 1540, por el papa Pablo III, y luego Pío V, la elevó a la categoría de la Orden de los Clérigos Regulares de Somasca, más conocida hoy como Padres Somascos) a la que san Jerónimo Emiliani, insufló su escueta forma de vida: oración ayuno penitencia y, a la par, organizó la estructura de su creación, en la que contemplaba además de la catequización, la redención social de los niños, enseñándoles oficios e impartiéndoles una educación básica: matemáticas, gramática, humanidades y a los que tuvieran vocación religiosa, los pasaba a los seminarios que iba fundando.
En 1536 se desató un brote de peste en la comarca de Somasco y Jerónimo Emiliani, –como siempre–, se puso al frente de la situación, curando, asistiendo y enterrando a los contagiados, entre los cuales se contó él mismo y esta enfermedad lo llevó a la muerte el 8 de febrero de 1537. Fue canonizado por el papa Clemente XIII, en 1767. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Jerónimo Emiliani, que fomente en nosotros la misericordia para acoger y ayudar a los niños desvalidos.