Señor, me rindo a tus pies
“… La única razón Señor, por la cual hoy me puedo presentar ante ti es porque tú pagaste un alto precio, porque por tu gracia y tu misericordia Señor, me permites tener acceso a tu corazón…” Jael.
Como humanos hemos experimentado que siempre hay un antes y un después en nuestra vida en presencia o ausencia de Dios, hemos huído de Él y lo hemos buscado porque de alguna manera, así nos neguemos a aceptarlo, sabemos que siempre está con nosotros, Él sólo espera con paciencia a que acudamos a ese encuentro pactado entre ambos que se había acordado desde antes de nacer, pero al que nosotros retrasamos la llegada fingiendo tener cosas más importantes que hacer cuando somos conscientes de que son solo excusas.
Sin embargo, Dios siempre atiende a nuestra llamada porque como nuestro padre, sabía de nuestra existencia aun cuando no éramos planes de nuestros procreadores terrenales y tiene preparado para cada uno una vida llena de bendiciones y alegrías, pero erramos en el camino y reflexionando cada una de nuestras acciones en el pasado sabemos que las cosas que nos han ocurrido, las cosas que nos han herido y desilusionado pasan porque hemos sido soberbios al pretender hacer lo que pensábamos que era lo mejor para nosotros e ignorar la voz de Dios que siempre nos ha acompañado y nos guía.
Como nuestro creador, Él sabe quiénes somos y a pesar de ver nuestro interior, a pesar de estar despojados de toda máscara ante su presencia, permite que vayamos en su encuentro, nos da la paz que necesitamos para calmar esas tormentas que nos hacen sentir ahogados, nos sana las heridas y nos regala la tranquilidad que sólo siente un hijo en los brazos de su padre. Dios nos hace libres, nos cambia la vida y nosotros vamos en su búsqueda diaria, porque en Él está el camino, la verdad y la vida.
Rendirse a los pies de Jesús es permitir que entre en nuestra vida a través de la oración, es acercarnos a Él, a su corazón, forjar una relación íntima y reconocer que en su inmensa misericordia nos perdona todos los días por nuestros pecados, nos acoge en su pecho y nos abraza no porque en esta vida terrenal tengamos cosas materiales que sean relevantes, sino que por su gracia, Dios nos acoge en regazo y le da sentido a nuestra vida, porque ante sus ojos somos iguales, porque ante el padre ninguno merece más que otro.
Una vez que dejamos las puertas de nuestro corazón abiertas al Creador lo aprendemos a reconocer en ese ser querido que nos acompaña, en ese amigo que siempre está con nosotros, en ese soplo de viento que nos refresca el rostro y entendemos que somos instrumentos de su paz, que podemos dar a conocer su palabra, para que otras personas llenen su vida con su presencia, para que Dios sea la piedra angular de su existencia, para que sea quien nos encamine hacia donde debemos ir, porque nosotros somos ovejas y Él nuestro pastor.
1 comentario