El Santo del día
30 de junio
Santos Protomártires de la Iglesia
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Oración a los Santos Protomártires de la Iglesia
Oh, santos Protomártires de la Iglesia, hoy nos reunimos en oración para honrar vuestra valentía y sacrificio. Vosotros, que derramasteis vuestra sangre por amor a Cristo y a su Iglesia, sois un testimonio vivo de fidelidad y entrega total. Os suplicamos que intercedáis por nosotros, para que podamos seguir vuestro ejemplo y estar dispuestos a dar testimonio de nuestra fe en cualquier circunstancia. Concedednos la fortaleza para resistir las tentaciones del mundo y la gracia de perseverar en la fe hasta el final. ¡Oh, santos Protomártires, rogad por nosotros!
Amén.
Tenía la coartada perfecta: estaba a cincuenta kilómetros de distancia. Una semana antes, se había alejado de la Ciudad Eterna para eludir el sofocante calor romano en la refrescante bahía de Anzio y cuando la noche del 19 de julio del año 64, le confirmaron que Roma ardía, Nerón retornó a marchas forzadas y entró a ella en medio de las llamas. Fascinado con el espectáculo, tomó su lira y entonó un viejo cántico que describía a la Troya de Homero, carbonizada. Al cabo de cinco días se detuvo la conflagración, pero la mitad de la ciudad estaba reducida a cenizas y aunque abrió sus graneros y su mansión para alimentar y albergar a los damnificados, no pudo apartar la sospecha de que era el culpable de ese desastre (porque inmediatamente en los terrenos calcinados, emprendió la construcción del más fastuoso palacio de la historia romana), por eso apuntó su dedo acusador hacia los cristianos que habían permeado todas las clases sociales y de hecho ya representaban un peligro para el culto de los dioses romanos.
Desde ese momento, emprendió una feroz persecución –cuyas primeras víctimas notables fueron san Pedro y san Pablo– de la que no se salvaron mujeres, niños, ancianos, funcionarios, soldados, esclavos, artesanos y extranjeros. Para calmar la ira del pueblo, diariamente lanzaba a la arena del circo a centenares de cristianos para que fueran destrozados por las fieras; envolvía a los condenados en pieles grasientas y los dejaba expuestos a las jaurías de perros hambrientos que los devoraban en pocos minutos; mantenía sembrada la ciudad de crucificados; y a cientos de empalados a los que impregnaba de aceite y pez, les prendía fuego y con estas teas humanas iluminaba las fiestas nocturnas que realizaba en los jardines de su palacio. En el 68, tras cuatro años de enconada cacería de cristianos, Nerón fue declarado “enemigo público” por el Senado y tuvo que huir, pero en su fuga, cuando los pretorianos le pisaban los talones, fue apuñalado por su único acompañante, el esclavo Epafrodito.
Tras un tiempo en calma, Domiciano al asumir el poder, recrudeció la persecución y se refinaron los métodos de tortura y ajusticiamiento, pues a todos los anteriores, el nuevo emperador le sumó las ruedas dentadas de garfios que desgarraban las carnes de los condenados, a otros los metían en redes y los exponían a las cornadas de toros salvajes a muchos más los sumergían en calderos de aceite hirviendo, como fue el caso del apóstol san Juan, que a sus 90 años, salió indemne de uno de ellos.
Durante los siguientes tres siglos, de manera intermitente, –pero especialmente en el reinado de Diocleciano– cientos de miles de cristianos anónimos, murieron alabando a Dios, pregonando el nombre de Jesucristo, el Dios Vivo y aceptando todos los suplicios como un privilegio. Esos fueron los protomártires que con su entereza y su sangre, se convirtieron en los faros que alumbraron el camino de la Iglesia en las épocas más aciagas de su historia y aún hoy, se mantienen como llamas eternas de fe, esperanza y confianza en la salvación. Por eso hoy, 30 de junio, día de la festividad de estos mártires, pidámosle al Señor, que por la intercesión de ellos, nos conceda el coraje suficiente para invocar y defender su nombre, aunque estén en juego nuestras vidas.