El Santo del día
29 de diciembre
Santo Tomás Becket
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Oración a Santo Tomás Becket
Oh Santo Tomás Becket, valiente defensor de la fe y mártir por la justicia, tu firmeza en la defensa de los principios de la Iglesia es un ejemplo para todos nosotros. Intercede ante Dios para que podamos ser fieles a nuestra fe en medio de las adversidades. Concédenos tu valentía para defender la verdad y la rectitud, y fortalece nuestra voluntad para resistir las presiones que puedan apartarnos del camino de la justicia y la virtud. Santo Tomás Becket, fiel servidor de Dios y de su Iglesia, ruega por nosotros para que, siguiendo tu ejemplo, podamos permanecer firmes en nuestra fe y comprometidos con la verdad y el amor.
Amén.
Amplificadas por la impresionante acústica de la Catedral de Canterbury, las estentóreas voces de los monjes ya se escuchaban adentro entonando los cánticos de las Vísperas y mientras le precedía un diácono portando la cruz, el arzobispo Tomás Becket avanzaba con sus manos juntas sobre el pecho en actitud fervorosa y su semblante denotaba la inefable paz que colmaba su interior; apenas cuando cruzó el umbral del templo –para presidir la ceremonia–, se dio cuenta de que el cauteloso cortejo que lo flanqueaba era más un escudo de protección que una procesión e inmediatamente se zafó de sus escoltas y se adelantó hacia el altar pero no alcanzó a llegar porque a mitad de camino varios hombres armados –que hasta entonces estaban camuflados entre los feligreses–, le salieron al encuentro y acusándolo de traidor al rey Enrique II, blandieron sus espadas.
Aunque el primer mandoble de Reinaldo Fitzurse fue detenido por el brazo del fiel ayudante del arzobispo, Eduardo Grim, el segundo, asestado por Guillermo Tracy, le abrió la cabeza; por la fuerza del golpe y con el rostro cubierto de sangre, Tomás Becket se tambaleó, momento que aprovechó el mismo Tracy, para descargarle con tal violencia el acero, que de un tajo le voló la parte superior del cráneo y el prelado cayó de bruces; entonces (mientras Tomás Becket, expiraba diciendo: “Acepto mi muerte en el nombre de Jesús y en defensa de la iglesia”), el otro verdugo Richard le Breton, metió la punta de su estoque en la cabeza del santo, le sacó los sesos, los regó por el piso y luego los asesinos huyeron por entre la azorada feligresía y la densa oscuridad.
Tomás Becket (nacido el 21 de diciembre de 1118, en Londres), hijo de Gilbert Becket, mercader normando que llegó a ser alguacil de Londres, recibió su formación básica en la abadía de Merton, en la que se distinguió por su agudeza mental y su inclinación por la jurisprudencia, cuyo dominio le permitió deslizarse como pez en el agua en su labor de secretario de varios nobles londinenses –empleo al que recurrió cuando la fortuna familiar se desmoronó–, y su capacidad de negociación llamó la atención de Teobaldo, el arzobispo de Canterbury, que lo tomó a su servicio en 1141 y deslumbrado por su talento, lo becó para que en Bologna, Auxerre y París, Tomás Becket adelantara estudios de teología y terminara su especialización en derecho civil y canónico, lo que le significó a su vuelta la consagración como diácono y el ulterior nombramiento de archidiácono, cargo que incluía buena parte de la administración de la arquidiócesis.
Dada su condición de prominente conciliador, recibió varias misiones diplomáticas, entre las cuales, la obtención del reconocimiento pleno por parte del papa Eugenio III, a Enrique II, como legítimo heredero del trono inglés, lo que de hecho afianzó su amistad, tanto que en 1155 –un año después de ser coronado–, el monarca, convirtió a Tomás Becket, en el segundo hombre más poderoso del reino, al designarlo canciller de Inglaterra y su notable gestión (que abarcó reformas sociales, jurídicas y económicas, benéficas para el pueblo) elevó la popularidad de ambos y el éxito los transformó en amigos inseparables.
Esa confianza fue determinante para que Enrique II, a la hora de la muerte de Teobaldo –el arzobispo de Canterbury–, le ofreciera la vacante a Tomás Becket quien se resistió arguyendo que desde esa posición no podría respaldar las decisiones que tomara el rey sobre la administración de la Iglesia, pero el monarca y el enviado papal, cardenal Enrique de Pisa, lo presionaron de tal forma que tras un año de forcejeos, por física obediencia, Tomás Becket tuvo que aceptar el encargo que comenzó con su ordenación sacerdotal a la que siguió inmediatamente su consagración episcopal el 3 de junio de 1162.
El rey supuso que con Tomás Becket como primado de la Iglesia inglesa y al mismo tiempo canciller del reino, sería el amo absoluto del poder temporal y del eclesiástico, pero su primera sorpresa se la llevó cuando el arzobispo renunció a la cancillería, a sus bienes, abandonó su fastuosa vida cortesana y adoptó una más austera, regida por la oración, el ayuno y la mortificación corporal. A continuación, impugnó la pretensión del monarca quien quería recuperar la jurisdicción de sus tribunales sobre los clérigos infractores de la ley, cuyo juzgamiento, por derecho propio, era potestad exclusiva de la Iglesia; rechazó categóricamente la intromisión de Enrique II, en la designación de los obispos y su intención de apropiarse de las rentas eclesiales y excomulgó a los prelados que habían respaldado al rey en los sínodos convocados por él, para imponer su voluntad.
Como era cuestión de tiempo su detención y juzgamiento, en 1164, se refugió en un convento cisterciense francés que tuvo que abandonar un año después ante la amenaza de confiscación de los bienes que poseyera esta orden religiosa en Inglaterra y el enjuiciamiento de sus miembros por cómplices del arzobispo Tomás Becket, que se quedó varios años en otro monasterio más pequeño, pero ante las retaliaciones desatadas contra sus familiares en suelo inglés, prefirió regresar a su patria a finales de 1170, y con ello firmó su sentencia de muerte, porque aunque recibió la garantía de que respetarían su familia, su vida, su condición de primado y su autoridad moral, unos caballeros del rey –nunca se supo si por orden de él o por iniciativa propia– el 29 de diciembre, lo esperaron escondidos entre los fieles dentro de la catedral de Canterbury y lo asesinaron cerca del altar. Dos años después, el 21 de febrero de 1173, fue canonizado por el papa Alejandro III. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a santo Tomás Becket, que no deje flaquear nuestra fe.