El Santo del día
3 de julio
Santo Tomás, Apóstol
Oración a Santo Tomás, Apóstol
Oh glorioso Santo Tomás Apóstol, fiel discípulo de nuestro Señor Jesucristo, modelo de valentía y determinación en la fe. Te pido que intercedas por mí ante Dios Todopoderoso, para que me conceda la sabiduría y la fortaleza necesarias para seguir sus enseñanzas y testimoniar su amor en mi vida diaria. Santo Tomás, tú que experimentaste dudas y dificultades, te ruego que me ayudes a superar mis propias incertidumbres y debilidades. Concede a mi mente claridad y discernimiento, para comprender la verdad revelada y defenderla con coraje ante las adversidades. Oh Santo Tomás, patrón de los estudiantes y académicos, te imploro que guíes mis estudios y me ayudes a adquirir el conocimiento necesario para cumplir con mis responsabilidades y contribuir al bienestar de la sociedad. Inspírame a buscar la verdad en todas las cosas y a cultivar la virtud en mi vida cotidiana. Encomiendo a tu poderosa intercesión mis intenciones personales y las necesidades de aquellos a quienes amo. Te pido que me ayudes a crecer en fe, esperanza y caridad, y a vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Santo Tomás Apóstol, te encomiendo mi vida y mi alma, y te ruego que me acompañes en mi peregrinaje espiritual hacia la eternidad. Amén.
Amén.
Tomás, abatido por su propia cobardía que lo llevó a huir del huerto de los olivos cuando prendieron a Jesús, deambulaba por las calles de Jerusalén y su confusión interior se acrecentaba en la medida en que escuchaba los comentarios callejeros que apuntaban hacia la falsedad de ese supuesto mesías recién crucificado que no actuó como el libertador político y religioso que esperaban y por eso Jesús de Nazaret –según los fariseos–, se sumaba a la larga lista de impostores que durante varios siglos agitaron las ansias de libertad y las esperanzas de los israelitas siempre oprimidos por diversos imperios. Influido por esos rumores, Tomás se sentía abrumado por el dolor. Entretanto los otros diez apóstoles, a quienes ya Jesús se les había aparecido, lo buscaban afanosamente hasta que lo encontraron vagando por los alrededores del templo y al verlos se alegró y partió con ellos hacia el cenáculo. En el camino le dijeron: “Hemos visto al Señor”, y Tomás respondió: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creo”. Ocho días después cuando oraban encerrados, de nuevo Jesús se manifestó y lo retó: “Trae tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”. Y Tomás, visiblemente anonadado pero feliz, lanzó la más profunda profesión de fe del cristianismo: “¡Señor mío y Dios mío!”. Y con esa confesión desaparecieron todas sus dudas para siempre.
Tomás, un robusto marinero (llamado a menudo, Dídimo, el equivalente de gemelo, en griego), que poseía el pragmatismo elemental de un buen pescador habituado a contar peces y a interpretar la dirección de los vientos y la proximidad de las tempestades, dejó a un lado su lógica cuando Jesús lo invitó a formar parte de su grupo: lo siguió durante los tres años de su vida pública y lo amó incondicionalmente, aunque a veces no entendiera el mensaje. Por eso cuando el Maestro quiso ir a Betania para resucitar a Lázaro –ante el peligro que corría–, con devota temeridad les dijo a sus compañeros: “Vamos también nosotros a morir con Él”. Y luego, cuando en la última cena, Jesús les dijo que: “Ya sabéis el camino para ir adonde yo voy”, Tomás, siempre inquisitivo, le preguntó: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?”. Entonces el Señor le replicó con la más formidable respuesta de toda la historia: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”.
Después de despejar todas sus dudas, Tomás emprendió su evangelización por los senderos de Persia y de la India y según cuenta la tradición, su labor apostólica que se extendió hasta Pakistán, terminó en la ciudad de Calamina en la que después de catequizar a la esposa y al heredero del rey, fue martirizado –por orden del iracundo soberano– y traspasado por las lanzas de sus esbirros, el 3 de julio del año 72. Pero su sacrificio no fue en vano porque aún hoy en todos esos países, lo reconocen como el “Apóstol del Oriente” y a sus fieles se les llama los “Cristianos del Apóstol Santo Tomás”. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a santo Tomás, apóstol –el único mortal que pudo tocar el cuerpo del resucitado– que nos enseñe a fortalecer nuestra fe a tal grado, que podamos decirle a Nuestro Señor Jesucristo, con su misma convicción y sinceridad: “¡Señor mío y Dios mío!”.