El Santo del día
30 de diciembre
Santa Judit
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Oración a Santa Judit
Oh Santa Judit, valiente mujer de fe y virtud, tu valentía y confianza en Dios son un ejemplo para todos nosotros. Te pedimos tu intercesión en nuestras vidas, para que podamos enfrentar con determinación los desafíos que se nos presentan. Concede, oh santa bondadosa, tu fuerza para superar las dificultades y tu fe para enfrentar los momentos difíciles. Santa Judit, ejemplo de coraje y entrega, te pedimos que intercedas por nosotros ante el Señor, para que podamos vivir con valentía y confianza en su voluntad.
Amén.
Los címbalos y tambores dejaron de sonar cuando se abrió el cortinaje de la opulenta tienda para dar paso a esa hermosa mujer ataviada con un vestido voluptuoso y cuyo cabello, envuelto en un llamativo turbante, hacía resaltar mucho más la espléndida diadema tachonada de arabescos que caían sobre su frente y brillaban tanto como sus ojos almendrados, mientras sus labios carmesí dibujaban una sonrisa juguetona acompasada con su paso menudo e insinuante que iba dejando el rastro del cautivante perfume en el que irremisiblemente quedó atrapado Holofernes, quien ya no la pudo apartar de sus pensamientos ni de su mirada a la que correspondía Judit, con un estudiado recato que enardecía aún más los sentidos del general asirio, que para disimular su nerviosismo apuraba el vino a grandes sorbos y trataba de conquistarla haciendo ostentación de sus riquezas y poder, ignorando a los demás invitados, que con el transcurrir de la velada, se dieron cuenta de que Holofernes quería quedarse a solas con la hermosa hebrea.
Así las cosas, su mayordomo el eunuco Bagoas, hizo salir a los invitados discretamente del lugar, cerró las cortinas y los dejó solos, pero ya en ese momento el curtido guerrero estaba tan borracho que se quedó dormido. Judit permaneció un buen rato callada y quieta a su lado hasta que Holofernes comenzó a roncar a pierna suelta y entonces la valiente viuda tomó el alfanje del militar y lo decapitó, salió de prisa, guardó la cabeza en la alforja de su esclava que la esperaba afuera y con ella abandonó el campamento sin que los guardias se opusieran, pues para los centinelas no era extraño que Judit –con autorización del general–, saliera todas las noches a orar al campo, coyuntura que le permitió llegar a Betulia, antes del amanecer e inmediatamente le llevó a los ancianos ese preciado trofeo que sellaba la libertad de Israel.
Judit, la joven, hermosa y honorable viuda, que tres años después de la muerte de su marido, Manasés –un rico terrateniente de la población hebrea de Betulia– aún le guardaba luto confinada discretamente en su casa, era la única mujer escuchada y acatada por los ancianos de la ciudad, que creían firmemente en su probidad y sensatez y por eso, Judit se tomó la libertad de reprenderlos con autoridad y especialmente a Ozías, quien ante la desesperación del pueblo que moría de hambre y sed (por cuenta del opresivo asedio al que el general Holofernes tenía sometido al poblado como retaliación ante la negativa de Israel a formar parte de la campaña de Nabucodonosor, contra el rey medo, Arfaxad), les había prometido a los desmoralizados habitantes de Betulia, que si en cinco días, Yahvé no los liberaba, entregaría la ciudad a Holofernes, determinación que –a juicio de Judit– era evidencia suficiente de su escasa fe en el Señor, que siempre había salvado providencialmente al pueblo escogido en los momentos más aciagos de su historia. Al concluir su admonición, se ofreció para vencer a Holofernes y aunque no les dijo cómo lo haría, les aseguró que tendría éxito, porque esa era la voluntad de Dios. Con ciertas reservas, pero en vista de que no tenían nada que perder, los ancianos la bendijeron y le dieron vía libre a su plan.
Esa misma noche, Judit, ataviada con sus mejores galas y joyas, salió de Betulia acompañada por su fiel doncella, avanzó hacia el campamento enemigo al cual llegó en medio de la densa oscuridad y detenida por los guardias les pidió ser llevada a la tienda de Holofernes, quien a pesar de que su belleza lo deslumbró, receló de las intenciones de la hermosa hebrea, pero Judit disipó sus dudas al decirle que como Israel había pecado, Dios lo pondría en sus manos y sería ella la que guiaría su ejército a través de Judea, hasta la victoria final en Jerusalén, pero antes tendría que esperar una señal divina que sólo podría recibir tras varias noches de oración en el campo, propuesta que fue aceptada de buen grado por el general enamorado, quien supuso que con esa jugada, obtendría dos jugosos botines: a Israel y a Judit, pero en la cuarta noche le salió el tiro por la culata porque en la fiesta que programó para seducirla, la hermosa viuda le cortó la cabeza, se la llevó a Betulia y en medio de las aclamaciones del pueblo, la colgó de las murallas.
Al día siguiente cuando los asirios se dieron cuenta de lo ocurrido se confundieron y fueron presa fácil de los envalentonados israelitas que así mataron dos pájaros de un solo tiro: acabaron con sus enemigos y se apropiaron de las suculentas riquezas que atesoraban en su campamento abandonado. Cumplida la misión, santa Judit –considerada una de las más grandes heroínas del pueblo judío–, eludió de por vida todos los honores y reconocimientos que quisieron tributarle, en la penumbra de su casa, en la que murió a los 105 años, en olor de santidad. Por eso hoy, 30 de diciembre, día de su festividad, pidámosle a santa Judit, que nos enseñe a encarar los retos de la fe con valentía.