El Santo del día
16 de diciembre
Santa Adelaida
Oración a Santa Adelaida
Santa Adelaida, luminosa guía de la fe, Tu amor por el prójimo es un faro en la oscuridad, Con humildad y gracia, en Dios siempre creíste, Tu devoción eterna, ejemplo de caridad sin igual. Oh santa patrona, en tu bondad nos amparas, Tu legado perdura, inspirando compasión, En cada acto de amor, reflejas la divina luz, Ruega por nosotros, en nuestra oración. En ti hallamos fortaleza, en momentos de pesar, Santa Adelaida, intercede por nuestra paz.
Amén.
Apenas contaba 20 años, tenía una hija pequeña, ya era viuda y llevaba varios meses confinada en una mazmorra del Castillo del Lago Garda, pero a pesar de ello, Adelaida continuaba resistiendo el asedio de Berengario II, que había envenenado a su esposo el rey Lotario y le exigía que se casara con su primogénito, para legitimar su usurpación. Con el fin de quebrar su voluntad, le quitó todos los privilegios, la vistió de harapos, la mantuvo a pan y agua y permitió que fuera maltratada físicamente por sus esbirros. No obstante la digna reina Adelaida permanecía en silencio, trataba con dulzura a los carceleros, oraba todo el tiempo y puso en manos de Dios su suerte, que en efecto cambió, la noche del 20 de agosto del 951, en la que su director espiritual, el padre Martín, al amparo de la oscuridad, abrió la puerta del calabozo y ayudado por dos guardias –fieles a la señora–, se escabulló con la reina y su niña por un pasadizo, al final del cual, había una ventana abierta de la que ya colgaba una fuerte cuerda. Los tres se deslizaron por ella hasta la ribera del lago, allí los aguardaba una barca, que los dejó a salvo en la otra orilla y en los caballos apostados entre la arboleda, cabalgaron ininterrumpidamente hacia el castillo de Canossa. En varias oportunidades se cruzaron en el camino con patrullas de soldados que los buscaban, pero nadie los vio y milagrosamente llegaron a su destino, sin contratiempos.
Adelaida de Borgoña (nacida entre el 928 y el 930, en Borgoña) fue prometida por su padre, el rey Rodolfo II de Borgoña, a Lotario, hijo de Hugo de Provenza, cuando contaba dos años y por lo tanto, recibió educación de reina, pero con notable énfasis en su formación cristiana. Con quince años cumplidos, contrajo nupcias con el rey Lotario y de esa unión nació una hija llamada Emma –futura reina de Francia–, a la que tuvo que resguardar de la malevolencia de Berengario II, quien después de envenenar a su esposo, se tomó el poder y luego la encerró en una cárcel. Tras la fuga milagrosa, se refugió en el castillo de Canossa, que fue sitiado por el usurpador, y la reina viuda, Adelaida, le pidió protección a Otón, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, que acudió en su auxilio, derrotó a Berengario y prendado de su hermosura, discreción y nobleza, se casó con ella a finales del año 951.
El fuerte e impredecible carácter del soberano fue suavizado por la dulce Adelaida, que –algo inusual para la época–, era su mejor consejera y por eso el monarca la llevaba consigo a sus campañas militares. Esas correrías las aprovechaba la emperatriz –con la anuencia de su esposo–, para fundar monasterios e iglesias que convertía en centros de evangelización dirigidos por los sacerdotes que siempre incluía en su séquito. Mas cuando vino la seguidilla de cinco hijos –tres de ellos murieron a temprana edad–, tuvo que quedarse en el palacio, pero en adelante, supo repartir su tiempo entre los asuntos de estado, sus retoños y la esmerada atención a los pobres, desamparados y enfermos que atendía personalmente en los asilos y hospitales construidos por orden suya.
Cuando el emperador Otón murió en el 873, el hijo de ambos, Otón II, subió al trono pero su esposa, Estefana –una princesa bizantina, malcriada y prepotente–, lo predispuso contra su madre a la que trató indignamente y luego expulsó de la corte. La reina Adelaida, sin protestar, con una humildad proverbial, se refugió en la oración y voluntariamente se recluyó en un castillo, al que prácticamente convirtió en monasterio, mas san Odilón su confesor (Abad de Cluny), recriminó al rey, que arrepentido le pidió perdón y le restituyó sus privilegios, pero ella se mantuvo alejada de las intrigas de su malvada nuera hasta que Teofana, al asumir la regencia por la muerte de su marido Otón II, arreció sus ataques contra su suegra y le hizo la vida imposible, pero ella también falleció, en el 991 y de nuevo la reina Adelaida se vio en el centro del poder gobernando en nombre de su nieto Otón III, que tenía diez años.
Con las manos libres Adelaida administró sabiamente el Sacro Imperio Romano Germánico: defendió y proveyó generosamente a los pobres; fomentó las misiones; abrió iglesias y monasterios en todos sus dominios; construyó hospitales; protegió e hizo respetar el papado; se convirtió en el árbitro natural de los conflictos que sostenían los reinos europeos y saneó de tal forma las finanzas, que bajo su égida, el Sacro Imperio Romano Germánico, vivió una época de prosperidad y paz, nunca vistas.
Cuando su nieto alcanzó la mayoría de edad, le entregó el cetro y se retiró a un monasterio que había construido en la ciudad de Seltz, en donde pasó sus últimos años en estricto retiro, meditación, ayuno y oración permanente. Allí murió en santa paz, el 16 de diciembre del año 999 y fue canonizada por el papa Urbano II, en el año 1097. Por eso hoy día de su festividad, pidámosle a santa Adelaida, que nos enseñe a no dejarnos abatir por las vicisitudes, ni a envanecernos cuando la fortuna esté de nuestro lado, porque todo es de Dios y vuelve a Dios.