El Santo del día
19 de junio
San Romualdo, Fundador de los Camaldulenses
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Oración a San Romualdo
Oh, San Romualdo, fundador de los Camaldulenses, hoy te honramos y te pedimos que intercedas por nosotros ante el Señor. Tú, que encuentras en la vida solitaria y contemplativa el camino hacia la santidad, danos la gracia de la perseverancia en la oración y la búsqueda de la voluntad divina. Ayúdanos a encontrar momentos de reconocimiento en medio del bullicio diario ya cultivar una profunda relación con Dios. Inspíranos con tu ejemplo de renuncia y entrega total al servicio de Dios y de nuestros hermanos. ¡Ay, San Romualdo, ruega por nosotros!
Amén.
Su anhelo de soledad y recogimiento, lo indujo a buscar un sitio bien apartado y en esa afanosa búsqueda, se encontró a un ermitaño llamado Marino, que ya llevaba muchos años aislado del mundo y en penitencia; por lo tanto, era de carácter áspero, riguroso y severo con su cuerpo y al conocerlo, Romualdo sintió que era el maestro que necesitaba. El anacoreta lo acogió a regañadientes, pero como el recién llegado se plegó a su voluntad con una obediencia incondicional, no dudó en convertirse en su guía espiritual y para el efecto entonaba todos los días el salterio y dado que Romualdo no se lo sabía, cada vez que se equivocaba, le golpeaba la misma oreja y después de cada sesión, terminaba con ella magullada y sangrando, hasta que un día, le dijo humildemente a Marino, que si quería, le aplicara el castigo en la oreja derecha porque a fuerza de golpes, se estaba quedando sordo de la izquierda. El maestro suavizó la corrección pero mantuvo la exigencia de su enseñanza.
Romualdo Onesti, nacido en Rávena en el año 951, era hijo del duque Sergio, que gobernaba esa ciudad y dado que creció entre algodones, era de esperarse –como en efecto ocurrió– que su juventud transcurriera en un ambiente disipado, hasta que a los 20 años, le tocó presenciar la muerte de un hombre al que su padre abatió en un duelo y se sintió tan culpable de este hecho, que para expiar la culpa de su progenitor, ingresó en el Convento de San Apolinar y luego de tres años de estricta observancia de las reglas benedictinas, sintió –a pesar de lo rígidas– que eran muy benignas y no colmaban sus expectativas; por eso decidió abandonar ese claustro y ahí fue cuando encontró a Marino. Concluido su aprendizaje con este ermitaño, Romualdo se refugió en un sitio abrupto, pero ya su fama de santidad había trascendido y muchos querían seguirlo (entre ellos, Pedro Orseolo, gobernante de Venecia, que abdicó, vistió el sayal de penitente, lo siguió incondicionalmente y tras su muerte fue canonizado), entonces fundó y dirigió varios monasterios, pero como los frailes no le aguantaban la tacada, invariablemente era expulsado de todos los cenobios por la dureza de las reglas que imponía y se dio el caso de que los mismos monjes lo apalearan, quemaran su ramada y en una oportunidad estuvo a punto de ser linchado y quemado, pero siempre se retiraba en silencio y con humildad.
Como un trashumante solitario, Romualdo continuó buscando el lugar ideal para alcanzar sus sueños y lo encontró en una tierra escarpada –cerca de Arezzo–, que le regaló un noble castellano de apellido Máldoli y allí erigió el monasterio de Camáldoli, de donde tomó su nombre la estricta Orden de los Camaldulenses, fundada por Romualdo en 1012 y en la que todos sus monjes están obligados –de por vida– a un voto absoluto de silencio, penitencia, adoración y ayuno. Allí permaneció Romualdo varios años sumido en su mutismo, sometido a la mortificación y a la privación de toda clase de alimentos; pero cuando ya rondaba los 80 años salió a establecer otros monasterios y mientras recuperaba fuerzas, lo sorprendió la muerte en su celda de Val Di Castro, el 19 de junio de 1027 y fue canonizado por el papa Clemente VIII, en 1595. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Romualdo, que nos enseñe a buscar a Dios, en el silencio.